1 WELCOME TO GOTHAM CITY
‘¿Soy yo o el mundo se está volviendo loco ahí afuera?’ (The Joker)
Hacia principios del siglo XIX el escritor Washington Irving llamó a Nueva York ‘Gotham City’ (Ciudad Gótica) en la revista satírica ‘Salgamundi’, tomando el nombre de una localidad inglesa de Nottinghamshire cuyos habitantes tenían fama de estar locos. Irving quiso satirizar el desvarío que ya por entonces empezaban a sufrir en grandes números los neoyorquinos. Más de cien años después, en 1934, nació en Nueva York DC Comics, editorial especializada en superhéroes como Superman, Flash, Wonder Woman, o Batman.
En las historietas de Batman la Ciudad Gótica fue tomando textura distópica hasta saltar al cine, cuyas sucesivas películas han terminado convirtiendo a esta popular urbe del cómic en el arquetipo de la decadencia del capitalismo americano. De gran éxito popular tanto en los cómics como en el cine, a día de hoy todo el mundo sabe que detrás de la máscara de Batman se oculta un tipo llamado Bruce Wayne.
Julio Embid ha reflexionado sobre las películas de superhéroes en un entretenido ensayo de 2018 titulado ‘Con capa y antifaz: la ideología de los superhéroes’ y Batman es a su juicio el mejor ejemplo de las disfunciones del sistema neoliberal. ‘Batman es del Partido Republicano: lo único que quiere es trincar a los malos. Si la policía de Gotham funcionase bien Batman no sería necesario. Es la privatización de los servicios públicos lo que le inclina a convertirse en un justiciero.’
De niño Bruce Wayne fue testigo del asesinato de sus padres, razón por la cual transformado en el Hombre Murciélago decide dedicar su vida a limpiar Gotham City de criminales. El principal enemigo de Batman es el Joker, personaje muy versionado en Hollywood en las numerosas películas de Batman, interpretado por actores de gran prestigio, desde César Romero a Jack Nicholson pasando por Heath Ledger y Jared Leto.
Joaquin Phoenix ganó el Oscar al mejor actor en 2020 al frente del reparto de ‘Joker’, dirigida por Todd Philips, donde sorprendentemente el villano guasón se transforma de repente en el principal protagonista de la historia por encima de Batman. La gran novedad del Joker de Philips con relación a las anteriores versiones del personaje es que ya no estamos ante un demente que desea hacer el mal por su maldad innata. Ahora la afición al crimen del Joker es resultado de las disfunciones políticas, económicas y sociales que afectan a Gotham City, establecidas por la corrupta clase política en comunión con financieros y empresarios sin escrúpulos como el propio padre de Batman.
En un giro brutal de la larga historia coral autoral de Gotham City de repente resulta que el malo de la película no es tanto el Joker como el capitalismo despiadado que gobierna sobre la Ciudad Gótica. En realidad el Joker es una víctima del sistema, un trabajador autónomo con problemas económicos, y la razón principal de su desequilibrio mental es la situación de precariedad económica en la que se encuentra así como el hecho de que su madre haya quedado en situación de desamparo ante el deterioro de la sanidad pública. La película de Todd Philips transcurre en 1981, el año que Ronald Reagan llegó a la presidencia de los Estados Unidos. Welcome to Gotham City!!!
El principal objetivo de Ronald Reagan como gran padrino del neoliberalismo económico fue bajar los impuestos a los ricos y recortar las ayudas a los pobres. The Great Comunicator (El Gran Comunicador), así llamado por su habilidad para las artes escénicas que aprendió durante su época de actor de Hollywood, se convirtió en el gran referente para la nueva derecha porque se propuso poner a los ‘vagos del welfare’ a trabajar.
‘We are going to turn the bull loose’ (‘Vamos a soltar al toro’) proclamó al tomar posesión de su cargo haciendo referencia al animal que simboliza Wall Street. Con Ronald Reagan las teorías de John Maynard Keynes fueron denostadas en favor de Milton Friedman, el nuevo 'wonder boy' de la economía de los años ochenta, profesor de la Universidad de Chicago y asesor no solo de Reagan y Thatcher sino también de Augusto Pinochet.
En sus dos principales textos, ‘Capitalismo y libertad’ (‘Capitalism and Freedom, 1962), y ‘Libre para elegir’ (‘Free to Choose’, 1989), Milton Friedman defendió soluciones de mercado para todas las actividades humanas, incluyendo la educación y la sanidad. Para el gran gurú neoliberal el único objetivo de los directivos es aumentar la riqueza de la compañía por encima de cualquier clase de responsabilidad social corporativa.
A partir de la entronización intelectual de Milton Friedman a nivel global las empresas se empezaron a sentir más libres que nunca para trasladar el pago de los impuestos a un paraíso fiscal, o para deslocalizar sus fábricas a un infierno laboral. A partir de Friedman lo importante es el beneficio de los accionistas y ese cuento keynesiano de la justicia social y el bien común se acabó. Bienvenidos a la globalización neoliberal.
En propias palabras de Milton Friedman ‘el único propósito social de las empresas es aumentar sus beneficios’. A partir de entonces las multinacionales externalizaron sin pudor alguno sus fábricas a países carentes de los derechos laborales adquiridos con sangre por las clases obreras occidentales y tras el derrocamiento de Keynes el mundo entró en la era del apogeo del ‘homo economicus’. Fue entonces cuando China se convirtió en ‘la fábrica del mundo’ y Den Xiaoping comandó el proceso de ingreso al capitalismo del Partido Comunista Chino con su famosa máxima: ‘Enriquecerse es glorioso’.
También por entonces Boris Yeltsin al frente del gobierno de la nueva Federación Rusa liquidó definitivamente a la URSS y afrontó profundas reformas económicas para la creación de un sistema de propiedad privada y libre mercado. Bajo la asesoría de expertos occidentales neoliberales Yeltsin privatizó empresas públicas que fueron vendidas a un precio muy inferior a su valor real, favoreciendo la aparición de una oligarquía mafiosa que se consolidó con Vladimir Putin en el poder.
El sistema capitalista se caracteriza por mantener en constante competición a los gatos gordos de las supercastas internacionales así como en carrera de ratas a las clases medias y hasta a las infraclases de las subclases. Durante los años dorados del keynesianismo y la socialdemocracia a las élites capitalistas de Occidente no les hacía mucha gracia pagar los altos salarios ni tampoco los altos impuestos establecidos para sufragar los Estados del Bienestar. Para ellos siempre es mejor comprarse el yate más largo y tener el jet más moderno. ‘El dinero donde mejor está es en el bolsillo de los ciudadanos’ le dijeron sus asesores económicos a Reagan, y la crisis del petróleo fue la excusa perfecta para forzar el cambio en el manejo del timón del zeitgeist de nuestra era.
Con la excusa de la alta inflación keynesiana levantaron cabeza los economistas de agua dulce agrupados en torno a la Universidad de Chicago mientras se quedaban sin crédito los progres de agua salada. En los años setenta con los precios de la gasolina disparados por culpa de la guerra árabe-israelí a los keynesianos los maldijeron acusándolos de crear inflación y a partir de entonces se vieron desplazados de las más importantes instituciones de gobierno de todo el mundo.
En el Partido Republicano fueron tomando posiciones por un lado los Chicago Boys friedmanitas, y por otro lado los discípulos de Leo Strauss, príncipe Maquiavelo de la contrarrevolución neocon y experto en mensajes encriptados destinados a impedir que las masas puedan comprender los verdaderos propósitos elitistas del poder.
‘El Estado no es la solución sino el problema’ decía Reagan en perfecta armonía con las diferentes teorías de Friedman y Strauss pero lo cierto es que durante su mandato creció la presencia del gobierno en la economía. Las ‘reaganomics’ estuvieron básicamente enfocadas a recortar el gasto en protección social para aplicar el mal llamado ‘keynesianismo militar’, o sea el estímulo de la economía a través del estímulo de la industria de la guerra, idea que precisamente a Keynes no le habría hecho ninguna gracia.
Con la idea de ganar la Guerra Fría, Reagan aumentó el gasto público a partir del incremento del gasto militar que pasó de algo más de 250 mil millones de dólares en 1980 a casi 400 mil millones en 1988. Al mismo tiempo bajó considerablemente los impuestos a los más ricos, de modo que incluso su sucesor George Bush senior le acusó de desequilibrar las finanzas públicas haciendo ‘vodoo economics’.
Se habla de Reagan como del gran presidente liberal del siglo XX pero en la práctica aumentó tanto el déficit como la deuda pública. A fin de cuentas lo que básicamente hizo Reagan fue transferir recursos públicos del trabajo hacia el capital financiero y la industria de las armas. Las consecuencias de las políticas económicas del gobierno de Reagan repercutieron de manera especialmente dramática en los ciudadanos norteamericanos más necesitados.
Con Reagan acabó la Era Keynesiana y empezó la Era Neoliberal. Hasta entonces todos los presidentes de los Estados Unidos, demócratas o republicanos, habían tratado de salvaguardar las regulaciones financieras y mejorar los programas sociales del New Deal de Roosevelt. Los que se vieron más perjudicados con las ‘reaganomics’ fueron los ciudadanos más vulnerables y especialmente los discapacitados.
Con Reagan una legión cada vez mayor de jokers en potencia se vieron de pronto durmiendo y mendigando por las calles de las grandes ciudades al tiempo que los yupies se forraban especulando en la bolsa. Mientras subían los márgenes empresariales y los intereses de los prestamistas se cerraban escuelas y bibliotecas, hospitales públicos y centros de atención para personas con problemas mentales. Welcome to Gotham City.
El neoliberalismo nació como ataque directo al keynesianismo y a la socialdemocracia pero como dice Noam Chomsky ‘el término ‘neoliberal’ es doblemente engañoso ya que su doctrina no es ni nueva ni liberal’. Lo más nuevo que han hecho quienes han aplicado recetas neoliberales al estilo Reagan ha sido buscar eufemismos para por ejemplo ponerle un nuevo envoltorio al viejo 'cuento del caballo y las golondrinas', consistente en dar de comer en abundancia al caballo de las élites hasta que caigan al suelo los granos de avena suficientes como para que puedan comer las golondrinas que viven en los barrios miseria.
Reagan sentó las bases de lo que Dean Baker ha llamado ‘el Estado niñera conservador’ pero con maquiavélico straussianismo los asesores económicos del Gran Comunicador abanderaron la idea de una ‘nueva libertad’ maquillando las verdaderas intenciones del poder con refinados tecnicismos. Seguramente el mayor éxito del neoliberalismo ha sido inculcar en mucha gente un concepto tramposo de libertad que ha calado hondo en la era del apogeo del homo economicus.
Coincidiendo con la llegada de Ronald Reagan a la Casa Blanca los economistas neoliberales se encargaron de envolver el viejo ‘cuento del caballo y las golondrinas’ bajo el mantra del ‘trickle-down effect’ o efecto derrame de la riqueza, teoría que el ex primer ministro neozelandés Damien O’Connor llegó a definir como ‘esa elegante manera de justificar que los ricos se meen encima de los pobres’.
El ‘Gran Comunicador’ ganó las elecciones aupado por los darwinistas sociales reconvertidos en neoliberales de un lado, y por el puritanismo cristiano del otro lado. En medio de altas tasas de inflación los televangelistas como Jerry Falwell, Jimmy Swaggart o Pat Robertson salían a diario durante aquel tiempo en los nuevos canales de TV. Todos ellos culpaban al relativismo moral de la progresía como responsable directo del incremento de la delincuencia y el consumo de drogas, la homosexualidad, los abortos, los divorcios, el SIDA y el número creciente de adolescentes solteras.
Incluso la crisis del petróleo también fue cargada a los hombros del relativismo moral y la progresía hedonista. No fue por casualidad que las ‘reaganomics’ estuvieron bendecidas, al margen de los economistas neoliberales, por los sectores más puritanos de los Estados Unidos. Más allá del origen del mundo los darwinistas sociales y los puritanos religiosos han ido siempre juntos de la mano en los asuntos de la política económica.
Por encima de Milton Friedman y otros economistas estrellas del neoliberalismo incipiente, caso de Arthur ‘Servilleta’ Laffer, el economista de cabecera de Ronald Reagan fue George Gilder, cuyas teorías constituyen un perfecto maridaje entre liberalismo económico y conservadurismo puritano. Su best-seller de 1981 ‘Riqueza y pobreza’ (‘Wealth and Poverty’) es básicamente un panfleto de denuncia contra el Estado del Bienestar.
George Gilder estaba radicalmente en contra no solo de la Renta Básica, cuyo establecimiento fue considerado durante los años sesenta en tiempos de Lyndon B. Johnson, sino también del Empleo Garantizado, otra idea debatida por entonces y que a su juicio ‘distorsiona el mercado laboral a la vez que niega la lucha por la supervivencia y el instinto de superación humana’.
En opinión de Gilder el Estado no solo debe desestimar la idea de crear directamente puestos de trabajo sino que incluso es mejor que se abstenga de ayudar a los más necesitados con prestaciones sociales ya que una vez garantizada su subsistencia material solo puede imponerse la vagancia entre la ciudadanía.
Enemigo acérrimo del Estado del Bienestar por cuanto ‘permite que los varones abandonen su condición de proveedores económicos de las necesidades materiales de sus hijos y mujeres’ Gilder propuso como solución a la pobreza la vuelta al camino de ‘la fe, el trabajo y la familia’. En su opinión solo hay una salida a las recurrentes crisis del capitalismo y es que ‘el obrero debe trabajar más que las clases que tiene por delante si quiere prosperar, lo cual colabora a su vez al progreso de la nación’.
El mandato de Margaret Thatcher, que en Inglaterra puso en marcha políticas económicas similares a las de Ronald Reagan, se caracterizó igualmente por combinar altas dosis de puritanismo conservador con conceptos propios del liberalismo económico. Thatcher convenció a la ciudadanía británica con mensajes en torno a la necesidad de liberar al individuo de la burocracia estatal pero por encima de todo creía firmemente en el regreso a los valores victorianos, que en sus propias palabras ‘hicieron grande a nuestro país: el ahorro, la disciplina y el trabajo duro’.
‘Si Thatcher abrazó la filosofía del libre mercado es por la gran capacidad que este sistema tiene para disciplinar a los trabajadores’, dice el político laborista David Marquand. La Dama de Hierro confiaba plenamente en el capitalismo liberal para cambiar el alma de los ciudadanos que sin programas de protección social deben adoptar hábitos de vida rigurosos ante el riesgo de caer en la pobreza y la marginación.
Por lo general detrás de todo político y economista neoliberal suele haber o bien un darwinista social o bien un puritano convencido de que el Estado del Bienestar representa un asalto directo contra la cultura del esfuerzo. Subir los impuestos es para ellos lo mismo que usurparle la riqueza al ciudadano útil y productivo en detrimento del talento, la virtud, el esfuerzo y la templanza.
Wendy Brown ha estudiado en profundidad el alma del neoliberalismo en varios libros en los cuales explica cómo para los intelectuales neoliberales los viejos patrones puritanos de la familia tradicional heteropatriarcal constituyen la piedra angular de sus teorías. El propio Keynes llegó a la conclusión de que los economistas liberales tienden a equiparar las crisis económicas con el concepto bíblico del pecado original porque tras sus teorías se esconden ‘almas austeras y puritanas’.
Batman y el Joker han sido reinterpretados a lo largo de los años por diversos ilustradores y escritores de cómics y novelas gráficas entre los cuales destaca Frank Miller, autor de ‘El retorno del Caballero Oscuro’ (‘Batman: The Dark Knight Returns’, 1986), donde Gotham City alcanza su punto más alto de crimen y decadencia. La adaptación cinematográfica corrió a cargo de Cristopher Nolan bajo el título de ‘El caballero oscuro’ (‘The Dark Knight’, 2008).
En ‘El Caballero Oscuro’ el Joker utiliza conceptos de la teoría de juegos de John Nash para llevar a cabo sus crímenes y sembrar el caos en Gotham City, emergiendo como un villano especialmente ingenioso a la hora de diseñar situaciones que recuerdan al ‘dilema del prisionero’, donde los incentivos perversos y la información asimétrica condicionan la toma individual de decisiones.
La vida de John Nash sirvió anteriormente de inspiración para la película ‘Una mente maravillosa’ (‘A Beautiful Mind’, 2001), protagonizada por Russell Crowe y basada en la novela de 1998 del mismo título de Sylvia Nasar. A Nash le dieron el premio Nobel de Economía en 1994 por sus trabajos sobre la teoría de juegos aplicada al estudio de las decisiones que toman los individuos y las empresas para competir en los mercados.
Adam Curtis en su magnífico documental para la BBC ‘La Trampa: ¿Qué fue de nuestro sueño de libertad?’ (‘The Trap: What Happened to Our Dream of Freedom’, 2007) profundizó en el vínculo ideológico entre el neoliberalismo y los juegos de Nash, cuyas teorías fueron muy bien acogidas por el establishment capitalista ya que aparentemente sirvieron para ratificar por la vía de la matemática el dogma liberal de Adam Smith sobre la riqueza de las naciones. Los juegos de Nash aparentemente demuestran por la vía de la matemática que la búsqueda del interés propio conduce al equilibrio social.
‘No es de la benevolencia del carnicero, el cervecero o el panadero de la que podemos esperar nuestra cena sino de su propio interés’. Esta es la más famosa cita de ‘La riqueza de las naciones’, primer gran ensayo de economía moderna publicado en 1776 con el título original de ‘An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations’ (‘Una investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones’). Gracias a esta frase Adam Smith fue coronado como el primer gurú del liberalismo económico si bien dejó escritas ideas mucho menos liberales como por ejemplo la defensa del intervencionismo estatal para impedir que los ricos abusen de los pobres.
El primer episodio de ‘La Trampa’ de Curtis se titula ‘Fuck you, buddy’ (Jódete, colega), que a su vez es el título de uno de los juegos desarrollados por la ‘mente maravillosa’ de John Nash, cuyas teorías inspiraron a varios de los asesores económicos de Reagan y Thatcher, caso de James Buchanan, discípulo aventajado de Friedrich Hayek. De gran influencia entre los economistas más neoliberales del mundo, Buchanan ganó el Nobel de 1986 por sus trabajos en torno a la teoría de la elección pública (Public Choice Theory) según la cual el ‘interés público’ es un concepto abstracto que no debe preocupar a los economistas.
La palabra ‘neoliberalismo’ fue acuñada en París en una reunión celebrada en 1938 donde se encontraron entre otros Ludwig Von Mises y Friedrich Hayek. Aquella reunión fue la semilla de la Sociedad Mont Pelerin, fundada en 1947, en torno a la cual se propagó esta filosofía económica neopuritana y neodarwinista por todo el mundo a través de las universidades, los medios de comunicación, las fundaciones y los think-tanks.
Christian Laval y Pierre Dardot han explicado cómo el neoliberalismo es una revisión del darwinismo-social que ha terminado imponiendo en todo el mundo la lógica reduccionista del homo economicus de tal modo que ‘no solo tenemos que vérnoslas con una doctrina ideológica y con una política económica sino también con un verdadero proyecto de sociedad en construcción y una específica fabricación del ser humano’.
Al neoliberalismo deberíamos llamarlo de cualquier otra manera porque lo que propone es un orden aberrante que potencia la prostitución sexual e intelectual y la explotación del ser humano y la naturaleza así como la especulación financiera hasta con los bienes más básicos como la comida o los medicamentos. La ideología neoliberal protege el espíritu de los lobos, los buitres y los pulpos vampiros, estimulando la especulación no solo con el hambre y la enfermedad sino también con los conflictos militares y las crisis económicas.
Como Christian Laval y Pierre Dardot, otros dos sociólogos franceses, Luc Boltanski y Eve Chiapello en ‘El nuevo espíritu del capitalismo’ (‘Le nouvel esprit du capitalisme’ 2002), han indagado en las tripas del neoliberalismo llegando a conclusiones muy parecidas. Según Boltanski y Chiapello el neoliberalismo enmascara la desigualdad y la injusticia social presentando un tramposo relato que consigue hacer que el ciudadano acepte su suerte, sometido a la condición de mercancía sujeta a la ley supuestamente natural de la oferta y la demanda y a las falsas verdades de la competencia perfecta y la soberanía del consumidor.
Muchos otros expertos en el estudio del neoliberalismo se han explayado explicando sus disfunciones, caso de David Harvey, John Gray o Gary Gerstle. Para todos ellos el fracaso de este sistema es evidente ante el crecimiento de la desigualdad, la explotación laboral, el deterioro del medio ambiente, o el descontrol de la especulación financiera.
Con el crack financiero de 2008 y los consiguientes rescates bancarios aumentaron las voces contrarias al neoliberalismo. Posteriormente la pandemia del coronavirus y la guerra de Ucrania han terminado por debilitar los dogmas de esta doctrina económica dado que todos los gobiernos del mundo se han visto obligados a intervenir para corregir los fallos del mercado.
El fiasco de las políticas neoliberales se ha evidenciado especialmente con la debacle del gobierno de Liz Truss, la primera ministra con el mandato más breve de la historia de Reino Unido. Liz Truss llegó a Downing Street el 6 de septiembre de 2022 y reivindicando el legado de Margaret Thatcher anunció una irresponsable bajada de impuestos masiva en un contexto económico muy poco favorable para hacer tal cosa según le advirtió el FMI y otros organismos económicos. Truss se vio obligada a dimitir apenas 45 días después de formar gobierno cuando los propios mercados financieros rechazaron la reforma fiscal que pretendía llevar a cabo al encontrarla capaz de provocar una crisis de deuda con el potencial de desestabilizar la economía del Reino Unido.
El estreno de ‘Joker’ en 2019 coincidió con protestas ciudadanas en todo el mundo, desde Hong Kong al Líbano pasando por Cataluña o Ecuador. En muchas manifestaciones su máscara se vio al lado de las de ‘V de Vendetta’ o ‘La casa de papel’ y tuvo una singular presencia en Chile, país que Mario Vargas Llosa y otros ilustres apóstoles del libre mercado llevan años poniendo como modelo a seguir en Latinoamérica.
Lejos de ser ningún ejemplo Chile ha sido el gran laboratorio neoliberal desde tiempos del general Pinochet, quien aconsejado por los mismos economistas que asesoraron a Reagan y Thatcher privatizó no solo las pensiones sino muchas empresas públicas sin transparencia alguna, favoreciendo los intereses personales de familias y grupos privados afines a la dictadura militar en perjuicio del conjunto de la ciudadanía.
La alianza entre los economistas neoliberales y la extrema derecha militar y religiosa se ha evidenciado con frecuencia en muchos otros países latinoamericanos, caso de Brasil, donde Jair Bolsonaro llegó al poder en 2019 de la mano de las iglesias evangélicas y pentecostales.
Los dos ejes prioritarios de la acción presidencial de Bolsonaro fueron por un lado los valores familiares tradicionales y las enseñanzas de la Biblia, y por otro lado el manejo de la economía al estilo de los Chicago Boys. Su ministro de finanzas fue Paulo Guedes, cofundador del Instituto Milennium, uno de los numerosos think-tanks que predican por Latinoamérica el credo neoliberal.
La Unión Europea que surge del Tratado de Maastricht se construyó por otra parte bajo la inspiración de los mismos economistas de agua dulce que asesoraron a Reagan, Thatcher y Pinochet, destacando entre todos ellos el canadiense Robert Mundell, discípulo de Milton Friedman y premio Nobel de 1999.
Para aliviar la Gran Recesión, la Unión Europea salvó a los bancos a costa de los trabajadores siguiendo las directrices de Robert Mundell, quien personalmente recomendó a los fundadores del euro limitar la capacidad de acción del Banco Central Europeo al control de la inflación, establecer techos rigurosos del gasto público, y mantener fuera del ámbito de las instituciones de Bruselas tanto los salarios como los impuestos.
Más allá de su extraordinario éxito de público, el ‘Joker’ de Tod Philips logró concentrar la atención de sociólogos, filósofos y otros intelectuales, provocando toda clase de comentarios e interpretaciones. Para Michael Moore esta película muestra mejor que ninguna otra obra de ficción el grado de degradación al que hemos llegado después de varias décadas de neoliberalismo. ‘Dicen que es una película violenta, enferma y moralmente corrupta. Una incitación y celebración del asesinato, pero la historia que cuenta y los problemas que plantea son profundos y necesarios’.
Julio Embid en ‘Con capa y antifaz: la ideología de los superhéroes’, explica cómo además de Batman el otro gran superhéroe de la factoría DC Comics, Superman, también es claramente de derechas, de hecho encarna al patriota puritano americano votante de Trump.
Aún más facha que Batman y Superman es Punisher, superhéroe neonazi de la Marvel que utiliza la extorsión y la tortura para combatir el crimen. En cualquier caso no todos los superhéroes norteamericanos son de derechas, también encontramos dentro del sello Marvel algunas excepciones como Daredevil, abogado laboralista del turno de oficio de Nueva York comprometido con las causas sociales, personaje creado por Stan Lee.
DC Comics es propiedad de Warner Media y Marvel fue adquirida por la Walt Disney Company, sin embargo ambas compañías de vez en cuando contratan los servicios de ilustradores y escritores tan contraculturales como el citado Stan Lee, o como Alan Moore, anarco-socialista declarado y afilado crítico de la sociedad capitalista.
La obra más conocida de Alan Moore es ‘V de Vendetta’ (‘V for Vendetta’), novela gráfica creada en 1982 y ambientada en la Gran Bretaña de 1997 como crítica a las políticas neoliberales de Margaret Thatcher. A Moore se le ocurrió la historia una vez que Thatcher empezó a llevar a cabo sus famosas reformas neoliberales que diezmaron a la clase obrera y provocaron violentas manifestaciones de protesta.
El personaje central es un anarquista apodado V cuyo rostro va siempre cubierto con una máscara que representa a Guy Fawkes, revolucionario inglés líder de la llamada ‘conspiración de la pólvora’ que en 1605 ingenió un fallido atentado terrorista contra la Cámara de los Lores de Londres. Esta novela gráfica inspiró la película del mismo título de 2005 dirigida por James McTeigue si bien Alan Moore no quedó del todo satisfecho con la adaptación de su obra.
Paradójicamente la máscara de ‘V de Vendetta’ es uno de los productos más vendidos de Amazon y uno de los géneros de merchandasing más rentables para Warner Media, conglomerado capitalista multinacional de medios de comunicación y entretenimiento que posee sus derechos de imagen.
La máscara de ‘V de Vendetta’ la utilizan los miembros de Anonymous, grupo de ciberactivistas que actúan en toda clase de acciones políticas de hackeo. Pero además también ha estado asociada a manifestaciones de derechas a la vez que a los diversos movimientos antisistema de izquierdas, desde el Occupy Wall Street de los Estados Unidos al 15-M español pasando por las primaveras árabes y las manifestaciones antigubernamentales de Tailandia, Turquía y muchos otros países.
Mientras el Capitalismo de Estado (CdE) de Rusia y China impone al estilo orwelliano fuertes medidas de censura y control de la información y el entretenimiento, el Capitalismo de Mercado (CdM) de Europa y Estados Unidos alimenta sin problemas la producción de obras críticas, como bien explica Francisco Martorell en ‘Contra la distopía. La cara B de un género de masas’ (2021).
‘Al sistema no le hace daño ser desacreditado. Lejos de sentirse perturbado por las críticas, el capitalismo las impulsa y utiliza como carburante. De hecho las distopías anticapitalistas blanquean el presente y juegan a favor del orden vigente al incentivar el consuelo de vivir en el menos malo de los mundos posibles -dice Francisco Martorell- Por increíble que parezca es el tipo de pensamiento que más beneficia al sistema porque reprime cualquier esperanza capaz de desafiarlo’.
El éxito de películas como ‘Joker’, ‘V de Vendetta’ y muchas otras obras críticas con el sistema sirven a la postre para afianzar lo que Mark Fisher ha llamado ‘realismo capitalista’, que básicamente es la idea de que no hay alternativa social posible.En su ensayo ‘Utopía no es una isla’ (2020), la crítica cultural Layla Martínez coincide con Francisco Martorell en el análisis de las distopías futuristas que consumimos masivamente en forma de libros, cómics, videojuegos, series o películas.
‘La intención de muchas de estas distopías era alertar sobre los peligros que se avecinaban si no cambiaban las cosas, concienciar sobre los riesgos del capitalismo salvaje o la deriva autoritaria de las democracias. También servir de catalizadoras de miedos y ansiedades colectivas. Sin embargo su efecto ha sido devastador. La ciencia ficción distópica ha sido fundamental para fijar el mantra de que no hay alternativa’.