20 CISNES NEGROS Y VERDES
‘Cuando el último árbol haya sido cortado, el último pez pescado,
y el último río envenenado, comprobaremos que el dinero
no se puede comer’. (Profecía de los indios Cree)
Nassim Nicholas Taleb es un inversor norteamericano-libanés que se hizo famoso con la publicación de ‘El cisne negro: El impacto de lo altamente improbable’ (‘The Black Swan: The Impact of the Highly Improbable’, 2007). Según la teoría de Taleb tanto la crisis de 2008 como la pandemia del coronavirus son ‘cisnes negros’ en tanto en cuanto se trata de eventos que de manera inesperada hacen saltar por los aires de la noche a la mañana no solo las expectativas y estrategias económicas de la mayoría de los inversores sino la situación social y política de las naciones.
Aplicando la estrategia del cisne negro a las finanzas con la idea de rentabilizar la caída de los mercados tras la aparición de algún acontecimiento inesperado N. N. Taleb fundó con Mark Spitznagel a finales de los años noventa el fondo de inversión Empirica Capital.
Tras forrarse con el hundimiento de las puntocom en 2001 Taleb abandonó Empirica Capital para dar conferencias y criticar algunos aspectos del capitalismo como el abusivo poder que han alcanzado los bancos de inversión. ‘Lo mejor que le podría pasar al mundo es la quiebra de Goldman Sachs’ ha llegado a afirmar N. N. Taleb en un arranque de franqueza inesperado para un inversor capitalista de éxito.
Tras la disolución de Empirica, Mark Spitznagel fundó Universal Investments, otro fondo de inversión especializado en ‘coberturas de caída’ que le reportó ganancias extraordinarias con el crack de 2008.
Spitznagel también se ha aventurado en el terreno de la filosofía económica con un libro titulado ‘El Tao del capital: Inversión austriaca en un mundo distorsionado’ (‘The Dao of Capital: Austrian Investing in a Distorted World’, 2013) donde recurre a la doctrina libertaria de la Escuela Austriaca de Economía a la vez que utiliza de forma sesgada la filosofía taoísta con objeto de justificar las actividades especulativas de alto riesgo sin regular.
Del mismo modo que Sun Tzu y Carl Von Clausewitz recurrieron a ciertos aspectos del taoísmo para elaborar sus manuales de estrategia militar, Mark Spitznagel ha trasladado algunos conceptos de esta milenaria sabiduría a la estrategia financiera dado que la mejor ruta hacia la victoria no siempre es el ataque directo sino la paciencia y el atrincheramiento con objeto de sacar provecho de los movimientos imprudentes de los demás inversores, ofuscados en su mayoría por la obtención de ganancias inmediatas.
Para los ‘black swan investors’ sacar provecho de las crisis y las catástrofes es completamente aceptable porque los ciclos económicos de expansión y crisis son inevitables. Las ‘coberturas de caída’ y cualquier otra forma de especulación financiera forman parte del proceso ‘liquidacionista’ de ‘destrucción creativa’ necesario para equilibrar el sistema, consecuentemente Mark Spitznagel considera que el Estado y los bancos centrales deben mantenerse al margen del supuesto orden natural de los mercados.
‘El cisne verde: Los bancos centrales y la estabilidad financiera en los tiempos del cambio climático’ (‘The Green Swan: Central banking and financial stability in the age of climate change’, 2020) es un libro publicado por el Banco de Pagos Internacionales (Bank for International Settlements o BIS), escrito por Patrick Bolton, Morgan Després, Frédéric Samana, Romain Svartzman, y Luiz Awazu Pereira da Silva. Este libro aborda el impacto impredecible que puede tener en la economía mundial un potencial desastre ecológico de efectos planetarios.
Los ‘cisnes verdes’ son ‘cisnes negros’ relacionados con la problemática medioambiental y representan una amenaza existencial para el conjunto de la humanidad. Los autores de ‘El cisne verde’ consideran que la estabilidad climática es un bien público global que ha de ser urgentemente protegido por las autoridades políticas o de otro modo corremos el riesgo de adentrarnos en situación de distopía generalizada.
Además de los perjuicios para la salud asociados a la contaminación atmosférica, el cambio climático implica el derretimiento de las capas de hielo de los glaciares, la subida del nivel del mar, la desertización progresiva de zonas hasta ahora templadas, y el incremento de los fenómenos meteorológicos extremos, desde sequías a lluvias torrenciales pasando por tsunamis, terremotos y huracanes.
Al volverse más frecuentes y prolongadas las olas de calor también es más fácil que se produzcan incendios forestales devastadores. Además de no actuar con firmeza también tendremos otros problemas asociados a la deforestación y disminución progresiva de la biodiversidad en paralelo al riesgo creciente de aparición de microorganismos parecidos al coronavirus que podrían provocar graves enfermedades, y la propagación de mosquitos procedentes de los trópicos capaces de contagiar el dengue, la malaria, o el zika.
Sin embargo a pesar del consenso científico, los intereses creados de las grandes empresas multinacionales del sector automovilístico y de otras industrias que tienen que ver con la explotación del petróleo y el carbón, han frenado cualquier tentativa de afrontar seriamente la transición ecológica.
Como el capitalismo se cimienta sobre la idea del crecimiento constante del PIB los bancos centrales con sus expansiones cuantitativas siguen beneficiando a las multinacionales contaminantes y extractivas. Tanto la Reserva Federal como el Banco Central Europeo han estado hasta el día de hoy ofreciendo liquidez a los inversionistas para la compra de bonos de las empresas energéticas tradicionales.
Las cumbres internacionales por otra parte continúan siendo inútiles y desde el Protocolo de Kioto al Acuerdo de París apenas se han hecho avances para frenar la distopía anunciada hace ya más de cincuenta años por científicos como James Lovelock, uno de los primeros en vislumbrar el potencial desastre al que estamos abocados si no acabamos pronto con la insensatez productivista.
James Lovelock fue un científico británico que dedicó su larga vida a divulgar la ‘hipótesis de Gaia’ que parte del concepto de la Tierra como un ente físico caracterizado por el equilibrio de los componentes químicos que configuran la atmósfera y la biosfera.
En 2006 Lovelock publicó ‘La venganza de Gaia’ (‘The Revenge of Gaia’) para explicar cómo el proceso de degradación del planeta causado por la emisión de gases de efecto invernadero está provocando el ‘enfado de Gaia’, nombre de la diosa primigenia que personifica la Tierra en la mitología griega.
Según James Lovelock mediado el siglo XXI una gran parte de Europa se parecerá al desierto del Sahara, muchas ciudades costeras quedarán sumergidas por el océano, y aproximadamente la mitad de la superficie habitable del planeta dejará de serlo, lo cual provocará la muerte de hasta el 80% de los seres humanos.
A lo mejor Lovelock exageraba cuando hizo sus predicciones pero ya en 1972 el Club de Roma encargó un informe sobre las consecuencias futuras de la contaminación, la acumulación de residuos, y la explotación de los recursos naturales, a un grupo de científicos del MIT (Massachusetts Institute of Technology) que alcanzó una gran repercusión internacional bajo el título de ‘Los límites del crecimiento’ (‘The Limits to Growth’).
A pesar de las serias advertencias ecológicas formuladas hace ya casi cincuenta años, los economistas ortodoxos han seguido trabajando para garantizar el máximo crecimiento de la productividad sin prestar atención al problema medioambiental.
A los economistas ortodoxos no les interesan las teorías de Nicholas Georgescu-Roegen, autor de ‘La ley de la entropía y el proceso económico’ (‘The Entropy Law and the Economic Process’, 1971). Georgescu-Roegen es de los pocos economistas que auguraron la degradación ambiental a partir del desequilibrio térmico del planeta como consecuencia del exceso de producción industrial.
Georgescu-Roegen es el principal gurú de la ‘bioeconomía’, ‘termoeconomía’ o ‘economía ecológica’ aunque algunos de sus discípulos y seguidores, como Herman Daily, Bertrand de Jouvenel o Joan Martínez Alier, mantienen posicionamientos distantes en torno a la problemática de la escasez y el crecimiento.
Serge Latouche, Mario Bonaiuti y otros gurús del movimiento por el decrecimiento que reivindican a Georgescu-Roegen coinciden básicamente a la hora de denunciar las falsas promesas del llamado ‘crecimiento sostenible’ por cuanto forma parte del ‘green-washing’ (‘lavado verde’) utilizado por muchas empresas para maquillar sus actividades contaminantes y engañar al público aparentando ser respetuosas con el medio ambiente cuando no lo son en absoluto.
Entre los ensayos más clarividentes sobre la posibilidad de crear un nuevo orden alternativo al crecimiento constante de la productividad merece la pena ‘Menos es más: Cómo el decrecimiento salvará al mundo’ (‘Less is More: Gow Degroth Will Save the World’, 2020) del antropólogo británico Jason Hickel. Su principal propuesta no es tanto el decrecimiento como una nueva manera de medir el progreso real que termine con el problema de las externalidades negativas del PIB.
La obsesión por el crecimiento del PIB, compartida lo mismo por el Capitalismo de Estado que por el Capitalismo de Mercado, e igualmente por los partidos de izquierda y derecha, es sin duda el problema de base del sistema. ‘El PIB es un indicador del valor de mercado de la producción total de mercancías. –dice Jason Hickel- Está diseñado para medir lo que sea de interés para el capital, no para medir el valor de uso ni el bienestar social. Necesitamos un nuevo índice de medición del progreso humano enfocado en resultados sociales y ecológicos’.
En la misma línea de Jason Hickel encontramos al filósofo japonés Kohei Saito, autor de ‘El capitalismo en la era del Antropoceno’ (‘Hitoshinsei no Shihonron’, 2020), libro de gran éxito en Japón, donde cada día hay más preocupación en torno a la problemática ecológica.
Los países asiáticos son desde hace ya varias décadas los más afectados por la obligación de competir en los mercados internacionales como dice Vandana Shiva. Esta activista ecofeminista reivindica la medicina tradicional de la India, el ayurveda, para aplicarla a la curación del ser humano y la naturaleza.
Para Vandana Shiva el ecofeminismo es la mejor respuesta intelectual a la crisis socioecológica ya que el mundo sufre ‘una crisis de raíz sexogenérica fruto de la prolongada explotación masculina, acumulativa y destructiva’. A su juicio el deterioro medioambiental está estrechamente relacionado con la filosofía mecanicista heredada del heteropatriarcado, cosmovisión que convierte al hombre en maltratador no solo de los seres más débiles sino de la propia naturaleza.
En ‘La doctrina del shock: El auge del capitalismo de desastre’ (‘The Shock Doctrine: The Rise of Disaster Capitalism’, 2007) Naomi Klein explicó con profusión de datos cómo a partir de las teorías de Milton Friedman el capitalismo neoliberal aprovecha los desastres naturales y las crisis del sistema para imponer acciones políticas que benefician los intereses de empresas privadas a costa del perjuicio de los intereses generales.
Siete años más tarde Naomi Klein publicó ‘Esto lo cambia todo: El capitalismo contra el clima’ (‘This Changes Everything: Capitalism vs. the Climate’, 2014), libro que completa una trilogía imprescindible para comprender el mundo que nos ha tocado vivir junto con ‘No Logo’ y ‘La doctrina del shock’.
En palabras de Naomi Klein ‘la cuestión ecológica desnuda todas las injusticias y disfunciones del capitalismo y al formar un sistema de creencias que vilipendia la acción colectiva y declara la guerra contra toda regulación de la actividad empresarial y contra todo lo público es irreconciliable con un problema que exige precisamente una decidida acción colectiva a una escala sin precedentes y una contención drástica de las fuerzas del mercado’.
Si la cuestión ecológica no ha sido debidamente abordada es porque según Naomi Klein ‘la lucha contra el cambio climático hace saltar por los aires el andamiaje ideológico que sostiene al conservadurismo contemporáneo’.
Lo reconoce desde las antípodas ideológicas Nigel Lawson, exministro de Economía y Hacienda de Margaret Thatcher: ‘El ecologismo moderno consigue promover muchas de las causas tan queridas entre la izquierda: la regulación de la economía, la redistribución de la riqueza, las subidas de impuestos, y una mayor intervención del Estado’.
El activismo verde es el nuevo peligro rojo, de ahí que el establishment capitalista subvencione think-tanks como el Instituto Heartland, laboratorio de ideas con sede en Chicago dedicado a promover soluciones de libre mercado y organizar seminarios negacionistas del cambio climático. ‘Para las élites el cambio climático es un caballo de Troya diseñado para abolir el capitalismo y reemplazarlo por cierto comunalismo verde’ dice Naomi Klein.
Admitir la necesidad de reconvertir el sistema capitalista en función a la crisis ecológica significaría según Naomi Klein para las élites ‘perder la batalla ideológica central de nuestro tiempo, es decir la batalla que se libra en torno a si necesitamos planificar y administrar nuestras sociedades o si podemos dejar esa labor en manos de la ‘magia’ del mercado’.
Vandana Shiva y Naomi Klein forman parte de una admirable lista de mujeres intelectuales procedentes de diversos ámbitos y naciones que defienden los principios de la bioeconomía ecofeminista y abogan por superar el vigente modelo neoliberal explotador de la naturaleza y los seres humanos. Merece la pena destacar dentro de esta misma línea de pensamiento a un interesante grupo de economistas heterodoxas, caso de Paulina Tcherneva, Stephanie Kelton, Maurizia Mazzucatto o Kate Raworth.
Kate Raworth es la autora de ‘Economía rosquilla: 7 maneras de pensar la economía del siglo XXI’ (‘Doughnut Economics: Seven Ways to Think Like a 21st Century Economist’, 2017) donde propone para salir de la dictadura del crecimiento del PIB reemplazar el actual modelo productivista de línea ascendente por un círculo virtuoso en forma de donut o rosquilla. Este modelo alternativo debería cubrir las necesidades básicas de la sociedad garantizando a todo el mundo un empleo público en actividades ecológicas de valor social.
Mariana Mazucatto por su parte además de explicar en sus libros el crucial papel del Estado en los grandes avances de la humanidad ha profundizado con riqueza de detalles en la errónea idea del concepto de ‘valor’ que tienen los economistas ortodoxos. También merece la pena escuchar y leer a Stephanie Kelton y Paulina Tcherneva, expertas en Teoría Monetaria Moderna y defensoras de un Green New Deal o Nuevo Pacto Verde capaz de frenar el deterioro medioambiental y acabar a la vez con el paro mediante la creación de empleos públicos de valor social garantizados para todos los ciudadanos.
Todas estas mujeres retoman el legado de la californiana Elinor Ostrom, primera mujer galardonada con el Nobel de Economía en el año 2009. Superando la tesis de ‘la tragedia de los comunes’ y otros argumentos de defensa de la privatización de los recursos naturales, Ostrom dedicó su vida al estudio de los bienes comunes mediante propuestas de gobernanza comunitaria de los ríos, los bosques, las zonas de pasto, o los sistemas de riego, partiendo de la gestión ciudadana apoyada por el Estado.
Al margen de su voluntaria ceguera en relación a la crisis ecológica lo más escandaloso de los economistas ortodoxos es su silencio cómplice ante los numerosos abusos y crímenes del capital relacionados con los pueblos originales de Asia, África o Latinoamérica, donde cientos de activistas han sido asesinados por sicarios al servicio de terratenientes locales y directivos de multinacionales.
El brasileño Chico Mendes o la hondureña Berta Cáceres son solo dos de los casos más llamativos de una larguísima lista de ecologistas que han pagado con su vida la defensa del medio ambiente frente a la codicia del capitalismo global. Lamentablemente todos aquellos que se atreven a hacer frente a la agricultura a gran escala, a la tala de árboles, al traslado de residuos industriales, o a la instalación de centrales hidroeléctricas, son convertidos en enemigo a batir por las buenas o por las malas.
Los crímenes cometidos por el capital global para neutralizar a todo aquel que amenaza su insaciable ánimo de lucro apenas han sido sin embargo investigados por la justicia de modo que sus autores intelectuales disfrutan de plena impunidad mientras el miedo y la desesperación hacen estragos en el seno del activismo medioambiental.
Además de las barbaridades cometidas por las grandes empresas petroleras o madereras, capaces de emplear métodos mafiosos con tal de expandir sus negocios por todo el mundo, pocos sectores están libres de culpa. Por ejemplo la industria textil al margen de practicar una cruel y abusiva explotación de la mano de obra mediante la subcontratación de talleres baratos en países que carecen de regulaciones laborales genera millones de toneladas de desechos tóxicos que contaminan la atmósfera y el agua de los ríos y los mares.
Por otra parte las empresas automovilísticas siguen vendiendo vehículos altamente contaminantes después de recibir ayudas de los gobiernos para paliar los efectos del crack de 2008, consecuentemente el aire que respiramos en las grandes ciudades sigue causando graves enfermedades respiratorias. De otro lado los productos petroquímicos como el plástico continúan devastando el medio ambiente de todo el mundo, perjudicando especialmente a las faunas marinas.
En cuanto a la industria farmacéutica conviene recordar que nunca ha tenido ningún escrúpulo para dejar morir a quienes no pueden costearse los medicamentos necesarios para curar enfermedades como el SIDA o la hepatitis C.
Gracias a la Ley Hatch-Waxman aprobada por Ronald Reagan en 1984 las empresas de este sector pueden patentar medicamentos hasta el punto de impedir la producción de genéricos. El sistema de patentes cuenta con el beneplácito de la OMC a pesar de generar graves perjuicios a los ciudadanos de los países subdesarrollados que no pueden acceder a los tratamientos necesarios para curarse.
Además de establecer sus fábricas en países donde las condiciones laborales son más ventajosas con los beneficios desorbitados que obtienen las farmacéuticas han llegado a sobornar a médicos para recetar sus productos y a comprar favores legislativos para comercializar medicamentos que a veces han resultado no solo ineficaces sino dañinos para la salud.
Por otro lado aunque las grandes empresas farmacéuticas que han producido las vacunas para la COVID-19 lo han hecho con la ayuda de fondos públicos de ninguna manera han puesto sus ganancias privadas por debajo de la salud pública.
Precisamente el hecho de haberse aprovechado anteriormente de la alerta de falsas pandemias para venderle a los gobiernos vacunas y antivirales que luego no fueron utilizados es uno de los factores que colaboraron a subestimar la propagación y los efectos del coronavirus. Cabe recordar que en 2010 los gobiernos de todo el mundo gastaron en vano más de 10 mil millones de dólares en la compra de millones de dosis para vacunar a sus ciudadanos contra la gripe A o gripe porcina (virus de la influenza AH1N1) que finalmente acabaron en el cubo de la basura.
La humanidad ha sufrido pestes y toda clase de enfermedades contagiosas desde el principio de los tiempos pero muchos científicos coinciden en que la agricultura intensiva junto con la pérdida de la biodiversidad y la destrucción masiva de bosques tropicales provocan graves consecuencias para la salud pública. En ‘Grandes granjas, grandes gripes’ (‘Big Farms, Big Flu’, 2016) el biólogo Rob Wallace explica cómo la producción industrial masiva de alimentos cárnicos colabora a la aparición de nuevos virus y enfermedades.
Carl Zimmer en ‘Un planeta de virus’ (‘A Planet of Viruses’, 2020) cuenta a su vez cómo los virus no solo han acompañado al ser humano desde su existencia sino que han dado lugar a las primeras formas de vida, sin embargo está demostrado que la industrialización masiva del planeta ha colaborado a generar procesos de zoonosis como el coronavirus. ‘Aunque el ser humano ha sufrido siempre enfermedades víricas –afirma Zimmer- no podemos obviar los profundos impactos en la salud pública de origen antropogénico’.
‘No existe una receta más segura para más pandemias que la deforestación; en esto la ciencia es unánime’ dice por su parte Andreas Malm, autor de varios libros muy oportunos sobre la crisis ecosocial entre los cuales cabe destacar ‘Capital fósil: el auge del vapor y las raíces del calentamiento global’ (‘Fossil Capital: The Rise of Steam Power and the Roots of Global Warming’, 2017) donde hurga en la acción depredadora del capitalismo sobre el medio ambiente desde los tiempos de la Revolución Industrial.
Según este activista sueco experto en cambio climático las dinámicas extractivistas del imperialismo energético se sustentan sobre la utilización de los combustibles fósiles como fuentes primarias de energía.
Partiendo de la teoría de Andreas Malm el historiador Jaime Vindel en ‘Estética fósil: Imaginarios de la energía y crisis ecosocial’ (2020) sostiene que el uso de los combustibles fósiles no solo ha provocado la explotación de la naturaleza y de la clase trabajadora sino que además ha colaborado a formatear un imaginario cultural capaz de legitimar en todo el mundo la destructiva cosmovisión productivista del sistema capitalista.
Que la quema de combustibles fósiles como el petróleo, el gas y el carbón, produce emisiones de dióxido de carbono, y que a su vez estas emisiones producen importantes alteraciones climáticas y ecológicas, es un hecho demostrado y confirma que el ser humano se ha convertido en un agente geológico, por eso algunos científicos han empezado a hablar del Antropoceno como etapa posterior al Holoceno, destacando de este modo el significativo impacto global que las actividades humanas tienen sobre los ecosistemas terrestres.
Sobre la cuestión del origen antropogénico de la nueva era geológica ha profundizado Jason Moore, autor de ‘El capitalismo en la trama de la vida’ (‘Capitalism in the Web of Life’, 2015) donde ahonda en la ‘raíz patriarcal y prometeica del capitalismo’ que nos mal enseña a dominar la naturaleza sin considerar los límites del crecimiento.
Más allá del Antropoceno para Jason Moore hemos entrado en la era del ‘Capitaloceno’ ya que la crisis ecológica no ha sido creada concretamente por el ser humano, sino por las estructuras de dominación del capitalismo patriarcal globalizado.
La destrucción de la naturaleza pone definitivamente en evidencia a la globalización capitalista pero la potencial catástrofe ecológica que amenaza la vida humana no solo es rentable para los fondos de inversión especializados en cisnes negros sino también para muchas corporaciones relacionadas con los cisnes verdes, como por ejemplo Raytheon, empresa de defensa y seguridad que en un informe interno reconoce ‘la probabilidad de que crezcan las oportunidades de negocio como resultado de la modificación del comportamiento y las necesidades de los consumidores en respuesta al cambio climático’.
Aunque el Green New Deal parece una idea de pura lógica y sentido común conviene no obstante tener en cuenta que la transición de las energías fósiles a las renovables implicará ‘un drástico aumento de la extracción de metales y minerales raros’ como dice Jason Hickel. Los coches eléctricos y las turbinas eólicas necesitarán grandes cantidades de cobalto, zinc, cromo, selenio y otros metales y ‘tierras raras’, de modo que en opinión de Hickel la única solución es un cambio radical de nuestro modo de vida por la vía del decrecimiento.
Si no queremos acabar como en las novelas y películas ‘cli-fis’ que presagian un negro futuro para la especie humana como consecuencia del cambio climático lo más sensato es cambiar de paradigma económico pero el establishment capitalista se resiste a tan necesaria transformación no solo al ver amenazado el orden social dominante sino también la cosmovisión heteropatriarcal que inclina al ser humano a ejercer su dominio sobre la naturaleza de forma tóxica e insostenible.
En los tiempos del coronavirus y las grandes amenazas ecológicas que afronta la humanidad es más evidente que nunca la necesidad de superar la idea del mundo como una gran competición productivista para dar paso a un nuevo paradigma de progreso a partir de la comprensión del universo como un conjunto de equilibrios químicos y físicos. Para ello, como dice Vandana Shiva, es necesario sacudirnos de la dictadura del PIB y el fetichismo de la competitividad heredado de la antropología heteroptariarcal.