23 DRAGONES, VACAS Y LANGOSTINOS
‘Enriquecerse es glorioso’. (Den Xiaoping)
Más allá de ‘Joker’ y ‘Parásitos’ en los Oscars de 2020 también salió premiada ‘American Factory’ (2019) como mejor película documental. Dirigida por Steven Bognar y Julia Reichert, distribuida por Netflix y producida por Higher Ground, compañía de Barack y Michelle Obama, ‘American Factory’ cuenta la historia de una fábrica de vidrios para automóviles de Ohio adquirida por un magnate chino llamado Cao Dewang.
En la empresa de Cao Dewang trabajan unos dos mil norteamericanos y cerca de doscientos chinos. Estos últimos hacen jornadas de doce horas sin rechistar, con un solo día de vacación al mes, algo normal en China. Los trabajadores norteamericanos, acostumbrados a jornadas de ocho horas, un fin de semana de descanso y mayores salarios, se organizan en un sindicato para reclamar mejores condiciones laborales ante la desaprobación de Cao Dewang y sus capataces.
Dice Amy Chua en su ‘Himno de batalla de la Madre Tigre’ que la decadencia de los Estados Unidos es resultado de la pereza mientras el éxito de China es resultado de la laboriosidad arraigada en el estoicismo confuciano de su país de origen.
No solo Amy Chua, la mayoría de los chinos tienen tan interiorizada la cultura del esfuerzo, la ética del trabajo y la obediencia a los superiores, que quienes se quejan por las malas condiciones de trabajo corren el riesgo de ser considerados como unos holgazanes ingratos y desagradecidos, cuando no como unos bohemios depresivos y melancólicos, caso de Xu Lizhi.
En 2014, con apenas 24 años, Xu Lizhi se tiró desde el piso 17 de un edificio de la ciudad de Shenzhen frente a la planta de ensamblaje donde trabajaba. Era apenas un adolescente cuando encontró empleo, extraña suerte por la que muchos mueren, enferman, o sufren graves depresiones. Xu Lizhi trabajaba de ensamblador de piezas de alta tecnología en Foxconn, la mayor fábrica de componentes electrónicos del mundo, pero albergaba el sueño de llegar a ser escritor, o en su defecto encontrar empleo en una librería o biblioteca.
La prosa poética que Xu Lishi nos dejó es de lo mejor que se ha escrito en torno a la maldición del trabajo alienado: ‘Con pluma de acero esculpo un negro irregular lleno de palabras: trabajo, taller, línea de ensamblaje, máquina, tarjeta de fichar, horas extra, salario. Me han entrenado para ser dócil, no sé gritar o rebelarme, quejarme o denunciar, solo sé sufrir en silencio hasta el agotamiento’.
En sus poemas Xu Lizhi cuenta con detalles cotidianos y alta lírica la vida que llevaba antes de suicidarse: ‘Cuando pisé por primera vez este lugar deseaba la nómina gris del día 10, para ello me encadeno a mi esquina y a mis palabras, renuncio a faltar, renuncio a enfermar, renuncio a mis asuntos personales, renuncio a llegar tarde, renuncio a irme temprano’.
Una antología de sus textos le ha convertido póstumamente en escritor de culto. En uno de sus mejores textos retrata cómo era la habitación donde vivía: ‘Pequeña, húmeda, sin luz, aquí como, duermo, cago, pienso, estornudo, me duele la cabeza, enfermo pero no muero, una y otra vez bajo la lámpara tenue miro sin ver, río tontamente, me muevo de un lado a otro, canto por lo bajo, leo libros, escribo poemas, y cada vez que abro la ventana o la puerta que chirría soy como un muerto que despacio abre la tapa de su ataúd’.
A un compañero que sufrió un grave accidente laboral le dedicó estas líneas: ‘Después de tantos comienzos en falso llegaste a la mayor fábrica de maquinaria del mundo y comenzaron las tareas de pie, apretar tornillos, las horas extras, el turno de noche, pintar, pulir, rematar, abrillantar, empaquetar, trasladar las mercancías ensambladas, agacharte y estirarte mil veces cada día, arrastrar pilas como montañas moviéndote por en medio de la gris factoría. Plantaste la semilla de tu enfermedad sin saberlo hasta que el dolor te llevó al hospital donde oíste aquellas palabras: ‘fisura de vértebra lumbar’.
Continúa Xu Lizhi: ‘Y ahora cada vez que sonríes cuando hablas del dolor del pasado nos arrastra tu optimismo hasta que en la fiesta de Año Nuevo, borracho cogiste una botella de licor con la mano derecha y levantando tres dedos con la izquierda sollozaste y dijiste: Todavía no he cumplido los 30, nunca he tenido novia ni me he casado, tampoco tengo una carrera. Toda mi vida se ha terminado’.
Definitivamente si Max Weber levantara la cabeza tendría que incorporar a su famosa teoría sobre el puritanismo protestante como base del capitalismo de libre mercado el papel del puritanismo de corte confuciano como fundamento del capitalismo de Estado chino.
En China está muy extendido el ‘junzi’, una ancestral filosofía de la masculinidad aferrada al imaginario colectivo que ridiculiza a todo aquel que muestra veleidades melancólicas como Xu Lizhi.
Frente a la agobiante presión que hay en China por trabajar sin descanso ha surgido en los últimos años una tendencia filosófica llamada ‘Tang Ping’, que de forma aproximada significa ‘echarse al suelo’. Es la opción de la ‘no-obra’ como alternativa a la exigencia productivista del capitalismo chino.
En la misma onda del ‘Tang Ping’ ha surgido en Occidente la Gran Renuncia (Great Resignation), como en los Estados Unidos se ha dado en llamar el fenómeno a partir del cual varios miles de trabajadores de diferentes profesiones renunciaron a sus empleos de forma masiva durante 2021 y 2022, años de la pandemia del coronavirus, en una especie de rebelión frente al cada día más competitivo y exigente mercado laboral.
Del mismo modo que en Europa y en los Estados Unidos el puritanismo judeo-cristiano permanece latente en la psique colectiva, razón profunda que justifica cómo la crisis financiera de 2008 fue fácilmente transformada en una falsa crisis de competitividad laboral y cargada a lomos de los trabajadores, en China los ciudadanos del Gran Dragón en su mayoría comulgan con el puritanismo de raíces confucianas.
En China y por extensión en Occidente sigue teniendo vigencia ‘El arte de la guerra’ que el general Sun Tzu escribió en el siglo VI a.C, filosofía militar que está especialmente de moda a día de hoy entre la clase empresarial. ‘El arte de la guerra’ de Sun Tzu es en la práctica un manual de estrategia militar reconvertido en libro de autoayuda para ejecutivos agresivos.
Siguiendo los consejos de ‘El arte de la guerra’ debemos aprender a camuflarnos, espiar y hacer trampas para engañar al enemigo. En algunos momentos nos moveremos como las gacelas, dice Sun Tzu, en otros como las serpientes, a veces tendremos que retirarnos a tiempo, o abrir fuego a discreción, en cualquier caso debemos estar siempre en estado de alerta pues en el 'arte' lo mismo de la guerra que de la competición capitalista un pequeño despiste puede ser sinónimo de derrota y exterminación.
Muchos ejecutivos agresivos del capitalismo mundial del siglo XXI siguen los consejos de este jefe militar chino del siglo VI antes de Cristo. ‘Todo el arte de la guerra está basado en el arte del engaño -dice Sun Tzu- Por eso cuando seas capaz, finge la incapacidad; si eres activo, finge pasividad; si estás cerca, haz creer que estás lejos; si estás lejos, que estás cerca; ofrece un señuelo a tu enemigo para hacerle caer en una trampa; simula dificultades y sorpréndelo. Si el enemigo está unido, divídelo. -prosigue Sun Tzu- Clava una cuña entre el soberano y sus ministros; o si no, enemístalo con sus aliados. Siembra sospechas mutuas de manera que reine en ellos el malentendido, así podrás conspirar y vencer’.
Como dice Andrés Kogan el proceso de masculinización de la civilización humana se afianzó con la revolución neolítica, cuando el ser humano pasó del nomadismo al sedentarismo, lo cual implicó la división sexual del trabajo y la obsesión por el binarismo de género. A partir de entonces las mujeres fueron tratadas como un bien de uso e intercambio en las guerras por el control de las tierras.
‘La masculinización del mundo se fortaleció con las grandes guerras por el control de recursos naturales y territorios y por una necesidad imperiosa de dominio y acumulación de recursos humanos y no humanos –sostiene Kogan- de modo que el poder clerical, colonial, industrial y financiero impuso su lógica de la guerra y las grandes narrativas universalizantes como la salvación, la civilización, el progreso y el desarrollo’.
China está gobernada por el Partido Comunista pero su economía es básicamente capitalista desde que Den Xiaoping en 1978 descolectivizó la agricultura, privatizó la industria y el comercio, levantó los controles de precios y abrió el país a las inversiones extranjeras.
La ‘Gaigé kaifàn’ (Reforma y Apertura) iniciada por Den Xiaoping puso fin a casi cuatro décadas de comunismo bajo la férrea dirección de Mao Zedong, alias ‘el Gran Timonel’. A partir de entonces el crecimiento del PIB de China hasta la actualidad ha rondado el 9% anual, muy por encima de la media de los países en desarrollo.
El gran progreso de la nación y la aparición de una pujante clase media son los mayores éxitos atribuibles al capitalismo chino, sin embargo el 1% más rico acapara el 70% de la riqueza total. Además de tan enorme brecha de desigualdad el CdE chino está lejos de ser un modelo económico y político ejemplar porque además de sufrir los peores niveles de contaminación del mundo el país carece por completo de libertades democráticas.
El éxito de China se basa en altas tasas de crecimiento conseguidas a base de una brutal explotación laboral y una alta contaminación medioambiental que han permitido la obtención de extraordinarias plusvalías no solo para las empresas chinas sino también para las multinacionales extranjeras asentadas en las Zonas Económicas Especiales (ZEEs) que Den Xiaoping creó nada más llegar al poder.
Atraídas por la posibilidad de pagar bajos salarios y eludir el pago de impuestos muchas empresas multinacionales fueron deslocalizando sus factorías desde otros lugares del planeta para establecerse en las ZEEs chinas. Apenas en dos años en la ciudad de Shenzen se llegaron a construir 300 fábricas que dieron empleo a millones de campesinos reconvertidos en obreros industriales.
Durante los años ochenta las ZEEs se extendieron a otras ciudades, como Xiamen, Zhuhai, o Shantou. Así fue como China se convirtió en un paraíso para el capitalismo globalizado contaminante y explotador.
El gobierno chino continúa colaborando al desastre ecológico facilitando ayudas financieras de todo tipo a industrias que emiten gases de efecto invernadero. Como dice Naomi Klein a China además de la ‘fábrica del mundo’ también podríamos llamarla la ‘chimenea del mundo’.
Más allá de promover la explotación laboral y la contaminación medioambiental como ningún otro país del planeta la China capitalista ha desarrollado un orwelliano sistema de represión y censura con el despliegue masivo de cámaras y drones de videovigilancia, sistemas de reconocimiento facial y biométrico, y una sofisticada red de espionaje social para tener completamente controlados a los ciudadanos en función a su comportamiento.
Todo aquel que se atreve a cuestionar el sistema corre el riesgo de ser marginado de la vida social y laboral cuando no de acabar internado en uno de los numerosos centros de adoctrinamiento ideológico de los que se sirve el régimen para disciplinar a la población.
En mayo de 1989 miles de estudiantes, obreros, campesinos e intelectuales marcharon sobre Pekín exigiendo libertad de expresión y reformas políticas y sociales más allá de las liberalizaciones económicas adoptadas por Den Xiaoping. El 4 de junio el ejército y la policía cargó contra los manifestantes en la Plaza de Tiananmen provocando más de 400 víctimas mortales en el episodio más vergonzante y dramático de la reciente historia china.
Desde entonces además de mantener a raya a los insumisos políticos el Partido Comunista vigila y reprime a las minorías étnicas, nacionalistas y religiosas. Uigures y tibetanos son especialmente perseguidos por las autoridades chinas e incluso aquellos que practican el ‘Falun Gong’, filosofía espiritual que combina meditación y ejercicios físicos, han llegado a ser acusados de ‘xeijao’ (enseñanza herética) y a ser sometidos a trabajos forzosos en alguna de las numerosas prisiones que configuran el sistema de ‘laodong gaizao’ (reeducación por el trabajo).
Todas las personas relacionadas con los movimientos independentistas y con cualquier culto que se aleje de los preceptos confucianos o que amenace la hegemonía cultural establecida por el Partido Comunista Chino pueden sufrir detenciones arbitrarias y acabar encarcelados e incluso sufrir torturas y métodos coercitivos para reformar su pensamiento, religión o ideología.
Pocos son los que se atreven a cuestionar el orden establecido, caso del artista y activista político Ai Weiwei, famoso por sus problemas con la justicia china después de haber denunciado públicamente en numerosas ocasiones el sistema político de su país. ‘El régimen de China es un capitalismo de Estado que no respeta los derechos humanos –dice Weiwei- y desgraciadamente el capitalismo es un sistema que lleva a la humanidad al abismo’.
Además de silenciar a los disidentes, el régimen chino ha impuesto globalmente su supremacía económica mediante la manipulación del tipo de cambio de su divisa y el control estatal de la banca y de los sectores industriales y comerciales de especial importancia estratégica, como es el caso de las empresas energéticas.
Además las bolsas de valores de Shangai y Shenzen cuentan con el aval del Estado de modo que en caso de caída de los precios de los activos del capital el gobierno puede inyectar todo el dinero público necesario para evitar el colapso de los mercados bursátiles.
El caso de China deja completamente en evidencia a los economistas neoliberales de nuevo pues sus altas tasas de crecimiento son resultado de la alta participación del Estado en la economía. Por otra parte China ha salido más rápido y mejor parada de la crisis producida por la pandemia del coronavirus dado que su gobierno ha podido decretar medidas de emergencia sin rendir cuentas a ningún parlamento político ni toparse con ninguna ley constitucional que pueda poner límites a sus disposiciones.
Con las plusvalías extraídas a la clase trabajadora el Estado chino se ha convertido en una enorme multinacional capaz de afrontar inversiones tan extraordinarias como la Nueva Ruta de la Seda, programa de grandes infraestructuras como gaseoductos, carreteras, puertos y parques industriales, financiado desde Pekín con un coste estimado de unos 600 mil millones de dólares del que participarán más de sesenta países.
Con los Estados árabes también han entablado recientemente los chinos una serie de acuerdos comerciales acompañados de fuertes inversiones de capital además de prestar varios miles de millones de dólares a países de África y América Latina. La creciente influencia china en todo el mundo supone una amenaza a la hegemonía norteamericana, razón por la cual ha aumentado en los últimos años la rivalidad y desconfianza entre Washington y Pekín.
Antes del estallido de la pandemia del coronavirus Donald Trump impuso altos aranceles a los productos chinos y vetó a la empresa Huawei acusándola de espiar a los ciudadanos norteamericanos a través de sus smartphones. Durante la presidencia de Joe Biden las dos grandes potencias mundiales mantienen un pulso financiero, monetario y tecnológico, agudizado en el terreno del 5G y la industria del Big Data, con el factor adicional de las tensiones en Taiwan, sin embargo China y Estados Unidos no están en condiciones de enfrentarse directamente.
China está considerada en Washington como una gran amenaza al liderazgo mundial de Estados Unidos pero las economías de ambos países están interconectadas hasta el punto de que a ninguna de las dos le interesa hundir a la otra. El conflicto puede parecer inevitable pero China y Estados Unidos mantienen una relación de integración simbiótica que algunos geopolitólogos han dado en llamar la ‘Chinamérica’.
Los chinos no solo exportan mercancías a los Estados Unidos, además acumulan enormes cantidades de reservas de dólares y hasta cierto punto financian el consumo norteamericano comprando bonos de su Tesoro. Así pues China y Estados Unidos son algo así como una pareja mal avenida que de vez en cuando se echan los trastos a la cabeza si bien no pueden divorciarse ante el riesgo de acabar los dos en situación depresiva.
La mayoría de los países asiáticos están muy influidos por China, país del cual han heredado algunas de sus tradiciones culturales, como por ejemplo la representación de los dragones. Estas criaturas mitológicas aparecen constantemente en la literatura, la pintura, la escultura, e incluso en la arquitectura, así como en el cine y los cómics.
Lo mismo en la mitología china que en la japonesa o la coreana los dragones son seres benevolentes a diferencia de la representación que de ellos se ha hecho tradicionalmente en Europa.
A los dragones se los relaciona con la fecundidad y están presentes en el arte popular y en las fiestas lúdicas así como en las celebraciones religiosas. Por encima de los chinos, de los coreanos, y de los japoneses, quienes más veneración sienten por el dragón como símbolo del bienestar humano son los butaneses.
Bután es un pequeño país de apenas un millón de habitantes ubicado a las faldas de la cordillera del Himalaya gobernado por el Rey Wangchuk, más conocido localmente como ‘Druk Gyalpo’, que traducido al castellano significa ‘El Rey Dragón’. La bandera de Bután está dividida en dos mitades cortadas en diagonal con los colores naranja y amarillo. En el centro de la enseña nacional se alza un dragón (‘druk’) como símbolo de progreso y riqueza.
A principio de los años setenta el padre del actual Rey Dragón, Jyhme Dingye Wangchuk, se dio cuenta del error de identificar la prosperidad de la nación con el crecimiento del PIB y decidió organizar su sistema económico en torno al concepto del FIB (Felicidad Interior Bruta). Esta nueva manera de conducir la economía del país se sustenta en nueve pilares: salud, educación, cultura, ocio, gobierno, bienestar psicológico, relaciones sociales, ecología y vivienda.
El caso de Bután es una excepción mundial en medio de una región que durante las últimas décadas se ha visto obligada a competir con China y los tigres para ofrecer a las multinacionales mano de obra barata y toda clase de concesiones legislativas con tal de atraer capital industrial y financiero.
La feroz competición económica entre los países asiáticos involucra no solo a los tigres sino también a la India. Los indios y los chinos ya competían entre sí hace varios siglos por el comercio del té y hoy día en vez de colaborar para intercambiar métodos de producción y distribución las dos más grandes naciones asiáticas continúan empeñadas en reducir costes para ganar cuota de mercado por la vía de la carrera de ratas.
Con la idea de ganar competitividad internacional a partir de los años noventa del siglo pasado la India empezó a liberalizar sus mercados y a privatizar empresas públicas. Su crecimiento a partir de entonces ha sido notable y sostenido pero siempre por debajo del de China.
En ‘Espectros del capitalismo’ (‘Capitalism: A Ghost Story’, 2014), Ariundhati Roy estudia la situación de su país, donde las políticas de liberalización económica implementadas a partir de los años noventa además de causar desastres ecológicos de todo tipo han generado un desarrollo irregular que condena a la miseria y a la marginación a cientos de miles de ciudadanos a costa del enriquecimiento de unas élites corruptas que sin embargo cuentan con el beneplácito de los grandes organismos internacionales.
La situación en la India se ha agravado especialmente en los últimos años con la presidencia de Narendra Modi, un hinduista puritano que promueve el conservadurismo religioso a la vez que impulsa reformas económicas neoliberales.
Durante el mandato de Modi se ha acentuado en la India la desigualdad social como consecuencia de las políticas liberalizadoras. Al mismo tiempo con Modi se ha fortalecido el fundamentalismo hinduista y hoy día es habitual la presencia de patrullas callejeras dedicadas a la defensa a ultranza de las más atávicas tradiciones del país. Narendra Modi es otro claro ejemplo del apasionado romance que mantienen en todo el mundo la economía liberal y el puritanismo conservador.
Entre otras actividades de represión y vigilancia, los comandos fundamentalistas de Narendra Modi se encargan de velar por la vida sagrada de las vacas con métodos extremadamente agresivos de modo que mientras mucha gente no tiene alimento que llevarse a la boca estos animales invaden las calles, los campos y hasta las carreteras, atiborrándose de la basura, los plásticos y otros residuos industriales que proliferan por todo el país, especialmente azotado por el deterioro medioambiental causado por la ausencia de políticas de protección ecológica.
Como en China, en la India ha prosperado mucho la clase media gracias al crecimiento de su PIB, pero el progreso del país ha ido dejando en la miseria a las clases más populares que se han visto despojadas de sus tradicionales modos de vida, por algo el 26 de noviembre de 2020 se llevó a cabo la huelga general más grande de la historia con una participación estimada de 250 millones de personas.
Además de Ariundhati Roy para conocer mejor el capitalismo indio conviene leer a Vandana Shiva, otra valiente escritora que nos ayuda a profundizar en los estragos causados por el sistema de libre mercado en el país de las vacas sagradas.
Nadie mejor que Vandana Shiva ha explicado el impacto devastador sobre el medio ambiente de la agricultura industrial impuesta durante las últimas décadas por las grandes corporaciones que además de comprar favores políticos impunemente violan los derechos humanos y explotan los recursos naturales del país.
Uno de sus mejores libros se titula ‘Cosecha robada: el secuestro del suministro mundial de alimentos’ (‘Stolen Harvest: The Hijacking of the Global Food Supply’, 2000) donde cuenta cómo en 1998 el Banco Mundial obligó al gobierno indio a desregular el sector de las semillas bajo presión de la empresa Monsanto que desde entonces acapara la mayoría de las patentes.
La competición mundial en este sector ha impuesto a la vez el establecimiento masivo de monocultivos que en palabras de Vandana Shiva han llevado a la ruina a los pequeños agricultores una vez desposeídos de sus tradicionales modos de supervivencia.
El uso de pesticidas y fertilizantes ha contribuido por otra parte a la contaminación de los ríos al tiempo que la progresiva especulación financiera sobre los bienes alimenticios ha terminado por poner en la India a los pequeños agricultores en situación de dependencia de los caprichos de los consumidores occidentales y de los inversores que en las grandes bolsas mundiales de valores apuestan sobre los precios a futuro de los productos básicos.
En el Primer Mundo gracias a la globalización capitalista podemos encontrar en los supermercados frutas o verduras baratas procedentes de todo el mundo y fuera de temporada si bien a costa del deterioro de su sabor y aporte nutricional. Además en la actualidad las clases medias tenemos acceso a muchos productos que antiguamente solo podían permitirse los ricos, como es el caso de los langostinos.
En ‘Cosecha robada’ Vandana Shiva dedica un capítulo a estos exquisitos crustáceos cuyo consumo ha dejado de ser un lujo, solo hay un ‘pequeño problema’ desconocido por la mayoría de los felices ciudadanos que disfrutamos de la ingesta de este manjar en cualquier momento del año y es que su cría intensiva amenaza la biodiversidad necesaria para la supervivencia de los pescadores tradicionales de la India.
Según cuenta Vandana Shiva la instalación de piscinas industriales de langostinos al borde de las costas tiene un terrible impacto ambiental por el uso de antibióticos y fungicidas, además implica la destrucción de los manglares, cuyos bosques al ser talados dejan adicionalmente de servir como protección frente a los temporales y otros fenómenos climáticos.
Los manglares son zonas pesqueras de cuyos ricos ecosistemas pantanosos dependen muchas poblaciones autóctonas que se han visto de pronto en la miseria para dejar paso a las grandes empresas dedicadas a la cría industrial del langostino.
Tras numerosas protestas ciudadanas en 1996 el Tribunal Supremo de la India ordenó la prohibición de la producción industrial de este crustáceo en las zonas costeras del país, sin embargo los grandes criaderos continúan funcionando para desgracia no solo de los pequeños pescadores sino también de los agricultores nativos que viven del cultivo de mijo y arroz en las cercanías de los manglares.
Como dice Vandana Shiva el negocio del langostino indio es un buen ejemplo de cómo bajo el orden capitalista de libre mercado y comercio las clases medias pueden consumir manjares de reyes a costa del hambre y desesperación de las poblaciones autóctonas y la explotación y destrucción de la naturaleza.
Más allá de las disfunciones específicas de la India, Vandana Shiva está convencida de que el problema esencial de la humanidad es la cosmovisión patriarcal latente en el sistema capitalista, un sistema siniestro que establece relaciones de explotación con la naturaleza y con las personas más débiles. En lucha pacifista contra este orden injusto y abusivo Vandana Shiva es una de las más honestas e interesantes voces de protesta contra el fetichismo de la competitividad de origen heteropatriarcal.