3 TIEMPO DE MONSTRUOS
‘Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia’. (Phil K. Dick, ‘Blade Runner’)
En 1987 me mudé de Madrid a Los Ángeles y más que viajar en el espacio fue como viajar en el tiempo hacia el futuro. Urbanizada en el auge del utopismo capitalista, Los Ángeles me pareció desde el primer momento una ciudad de ciencia ficción, de hecho años más tarde España y el resto del mundo han ido copiando el mismo modelo de urbanismo, sus grandes centros comerciales, sus películas y programas de televisión, sus anuncios publicitarios, sus gimnasios, sus restaurantes o sus negocios de hostelería.
Ninguna otra ciudad en el mundo es capaz de congregar tanta multiculturalidad a la vez que tanta riqueza y glamour pero en la otra cara de LA había por entonces y no han dejado de crecer hasta hoy día barriadas marginales donde los homeless parecen surgidos de un casting de extras de una película de Hollywood y los helicópteros de la policía sobrevuelan constantemente las áreas más conflictivas con sus aparatosos focos en busca de pandilleros negros y latinos que meter en chirona.
Pronto comprendí que tras las luces de neón de Tinsel Town (La Ciudad del Oropel) se encuentra la Ciudad de Cuarzo (City of Quartz) cuando leí a Mike Davis, sociólogo especializado en urbanismo muy aficionado a la literatura ciberpunk que todo el mundo debería leer si lo que queremos es comprender lo que pasa en el mundo.
‘Ciudad de Cuarzo: Arqueología del futuro de Los Ángeles’ (‘City of Quartz: Excavating the Future in Los Angeles’), es un visionario ensayo de 1990 donde Mike Davis analiza los problemas que por entonces ya subyacían bajo las alfombras del oropel angelino y sus potenciales efectos distópicos de cara al futuro. Dos años después Mike Davis publicó ‘Control Urbano: La Ecología del Miedo’ (‘Urban Control, The Ecology of Fear’, 1992), con el subtítulo ‘Más allá de Blade Runner’ (‘Beyond Blade Runner’).
A Mike Davis le llamaron ‘paranoico’ y ‘aguafiestas’ en el LA Times y en otras publicaciones pero lo cierto es que predijo mejor que nadie el abandono del ámbito público en Los Ángeles acompañado de la abundancia material en el ámbito privado. Davis desarrolló la teoría de ‘La sociedad opulenta’ de Galbraith vislumbrando un escenario de desigualdades y violencia creciente destinado a acentuarse en el tiempo una vez que lo privado gobierna sobre lo público.
A Mike Davis volvieron a llamarle loco y exagerado cuando advirtió del peligroso devenir de las fuerzas de seguridad y el sistema penitenciario de los Estados Unidos, así como del auge de homeless por las calles y grupos violentos de extrema derecha.
Los críticos culturales del mainstream le tacharon de marxista phildickiano resentido y propenso a exagerar las disfunciones del capitalismo, pero poco después de publicar ‘Ciudad de Cuarzo’ estallaron los disturbios consiguientes a la absolución judicial de los cuatro policías que propinaron una brutal paliza a un ciudadano negro llamado Rodney King.
A raíz del caso Rodney King en la primavera de 1992 Los Ángeles se convirtió por varios días en el escenario de una distopía ciberpunk con motines generalizados y diversas áreas incendiadas. Fue necesario que las autoridades declararan el toque de queda y el despliegue de personal militar para contener una situación que llegó a estar desbordada con saqueos generalizados de locales comerciales y los pandilleros de los barrios más bajos de la ciudad dispuestos sin ningún disimulo a incurrir en delito de allanamiento de morada contra la propiedad privada.
En los últimos años varias ciudades estadounidenses han vuelto a sufrir nuevos tumultos a partir de repetidos episodios de violencia policial y racismo institucional. Han pasado veinticinco años y parece que Mike Davis tenía razón pues hoy día es evidente que bajo el conflicto racial y la lucha de clases de Los Ángeles hay a la vez una guerra ideológica entre dos cosmovisiones opuestas y consecuentemente entre dos formas diferentes de organización social.
Mike Davis no se encontraba lejos de la realidad cuando advirtió de los problemas que se avecinaban con la evolución del capitalismo neoliberal, algo que terminó reconociendo el propio Pentágono en un video de difusión interna entre las tropas del ejército norteamericano de mediados los noventa.
En el vídeo del Pentágono de circulación interna las autoridades militares advertían hace treinta años a los soldados y agentes policiales de las principales amenazas que tendrían que afrontar las fuerzas de seguridad en las junglas urbanas del siglo XXI: millares de vagabundos sin casa, pandillas de jóvenes violentos, protestas de ciudadanos desempleados, crecientes tensiones raciales y religiosas, riesgos medioambientales, milicias armadas, e incluso guerras de guerrillas urbanas.
La obra de Mike Davis es más que visionaria porque además de ‘Ciudad de Cuarzo’ consta de títulos como ‘Planeta de ciudades miseria: Involución urbana y clase trabajadora informal’ (‘Planet of Slums: Urban Involution and the Informal Working Class’, 2006), donde presagió cómo en todo el mundo irían creciendo al calor de la globalización neoliberal los ‘slums’ o barrios pobres (las ‘banlieus’ de Francia) habitados por ciudadanos de segunda clase que sobreviven en condiciones miserables a la par que las élites capitalistas se embolsan fortunas escandalosas por las vías del extractivismo del plusvalor y la especulación financiera.
El libro que definitivamente confirmó a Mike Davis como un visionario extraordinario es ‘El monstruo llama a la puerta: La amenaza global de la gripe aviar’ (‘The Monster at Our Door: The Global Threat of Avian Flu’), publicado en 2005, es decir quince años antes del estallido de la pandemia del coronavirus.
A Mike Davis volvieron a llamarle loco, exagerado, y paranoico por volver a adelantarse al futuro en este caso con certeras observaciones en torno a lo que terminó pasando con la pandemia del coronavirus. Realmente no es que Davis fuera un adivino, es simplemente que en su día conoció a muchos epidemiólogos que le hablaron de la seria amenaza de la aparición de nuevos virus por culpa de los desequilibrios ecológicos causados por el sistema capitalista, virus que una vez saltan de los animales a los seres humanos pueden llegar a viajar con suma rapidez por la aldea global causando estragos especialmente en los barrios más pobres de las urbes más populosas.
Además de las villas miseria donde los problemas de salud pública son visibles, el agrocapitalismo, la deforestación, los intereses económicos de las empresas farmacéuticas y otras corporaciones capitalistas, el deterioro de la sanidad pública, la contaminación del medio ambiente, y la pérdida de la biodiversidad, son asuntos todos ellos que Mike Davis abordó para alertar de los numerosos riesgos biológicos que en el futuro inmediato podrían poner contra las cuerdas el futuro de la humanidad.
Mike Davis murió en octubre de 2022 sabiendo que la vida es en sí misma distópica por naturaleza. Las guerras, los virus y las bacterias nos acechan desde que el mundo es mundo, no obstante estamos en la obligación de comprender que el sistema neoliberal en vez de poner por delante el bienestar social y la salud pública prioriza la rentabilidad de las empresas y los intereses del capital privado.
Han pasado tantas cosas últimamente que ya lo hemos olvidado pero en enero de 2015 Grecia acaparó la atención mediática internacional. El país estaba sufriendo una crisis económica terrible. En pleno caos social y político Alexis Tsipras ganó las elecciones al frente de un nuevo partido de izquierda llamado Syriza bajo la promesa de acabar con las medidas neoliberales de ajuste laboral y austeridad fiscal impuestas por la Unión Europea.
Tsipras intentó echarle un pulso a la Troika, extraña criatura tricéfala que componen la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional. En pleno capitaclismo griego Yanis Varoufakis asumió como ministro de Finanzas de Grecia. Su misión parecía tan complicada como los doce trabajos de Hércules.
Varoufakis sabía que conseguir la reestructuración de la deuda pública y poner punto final a las políticas de austeridad impuestas por la Unión Europea sobre los presupuestos del Estado griego iba a ser una empresa imposible pero aún estando llamado al fracaso no tenía nada que perder y siempre podría escribir un buen libro de intriga política y económica contando su lucha contra la bestia neoliberal. ‘Comportarse como adultos: Mi batalla contra el establishment europeo’ (‘Adults in the Room: My Battle with Europe’s Deep Establishment’, 2017) es el título de las memorias de sus días como ministro griego de finanzas.
Varoufakis nació en Atenas en 1961, se doctoró en Economía por la Universidad de Essex y se especializó en teoría de juegos, entre sus colegas ya tenía fama de raro y en el mundo de la política dio la nota desde el primer día no solo en sus reuniones con los representantes de la Troika sino también dentro del propio aparato de Syriza donde siempre fue visto como un excéntrico outsider. El hecho de desplazarse a bordo de una moto de gran cilindrada y tener aspecto de antihéroe de película ciberpunk le ayudó a agrandar su fama de economista heterodoxo y extravagante. De hecho en las redes le llamaban ‘Varoufucker’.
Algunos detalles que Varoufakis cuenta en su libro adaptado al cine en 2016 por el director Costa Gabras son muy interesantes. Uno de los más significativos es cuando se encontró con Larry Summers, ex directivo de Goldman Sachs y ex secretario del Tesoro de los Estados Unidos. En un momento dado Mr. Summers, sorprendido por el pensamiento tan fuera del mainstream de su colega, le llega a preguntar a Varoufakis: ‘¿Tú qué quieres: estar dentro o quedarte fuera?’
‘Comportarse como adultos’ es una lectura muy recomendable para comprender cómo funcionan las redes y conexiones de la tecnoestructura capitalista compuesta por profesionales de la economía que ascienden en el escalafón profesional mediante el intercambio de informaciones sensibles de tal manera que ni la verdad ni mucho menos la justicia es para ellos lo prioritario sino la perpetuación de sus intereses creados.
El sistema capitalista a fin de cuentas es una gran cadena de servidumbres y pleitesías tejidas alrededor de intereses económicos, por eso encerrados en sus elitistas redes sociales los tecnócratas que dirigen los destinos de la humanidad creen estar en lo correcto. Sobre Cristina Lagarde, la expresidenta del FMI posteriormente al frente del Banco Central Europeo, Varoufakis recuerda en ‘Comportarse como adultos’ que le pareció una mujer ‘inteligente, cordial y respetuosa’ si bien su única preocupación era ‘la preservación del status quo y los intereses de las élites financieras’.
Aunque los griegos votaron en contra de las condiciones impuestas por la Troika en el famoso referéndum convocado por el Gobierno de Alexis Tsipras el 5 de julio de 2015 aquella fue la consulta electoral más inútil de la historia porque Tsipras terminó firmando el memorándum de capitulación con la Troika, aceptando todavía más medidas de austeridad para perjuicio de los trabajadores y pensionistas griegos, en cuyos hombros recayó el pago de los intereses a los bancos e inversores internacionales.
Antes de hacerse famoso en aquel tormentoso año griego de 2015 Varoufakis ya había escrito uno de los ensayos más interesantes para entender la Gran Recesión o Gran Crisis del capitalismo mundial del siglo XXI, cuyo origen no fue resultado de que los trabajadores vivieran por encima de sus posibilidades sino consecuencia directa de la especulación financiera perpetrada en los mercados de valores de todo el mundo y principalmente en las entrañas de Wall Street.
En 'El Minotauro Global: Estados Unidos, Europa y el futuro de la economía mundial’ (‘The Global Minotaur: America, the True Origins of the Financial Crisis and the Future of the World Economy’, 2011) Varoufakis analizó las disfunciones del orden financiero internacional surgido de la conferencia de Bretton Woods de 1944, donde nacieron el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, las dos ‘doncellas’ del monstruo neoliberal, criatura insensible al dolor ajeno que se alimenta, como el minotauro cretense, del sacrificio de millones de seres humanos.
El minotauro era una bestia mitológica mitad hombre mitad toro, hijo de Parsifae y el Toro de Creta. Minos, el rey cretense, tras derrotar a los atenienses los sometió hasta el punto de obligarlos a dar de comer a la bestia con carne humana joven y fresca. El minotauro global de nuestros tiempos es un monstruo operado por banqueros y empresarios que se alimenta de trabajadores precarizados, explotados, y aturdidos.
Aunque es experto en econometría Varoufakis recurre con frecuencia a la literatura fantástica protagonizada por los espíritus animales que hay más allá de los números. A Varaoufakis le gusta la mitología griega tanto como las fábulas de Esopo, autor de ‘El burro y la sal’, ‘El labrador y la víbora’, ‘La rana que quiso ser buey’ y otras historias protagonizadas por animales parlanchines. Al fin y al cabo detrás de todo economista siempre encontrarás a un fabulista dispuesto a escribir fórmulas sobre gallinas incapaces de poner huevos de oro.
‘La hormiga y la cigarra’ es una de las fábulas de Esopo que más le gustan a Varoufakis. ‘¿Qué hacías tú mientras yo madrugaba para ir a cargar granos de trigo de acá para allá?’, pregunta la hormiga trabajadora cuando la cigarra le pide ayuda. ‘Cantaba y gozaba bajo el sol’, contesta la cigarra. ‘Pues si eso hacías en verano ahora te toca sufrir durante el invierno’, replica la hormiga antes de darle con las puertas en las narices a la cigarra.
‘En verano la hormiga trabaja duro mientras la cigarra se dedica a cantar y a pasarlo bien y a no hacer nada. –explica Varoufakis- Después llega el invierno y pone a cada quien en su sitio. Es una buena fábula. El problema es que en Europa predomina la idea de que todas las cigarras viven en el sur y todas las hormigas en el norte, cuando en realidad lo que hay son hormigas y cigarras en todas partes’.
En la génesis de la crisis griega más que cigarras perezosas lo que había eran serpientes y cucarachas corruptas por la política en coalición con sanguijuelas y parásitos de alta cuna con residencia en paraísos fiscales que además de no producir nada básicamente se dedican por medio de la especulación financiera a buitrear la riqueza que producen las hormigas laboriosas ya sean griegas o alemanas.
Definitivamente por muchas matemáticas que hayan estudiado la mejor manera que tienen los economistas de explicar las cosas es recurriendo a cuentos literarios de espíritus animales. No es casualidad que la rica lexicografía del mundo financiero esté llena de referencias a los toros, osos, lobos, tiburones buitres, cerdos, tigres, cisnes y otras criaturas que pululan a lo largo y ancho de la fauna económica de nuestros tiempos.
Como Varoufakis, François Morin, profesor de economía de la Universidad de Toulouse, también ha echado mano del mundo animal para explicar la Gran Recesión. En ‘La hidra mundial, el oligopolio bancario’ (‘L'hydre mondiale : l'oligopole bancaire’, 2015), cuenta cómo un conglomerado de cerca de treinta bancos interconectados a nivel internacional en cambalache con los bancos centrales disfrutan de maravillosas expansiones monetarias y manejan el mercado financiero con algunos productos potencialmente tóxicos por los cuales luego pagan los ciudadanos. Este fantástico oligopolio bancario de brujos y alquimistas está directamente sostenido por los magos de Oz que presiden los bancos centrales.
La hidra es un monstruo de la mitología griega, hija de Tifón y Equidna. Vivía en los pantanos de Lerna, tenía varias cabezas y un par de extraordinarios superpoderes, en primer lugar podía matarte con su aliento venenoso y además si se te ocurría cortarle una de sus cabezas del cuello le salían dos nuevas. Luchar contra la hidra de Lerna fue el segundo de los doce trabajos de Hércules. Cómo sería de monstruosa aquella criatura que el mítico héroe solo pudo acabar con ella cauterizando cada cabeza que cortaba para evitar que le brotaran dos más.
La hidra bancaria no tiene Hércules que le haga sombra porque el sistema capitalista se sostiene sobre el sistema de creación de dinero bancario, por eso en caso de que sus activos se vean dañados, como pasó en el crack de 2007, es un monstruo invencible que cuenta siempre con la ayuda de los bancos centrales en forma de rescates o expansiones cuantitativas, lo cual le permite consolidarse como la gran bestia indiscutible de los mares financieros también surcados por pirañas, medusas, tiburones, y pulpos vampiros, además de sirenas dispuestas a cautivar con sus dulces y tramposos cantos a la tripulación del primer Ulises que pretenda cuestionar su mando.
Si será extraordinario el comportamiento de este monstruo tan extraño que según Michael Hudson funciona como un parásito que toma el control del cerebro del huésped, induciéndolo a imaginar que es parte de su propio cuerpo. Mark Fisher decía que el capitalismo le recuerda por su funcionamiento a una película de John Carpenter titulada ‘La Cosa’ (‘The Thing’, 1982), protagonizada por un monstruo invasor de características parasitarias. Y Vicente Verdú en ‘El capitalismo funeral’ (2012) también llegó a comparar al sistema capitalista con una enfermedad rara provocada ’por la penetración en el sistema sanguíneo de un estafilococo áureo resistente a los antibióticos’.
Si algo importante aprendió George Orwell luchando en la Guerra Civil de España es que hay gorilas en los dos lados de la grieta, por eso abandonó el realismo social para probar suerte en el terreno de la literatura fantástica, la mejor manera de canalizar la pesadilla que había vivido. Poco después alcanzó fama internacional con ‘Rebelión en la granja’ (‘Animal Farm’, 1945), alegoría sobre un grupo de animales que tras rebelarse contra sus opresores humanos terminan creando un sistema de gobierno aún más injusto y clasista.
‘Rebelión en la granja’ es un alegato anticomunista y ‘1984’ alerta sobre los excesos del estalinismo pero leyendo los ensayos de Orwell es la única manera de comprender las claves de su posicionamiento político. Orwell pudo ahorrarse las duras experiencias que vivió en la guerra española pues al fin y el cabo era un niño bien educado primero en el St. Cyprian’s School y luego en el Eton College, pero aunque estaba aparentemente destinado a convertirse en un respetable escritor burgués prefirió olvidarse de su verdadero nombre (Eric Blair) y convertirse en George Orwell para distanciarse simbólicamente de sus prejuicios de clase.
Entre la aristocracia británica y también entre la ‘baja clase media alta’ a la que Orwell decía pertenecer dominaba la idea de que los pobres, los negros, los irlandeses y los indígenas de las colonias merecían su suerte al estar desprovistos de la capacidad de sacrificio necesaria para mejorar su calidad de vida.
Orwell escribió sobre las publicaciones que leían los jóvenes ingleses, semanarios que básicamente servían para establecer fantasías a partir de relatos de heroísmo personificado en hombres blancos conquistando el Salvaje Oeste y el Polo Norte, combatiendo en la Gran Guerra con la Legión Extranjera cuando no llegando a Marte, a la luna, e incluso a otras galaxias y otros tiempos.
Toda aquella literatura para consumo juvenil tenía como objetivo ‘dar a la clase obrera una vida de ensueño con la que identificarse imaginariamente’. Eran historias que salían en revistas de mucho éxito y gran calado social diseñadas específicamente para propagar a las vez las maravillas del sistema capitalista y los logros del imperio británico.
En aquellos semanarios de a dos peniques que inundaban los quioscos de la Inglaterra de Orwell los africanos eran salvajes incapaces de producir o crear nada, los obreros solo salían como personajes de reparto, ‘y cuando aparece un español es el tipo malencarado que lía cigarrillos y te acuchilla por la espalda’. Gracias a este tipo de literatura fue como el mito de los ‘vagos y malentretenidos’ terminó siendo interiorizado mayoritariamente por las clases trabajadoras británicas.
‘No hay un solo indicio de que pueda haber algo erróneo en el sistema en tanto cual, solo tienen lugar infortunios individuales que en general se deben a la perversidad de alguien, y que en todo caso se pueden arreglar cuando llega el último capítulo, entonces se disipan las nubes y hay trabajo para todos, excepto para los alcohólicos’, escribió Orwell sobre la realidad de su época, caracterizada por ‘la importancia tremenda de aquellas publicaciones en tanto en cuanto venían a insuflar a los chicos británicos la convicción de que los principales problemas de nuestro tiempo no existen y de que no pasa nada con el capitalismo de libre mercado’.
Para combatir en el terreno cultural a la Unión Soviética durante la Guerra Fría los servicios de inteligencia de los Estados Unidos se encargaron de patrocinar la distribución y promoción internacional de ‘Rebelión en la granja’ y ‘1984’. Además George Orwell colaboró con los servicios británicos de inteligencia, llegando a entregar información confidencial al Information Research Department (IRD), dependiente del Brittish Foreign Office, concretamente una lista de colegas sospechosos de ser simpatizantes y potenciales colaboradores de Stalin.
Por esta razón hay quien ha llegado a equiparar a Orwell con los chivatos de la caza de brujas de los Estados Unidos cuando no a meterle en el mismo saco de los viejos izquierdistas que de la noche a la mañana se transforman en interesados simpatizantes del liberalismo económico. Sin embargo tanto Orwell como Huxley son dos escritores imprescindibles no solo por la transparencia de su textos sino también por la valiente independencia que mantuvieron durante sus vidas.
Orwell y Huxley se dieron cuenta de cómo el comunismo tiende a degenerar en distopía al ahogar los instintos individualistas del ser humano. La ceguera de un amplio sector de la izquierda en relación a las barbaridades cometidas por el estalinismo y otros fallidos regímenes comunistas tiene hoy día continuación en el caso de Venezuela, donde el chavismo bolivariano más allá de las brutales tácticas de desgaste del imperialismo y las oligarquías se ha convertido en una parodia del socialismo, triste ejemplo de ineptitud que la derecha aprovecha en todas partes para manipular a la opinión pública mediante el uso de la llamada ‘falacia de composición’ que consiste en confundir lo particular con lo universal, adjudicando falsamente la propiedad de una parte al todo.
Al contrario que Orwell y Huxley, la mayoría de los intelectuales de izquierda de todo el mundo justificaron en su día las barbaridades cometidas por la Unión Soviética, país que llegó a poner en marcha un aparato de vigilancia al estilo del Gran Hermano, acometiendo primero la censura y luego la purga de todas las voces discrepantes. Además las minas, fábricas y granjas de la Unión Soviética estuvieron gestionadas sobre estrictos principios disciplinarios.
La URSS traicionó el espíritu de Marx porque la utopía marxista en palabras del propio Marx es una sociedad sin extracción de plusvalías donde el trabajador pueda ‘cazar por la mañana, pescar después de comer, criar ganado al atardecer y dedicarse a hacer teoría crítica a la hora de cenar, todo según sus deseos y sin necesidad de convertirse nunca en cazador ni en pescador ni en pastor ni en crítico’.
Sin embargo el monstruo soviético eligió como modelo de ciudadano ideal a Aleksei Stajanov, macho alfa que alardeaba de ser el número uno en la extracción de carbón. Con Stalin el estajanovismo terminó por afirmarse como la filosofía imperante en los centros de trabajo, quedando la utopía marxista sepultada por la obsesión de garantizar la productividad laboral y el crecimiento del PIB.
Orwell y Huxley acertaron a observar lo mismo que Sigmund Freud decía en ‘El malestar en la cultura’: acabar con la propiedad privada al estilo del comunismo es una mala idea dado que el ser humano necesita saciar su egoísmo individualista natural. Al negar el ámbito de lo privado es cuando el colectivismo radical se vuelve tan distópico como el capitalismo ultraliberal cuando ahoga el ámbito de lo público.
George Orwell y Aldous Huxley creían posible un sensato punto de equilibrio entre los intereses del sector público y el sector privado, o en otras palabras, entre la esfera del Estado y la esfera del Mercado. Los dos fueron grandes especuladores futuristas y ambos muy conscientes de cómo en los dos lados del abanico político emergen monstruos con enormes capacidades distópicas.