2 UNA DISTOPÍA AMBIGUA
'Nada hay que temer de los proletarios, continuarán de generación en generación y siglo en siglo trabajando, procreando, y muriendo, no solo sin sentir impulsos de rebelarse sino sin la facultad de comprender que el mundo podría ser diferente de lo que es’.
(George Orwell, ‘1984’)
Si ‘1984 y ‘Un mundo feliz’ son dos novelas que nunca pasan de moda es porque imaginando el futuro tanto Orwell como Huxley formularon interesantes observaciones sobre la esencia de la sociedad humana. Por esa misma razón es recomendable leer a Ursula Kroeber Le Guin, autora de ‘Los desposeídos: Una utopía ambigua' ('The Dispossessed: An Ambiguous Utopia', 1974), cuya acción tiene lugar en el Ekumen, galaxia donde los seres humanos se reparten entre dos diferentes planetas: Urras se rige por los principios capitalistas del consumismo y la competitividad mientras en Anarres tienen un sistema colectivista de bienes comunes. Cada uno de estos dos planetas sufre diferentes problemas de modo que ninguno disfruta de una situación utópica. Como dice Francisco Martorell, buen lector de Ursula K. Le Guin, ‘la frontera entre utopía y distopía es porosa porque no tratamos con polos opuestos o excluyentes. En toda utopía habita una distopía potencial y en toda distopía palpita una utopía implícita'.
Otra interesante novela de Le Guin es ‘El nombre del mundo es Bosque’ (The Word for World is Forest’, 1976), una de las muchas fuentes de inspiración de ‘Avatar’ (2009), la película de James Cameron que narra la colonización de Pandora, luna de Polifemo, donde viven los na’vi, criaturas de piel azul y rasgos humanoides. La tranquila existencia de la gente de este planeta se cruza con la aparición de una empresa capitalista que dispone de un ejército propio capaz de exterminar a la población original para hacerse con los recursos naturales del planeta cuyo subsuelo es rico en un mineral aún más preciado que el oro.
Ursula K. Le Guin estudió en el Berkeley High School a primeros de los años cuarenta del siglo pasado, coincidiendo con Philip K. Dick. Apenas se conocieron personalmente pero al margen de ser compañeros de instituto y compartir la letra K en medio de sus nombres ambos también compartieron sueños literarios en la próspera pero paranoica California de la posguerra y ambos encontraron en la ciencia ficción la mejor manera de somatizar sus peores pesadillas.
Philip K. Dick ha pasado a la historia como el autor de ‘¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?’ (’Do Androids Dream of Electric Sheep?’, 1968), el relato que inspiró ’Blade Runner’ (1982) de Ridley Scott. En este y otros relatos Phil K. Dick noveló la llegada de la era de la posverdad a la par de la evolución del capitalismo hasta la aparición de una pujante industria de inteligencia artificial controlada por complejas corporaciones multinacionales que han tomado el mando de los gobiernos nacionales pasando a ejercer de facto el poder no solo económico sino también político, militar y cultural.
‘Blade Runner’ nos lleva al año 2019 en Los Ángeles, donde cae sin parar la lluvia ácida en medio de un siniestro panorama dominado por la contaminación y la publicidad. Toda la tierra está sufriendo las consecuencias del deterioro medioambiental de modo que el nuevo ‘american dream’ pasa por tener dinero suficiente como para comprar un pasaje al 'off-world' y empezar una mejor vida en las nuevas colonias extraterrestres comercializadas por corporaciones multiplanetarias como Shimago-Domínguez, empresa que promociona la venta de bienes raíces en el extramundo.
Otra empresa capitalista, la Tyrell Corporation, se encarga de fabricar ‘replicantes’, robots tan parecidos a los seres humanos que resulta casi imposible diferenciarlos de nosotros. ‘¿Qué es real cuando estamos siendo constantemente bombardeados con fake news por individuos que cuentan con medios electrónicos cada vez más sofisticados?’ se preguntaba Phil Dick y eso que murió en 1982, antes de la aparición de los deep fakes, los bots y los siniestros algoritmos que hoy emplean masivamente los profesionales de la ciberpropaganda, mucho antes también de la irrupción masiva en todo el mundo de los partidos políticos neopopulistas y neofascistas.
Phil K. Dick murió además mucho antes de la expansión en los mercados financieros de los productos estructurados de alta gama que generaron el crack de 2008 y la consiguiente Gran Recesión. Esos productos comercializados por los profesionales de la especulación financiera con toda clase de sofisticados nombres y siglas son los que terminaron reventando a finales de la primera década del presente siglo la burbuja inmobiliaria y financiera que desencadenó el posterior capitaclismo internacional cuyo coste sin embargo se cargó sobre las clases trabajadoras.
Los especuladores además de ser exonerados de toda culpa fueron rescatados con dinero público. La factura de los platos rotos se la pasaron a las clases medias y bajas que adoctrinadas en los mitos puritanos que subyacen bajo la ideología capitalista se tragaron el cuento de las famosas ‘reformas estructurales’. ‘La herramienta básica para la manipulación de la realidad es al fin y al cabo la manipulación del lenguaje. –decía Phil Dick- Si controlas el significado de las palabras controlas a quienes las usan’.
Los personajes phildickianos tienen problemas no solo para diferenciar la verdad de la mentira sino incluso a los seres realmente humanos de sus replicantes del mismo modo que hoy corremos el riesgo de caer definitivamente confundidos entre la ficción y la no ficción. ‘Aunque Phil K. Dick era más paranoico de lo normal no tenía un pelo de loco’, dice Douglas Rushkoff, profesor de cultura virtual de la Universidad de Nueva York especializado en literatura ciberpunk.
Un buen día poco antes de la pandemia del coronavirus Rushkoff fue a dar una charla a un resort de superlujo ante un público compuesto mayoritariamente por millonarios. ‘Empezaron planteando cuestiones bastante inocuas tales como ¿Ethereum o Bitcoin? ¿Qué región se verá menos afectada por el cambio climático, Nueva Zelanda o Alaska? El director general de una agencia financiera me dijo que estaba a punto de terminar de construirse un búnker. ¿Cómo conseguiré imponer mi autoridad sobre mi guardia de seguridad después del acontecimiento? ¡El acontecimiento! Este era el eufemismo que empleaba para el colapso medioambiental, la agitación social, la explosión nuclear, la propagación imparable de un virus, o el momento en que el hacker de 'Mr. Robot' acabe con todo’.
Con cada crisis nos hacen creer que la culpa de la decadencia de Occidente viene por la vía del deterioro de la cultura del esfuerzo y la ética del trabajo pero la realidad es que nunca ha sido la vagancia o la improductividad de los trabajadores sino la codicia humana de los especuladores la principal causa de las grandes crisis económicas y catástrofes sociales de nuestros tiempos.
Todas las crisis capitalistas han sido provocadas por problemas relacionados con los excesos especulativos de las élites financieras. Jamás se ha producido ninguna crisis económica porque los ciudadanos hayamos vivido por encima de nuestras posibilidades. La propaganda capitalista y la liturgia paleoconservadora confluyen en este punto a la hora de revivir la historia bíblica del pecado original y usar de chivos expiatorios a los ciudadanos improductivos si bien la tozuda realidad demuestra que ha sido siempre mediante abusos monetarios y financieros, cuando no directamente mediante el saqueo más o menos disimulado, o a partir de grandes ayudas y rescates estatales realizados con dinero público, como los grandes capitalistas de todo el mundo y todo momento han ganado cuota de mercado y poder a costa de la diezmada y confundida clase trabajadora.
A sus atrocidades históricas en forma lo mismo de expropiaciones campesinas que de sobornos políticos, cracks financieros, guerras económicas y represiones sangrientas de la lucha obrera, hay que sumar la prostitución creciente de la cultura a partir de un gran aparato de propaganda al que se vienen sumando desde que el capitalismo es capitalismo intelectuales de todos los campos y apetitos condicionados por las duras reglas no escritas de la carrera de ratas de sus respectivas profesiones.
Ojalá la ‘explotación laboral’ fuera un delirio marxista pero la explotación laboral existe como existe la ‘plusvalía capitalista’. No cabe duda de que el mundo ha progresado enormemente gracias al sistema de mercado pero no podemos olvidar que la historia del capitalismo es básicamente la historia de cinco crímenes impunes: 1) explotación laboral. 2) contaminación ecológica. 3) especulación financiera. 4) corrupción de la política y la justicia. 5) prostitución de la información y la cultura.
Para aliviarse de sus delitos tanto el Capitalismo de Mercado (CdM) occidental como el Capitalismo de Estado (CdE) ruso-chino han encontrado terreno firme donde agarrarse en el tradicionalismo puritano arraigado en la psique de todos los pueblos del mundo por la vía de las mitologías religiosas.
Se trata del mismo puritanismo que en su día denunció John Maynard Keynes cuando se rebeló contra la hipocresía victoriana que imploraba austeridad al sector público con la idea de fomentar la competitividad de la nación mientras permitía los despilfarros más egoístas e inmorales dentro del sector privado.
Max Wever explicó que el capitalismo occidental es una ideología anclada al luteranismo y al calvinismo pero el capitalismo chino enlaza con otra clase de puritanismo de raíces confucianas. No es casualidad que el CdE chino despegara en los años sesenta bajo el mando del asceta Den Xiaoping como tampoco lo es que el neoliberalismo occidental se haya impuesto en los Estados Unidos e Inglaterra gracias a dos políticos tan victorianos como Margaret Thatcher y Ronald Reagan.
Ursula K. Le Guin reflexionó mucho en sus cuentos, ensayos y novelas, sobre el problema del fetichismo de la productividad relacionado con la mentalidad productivista puritana y patriarcal, y llegó a la conclusión de que aún siendo imposible crear el mundo perfecto podemos y debemos sentar las bases de una sociedad más amable a la vez que más eficaz y sostenible. ‘No conoceremos nuestra propia injusticia si no podemos imaginar la justicia’ decía Le Guin.
Se trata de encontrar un punto intermedio entre la economía del compartir y la economía del competir, lo cual no es ningún utopismo ni buenismo ni idealismo sino simple ejercicio de puro sentido común. Es solo un mínimo de equilibrio entre el Yin y el Yang, es decir entre las energías masculina y femenina, que es lo mismo que decir entre lo tangible y lo intangible, entre la forma y la no-forma, entre la obra y la no-obra, entre la acción y la no-acción, entre el Yo y el Nosotros.
La obra de Le Guin nos ayuda a pensar en la necesidad de equilibrar fuerzas entre la esfera pública y la esfera privada, que es lo mismo que decir entre la filosofía del individuo y la filosofía de la sociedad, o en otras palabras, entre las fuerzas del Mercado y el Estado, instituciones indestructibles e inseparables con tendencia a corromperse en ausencia de transparencia y democracia pero en cualquier caso imprescindibles ambas para el progreso del ser humano.
A Le Guin le gustaba mucho ‘Koyaanisqatsi’, una extraña película de 1982, albores del neoliberalismo, dirigida por Godfrey Reggio. La palabra ‘koyaanisqatsi’ significa ‘vida sin equilibrio’ y procede de una de las lenguas originales de América, concretamente de los indios hopi. La película carece de diálogo y narración siguiendo los consejos del 'Tao Te King' ya que el Tao verdadero no puede explicarse con el lenguaje humano siempre inclinado al baile de significados como bien sabía Le Guin, autora no solo de novelas y cuentos de ciencia ficción sino también de la mejor traducción que se ha hecho nunca al inglés del ‘Tao Te King’.
El capitalismo es ‘vida sin equilibrio’ y por eso la película 'Koyaanisqatsi' solo tiene música, ruidos e imágenes, realmente no necesita palabras para recrear la sensación de desequilibrio que produce la sociedad hiperproductivista. Godfrey Reggio en colaboración con el legendario Philip Glass, autor de la banda sonora de la película, mostró con sutileza hace ya casi cuarenta años la amenaza de este sistema económico y político que al mercantilizar todos los ámbitos de la vida humana pone en peligro no solo el equilibrio ecológico sino el bienestar social.
Menos mal que Ursula K. Le Guin nunca fue tan paranoica como su compadre de instituto Phil K. Dick pues nunca perdió la fe en la posibilidad de construir una sociedad postneoliberal cimentada sobre la filosofía ecofeminista del respeto universal en armonía con el legado taoísta de Lao Tze, Piotr Kropotkin, y otros filósofos de los llamados 'utopistas', 'idealistas y 'buenistas' a los que dedicó 'Los que se alejan de Omelas', (‘The Ones Who Walk Away from Omelas’, 1973), cuento breve donde narra la historia de un país que solo tiene un 'pequeño problema' y es que el progreso de la nación depende del sacrificio de una criatura inocente. Los que se alejan de Omelas son un pequeño grupo de ciudadanos dispuestos a poner el principio de justicia social por encima de sus intereses privados e incluso por encima de los intereses de la patria.
Otra interesante novela de Le Guin es ‘El nombre del mundo es Bosque’ (The Word for World is Forest’, 1976), una de las muchas fuentes de inspiración de ‘Avatar’ (2009), la película de James Cameron que narra la colonización de Pandora, luna de Polifemo, donde viven los na’vi, criaturas de piel azul y rasgos humanoides. La tranquila existencia de la gente de este planeta se cruza con la aparición de una empresa capitalista que dispone de un ejército propio capaz de exterminar a la población original para hacerse con los recursos naturales del planeta cuyo subsuelo es rico en un mineral aún más preciado que el oro.
Ursula K. Le Guin estudió en el Berkeley High School a primeros de los años cuarenta del siglo pasado, coincidiendo con Philip K. Dick. Apenas se conocieron personalmente pero al margen de ser compañeros de instituto y compartir la letra K en medio de sus nombres ambos también compartieron sueños literarios en la próspera pero paranoica California de la posguerra y ambos encontraron en la ciencia ficción la mejor manera de somatizar sus peores pesadillas.
Philip K. Dick ha pasado a la historia como el autor de ‘¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?’ (’Do Androids Dream of Electric Sheep?’, 1968), el relato que inspiró ’Blade Runner’ (1982) de Ridley Scott. En este y otros relatos Phil K. Dick noveló la llegada de la era de la posverdad a la par de la evolución del capitalismo hasta la aparición de una pujante industria de inteligencia artificial controlada por complejas corporaciones multinacionales que han tomado el mando de los gobiernos nacionales pasando a ejercer de facto el poder no solo económico sino también político, militar y cultural.
‘Blade Runner’ nos lleva al año 2019 en Los Ángeles, donde cae sin parar la lluvia ácida en medio de un siniestro panorama dominado por la contaminación y la publicidad. Toda la tierra está sufriendo las consecuencias del deterioro medioambiental de modo que el nuevo ‘american dream’ pasa por tener dinero suficiente como para comprar un pasaje al 'off-world' y empezar una mejor vida en las nuevas colonias extraterrestres comercializadas por corporaciones multiplanetarias como Shimago-Domínguez, empresa que promociona la venta de bienes raíces en el extramundo.
Otra empresa capitalista, la Tyrell Corporation, se encarga de fabricar ‘replicantes’, robots tan parecidos a los seres humanos que resulta casi imposible diferenciarlos de nosotros. ‘¿Qué es real cuando estamos siendo constantemente bombardeados con fake news por individuos que cuentan con medios electrónicos cada vez más sofisticados?’ se preguntaba Phil Dick y eso que murió en 1982, antes de la aparición de los deep fakes, los bots y los siniestros algoritmos que hoy emplean masivamente los profesionales de la ciberpropaganda, mucho antes también de la irrupción masiva en todo el mundo de los partidos políticos neopopulistas y neofascistas.
Phil K. Dick murió además mucho antes de la expansión en los mercados financieros de los productos estructurados de alta gama que generaron el crack de 2008 y la consiguiente Gran Recesión. Esos productos comercializados por los profesionales de la especulación financiera con toda clase de sofisticados nombres y siglas son los que terminaron reventando a finales de la primera década del presente siglo la burbuja inmobiliaria y financiera que desencadenó el posterior capitaclismo internacional cuyo coste sin embargo se cargó sobre las clases trabajadoras.
Los especuladores además de ser exonerados de toda culpa fueron rescatados con dinero público. La factura de los platos rotos se la pasaron a las clases medias y bajas que adoctrinadas en los mitos puritanos que subyacen bajo la ideología capitalista se tragaron el cuento de las famosas ‘reformas estructurales’. ‘La herramienta básica para la manipulación de la realidad es al fin y al cabo la manipulación del lenguaje. –decía Phil Dick- Si controlas el significado de las palabras controlas a quienes las usan’.
Los personajes phildickianos tienen problemas no solo para diferenciar la verdad de la mentira sino incluso a los seres realmente humanos de sus replicantes del mismo modo que hoy corremos el riesgo de caer definitivamente confundidos entre la ficción y la no ficción. ‘Aunque Phil K. Dick era más paranoico de lo normal no tenía un pelo de loco’, dice Douglas Rushkoff, profesor de cultura virtual de la Universidad de Nueva York especializado en literatura ciberpunk.
Un buen día poco antes de la pandemia del coronavirus Rushkoff fue a dar una charla a un resort de superlujo ante un público compuesto mayoritariamente por millonarios. ‘Empezaron planteando cuestiones bastante inocuas tales como ¿Ethereum o Bitcoin? ¿Qué región se verá menos afectada por el cambio climático, Nueva Zelanda o Alaska? El director general de una agencia financiera me dijo que estaba a punto de terminar de construirse un búnker. ¿Cómo conseguiré imponer mi autoridad sobre mi guardia de seguridad después del acontecimiento? ¡El acontecimiento! Este era el eufemismo que empleaba para el colapso medioambiental, la agitación social, la explosión nuclear, la propagación imparable de un virus, o el momento en que el hacker de 'Mr. Robot' acabe con todo’.
Con cada crisis nos hacen creer que la culpa de la decadencia de Occidente viene por la vía del deterioro de la cultura del esfuerzo y la ética del trabajo pero la realidad es que nunca ha sido la vagancia o la improductividad de los trabajadores sino la codicia humana de los especuladores la principal causa de las grandes crisis económicas y catástrofes sociales de nuestros tiempos.
Todas las crisis capitalistas han sido provocadas por problemas relacionados con los excesos especulativos de las élites financieras. Jamás se ha producido ninguna crisis económica porque los ciudadanos hayamos vivido por encima de nuestras posibilidades. La propaganda capitalista y la liturgia paleoconservadora confluyen en este punto a la hora de revivir la historia bíblica del pecado original y usar de chivos expiatorios a los ciudadanos improductivos si bien la tozuda realidad demuestra que ha sido siempre mediante abusos monetarios y financieros, cuando no directamente mediante el saqueo más o menos disimulado, o a partir de grandes ayudas y rescates estatales realizados con dinero público, como los grandes capitalistas de todo el mundo y todo momento han ganado cuota de mercado y poder a costa de la diezmada y confundida clase trabajadora.
A sus atrocidades históricas en forma lo mismo de expropiaciones campesinas que de sobornos políticos, cracks financieros, guerras económicas y represiones sangrientas de la lucha obrera, hay que sumar la prostitución creciente de la cultura a partir de un gran aparato de propaganda al que se vienen sumando desde que el capitalismo es capitalismo intelectuales de todos los campos y apetitos condicionados por las duras reglas no escritas de la carrera de ratas de sus respectivas profesiones.
Ojalá la ‘explotación laboral’ fuera un delirio marxista pero la explotación laboral existe como existe la ‘plusvalía capitalista’. No cabe duda de que el mundo ha progresado enormemente gracias al sistema de mercado pero no podemos olvidar que la historia del capitalismo es básicamente la historia de cinco crímenes impunes: 1) explotación laboral. 2) contaminación ecológica. 3) especulación financiera. 4) corrupción de la política y la justicia. 5) prostitución de la información y la cultura.
Para aliviarse de sus delitos tanto el Capitalismo de Mercado (CdM) occidental como el Capitalismo de Estado (CdE) ruso-chino han encontrado terreno firme donde agarrarse en el tradicionalismo puritano arraigado en la psique de todos los pueblos del mundo por la vía de las mitologías religiosas.
Se trata del mismo puritanismo que en su día denunció John Maynard Keynes cuando se rebeló contra la hipocresía victoriana que imploraba austeridad al sector público con la idea de fomentar la competitividad de la nación mientras permitía los despilfarros más egoístas e inmorales dentro del sector privado.
Max Wever explicó que el capitalismo occidental es una ideología anclada al luteranismo y al calvinismo pero el capitalismo chino enlaza con otra clase de puritanismo de raíces confucianas. No es casualidad que el CdE chino despegara en los años sesenta bajo el mando del asceta Den Xiaoping como tampoco lo es que el neoliberalismo occidental se haya impuesto en los Estados Unidos e Inglaterra gracias a dos políticos tan victorianos como Margaret Thatcher y Ronald Reagan.
Ursula K. Le Guin reflexionó mucho en sus cuentos, ensayos y novelas, sobre el problema del fetichismo de la productividad relacionado con la mentalidad productivista puritana y patriarcal, y llegó a la conclusión de que aún siendo imposible crear el mundo perfecto podemos y debemos sentar las bases de una sociedad más amable a la vez que más eficaz y sostenible. ‘No conoceremos nuestra propia injusticia si no podemos imaginar la justicia’ decía Le Guin.
Se trata de encontrar un punto intermedio entre la economía del compartir y la economía del competir, lo cual no es ningún utopismo ni buenismo ni idealismo sino simple ejercicio de puro sentido común. Es solo un mínimo de equilibrio entre el Yin y el Yang, es decir entre las energías masculina y femenina, que es lo mismo que decir entre lo tangible y lo intangible, entre la forma y la no-forma, entre la obra y la no-obra, entre la acción y la no-acción, entre el Yo y el Nosotros.
La obra de Le Guin nos ayuda a pensar en la necesidad de equilibrar fuerzas entre la esfera pública y la esfera privada, que es lo mismo que decir entre la filosofía del individuo y la filosofía de la sociedad, o en otras palabras, entre las fuerzas del Mercado y el Estado, instituciones indestructibles e inseparables con tendencia a corromperse en ausencia de transparencia y democracia pero en cualquier caso imprescindibles ambas para el progreso del ser humano.
A Le Guin le gustaba mucho ‘Koyaanisqatsi’, una extraña película de 1982, albores del neoliberalismo, dirigida por Godfrey Reggio. La palabra ‘koyaanisqatsi’ significa ‘vida sin equilibrio’ y procede de una de las lenguas originales de América, concretamente de los indios hopi. La película carece de diálogo y narración siguiendo los consejos del 'Tao Te King' ya que el Tao verdadero no puede explicarse con el lenguaje humano siempre inclinado al baile de significados como bien sabía Le Guin, autora no solo de novelas y cuentos de ciencia ficción sino también de la mejor traducción que se ha hecho nunca al inglés del ‘Tao Te King’.
El capitalismo es ‘vida sin equilibrio’ y por eso la película 'Koyaanisqatsi' solo tiene música, ruidos e imágenes, realmente no necesita palabras para recrear la sensación de desequilibrio que produce la sociedad hiperproductivista. Godfrey Reggio en colaboración con el legendario Philip Glass, autor de la banda sonora de la película, mostró con sutileza hace ya casi cuarenta años la amenaza de este sistema económico y político que al mercantilizar todos los ámbitos de la vida humana pone en peligro no solo el equilibrio ecológico sino el bienestar social.
Menos mal que Ursula K. Le Guin nunca fue tan paranoica como su compadre de instituto Phil K. Dick pues nunca perdió la fe en la posibilidad de construir una sociedad postneoliberal cimentada sobre la filosofía ecofeminista del respeto universal en armonía con el legado taoísta de Lao Tze, Piotr Kropotkin, y otros filósofos de los llamados 'utopistas', 'idealistas y 'buenistas' a los que dedicó 'Los que se alejan de Omelas', (‘The Ones Who Walk Away from Omelas’, 1973), cuento breve donde narra la historia de un país que solo tiene un 'pequeño problema' y es que el progreso de la nación depende del sacrificio de una criatura inocente. Los que se alejan de Omelas son un pequeño grupo de ciudadanos dispuestos a poner el principio de justicia social por encima de sus intereses privados e incluso por encima de los intereses de la patria.