11 ESPÍRITUS ANIMALES
‘La competencia es la ley de la selva pero la cooperación es la ley de la civilización’. (Piotr Kropotkin)
Con ‘El origen de las especies’ (‘On the Origin of Species’, 1859) quedó en evidencia la idea del mundo como creación divina, pero a la vez el famoso libro de Charles Darwin alimentó lo que hacia finales del siglo XIX se empezó a llamar ‘darwinismo social’, filosofía consistente en aplicar el principio de la supervivencia de los seres vivos más fuertes y aptos a la organización política de la sociedad.
Darwin concentró sus estudios en confirmar que el reino animal evoluciona mediante la ‘selección natural’ de tal modo que los seres vivos más fuertes y aptos son los que consiguen sobrevivir mientras aquellos más torpes o débiles están condenados a desaparecer.
El legado de Darwin ha sido clave para la sociedad occidental en la prevalencia de los principios de la razón contra los mitos de la religión, pero el darwinismo es una moneda de dos caras porque por otro lado ha inspirado ideologías racistas y supremacistas, además de ofrecer sustento supuestamente científico a varias generaciones de intelectuales contrarios a cualquier clase de intermediación del Estado en la lucha por la supervivencia económica.
El impacto de ‘El origen de las especies’ a nivel político y cultural fue brutal en todo el mundo porque sirvió para justificar las desigualdades económicas e incluso la esclavitud. El ‘darwinismo social’ nació justo cuando el sistema capitalista se encontraba en el apogeo de su desarrollo industrial, comercial y financiero. Muy por encima de ‘El capital’ de Karl Marx, publicado apenas unos años después, el libro de Darwin fue el texto más influyente y polémico del último tramo del siglo XIX.
Al viejo conservadurismo religioso no le hizo ninguna gracia la teoría de Darwin por cuanto significaba un duro golpe al relato bíblico de la creación, pero para la nueva burguesía económica, las nuevas derechas, los nuevos liderazgos políticos, y las nuevas teorías económicas, ‘El origen de las especies’ fue una bendición. Apoyándose en ‘El origen de las especies’ el naturalista y filósofo Herbert Spencer predicó las bondades de la mano invisible de la economía y el supuesto orden social espontáneo.
Spencer estaba en contra de los programas de seguridad social que empezaban a proponer los partidos de izquierda ya que proteger a los débiles implica según el darwinismo social contrariar los principios de la selección natural. Empresarios como John D. Rockefeller o Andrew Carnegie en comunión con Herbert Spencer reivindicaron a Darwin para fundamentar la lucha por la supervivencia dentro del ámbito laboral así como en el mundo del comercio y las finanzas.
Los racistas también encontraron en Darwin a un perfecto aliado moral. ‘Los indios son seres inferiores y su eliminación no es un delito sino una selección natural’ llegó a decir José Manuel Pando, presidente de Bolivia hacia finales del siglo XIX. Años más tarde el darwinismo social también caló hondo en la génesis filosófica del nazismo. Hitler estaba convencido de la superioridad de la raza aria y su afán por exterminar no solo a los judíos sino también a los gitanos y homosexuales se asentó sobre la idea darwinista de la supervivencia de los más fuertes y aptos.
No es de extrañar que Anders Breivik, el asesino de Utoya, haya confesado tener a Charles Darwin como uno de sus principales referentes. Para Breivik el multiculturalismo implica la degeneración de la raza blanca, por eso cree necesario hacer políticas nacional-darwinistas. Para Breivik el Estado noruego debería proteger solo a los ciudadanos blancos e incluir planes de eugenesia positiva y negativa, de otra manera la raza nórdica en vez de progresar experimentará a su juicio un grave retroceso antropológico.
El darwinismo social conecta con el puritanismo de Thomas Hobbes y Thomas Malthus a pesar de cargarse el mito puritano del pecado original. Hobbes retomó el viejo adagio de Plauto ‘homo homini lupus’ (el hombre es un lobo para el hombre) para legitimar la constitución de gobiernos totalitarios, necesarios para reprimir la naturaleza egoísta y agresiva del ser humano.
Partiendo de una cosmovisión antropológica igual de pesimista, Thomas Malthus dio por sentado que la población tiende a crecer por encima de los recursos. Dada la escasez de alimentos en relación al incremento de la población si el Estado protege a los pobres estos terminarán por privar de recursos económicos al conjunto de la sociedad provocando una situación de crisis humanitaria o ‘catástrofe malthusiana’.
Darwin tuvo a Malthus como uno de sus principales referentes intelectuales, y su primo Francis Galton fue el principal difusor de la eugenesia, filosofía social que defiende la mejora de los rasgos hereditarios humanos mediante la esterilización forzosa de personas con defectos físicos y otros métodos selectivos que implantarían no solo los nazis en Alemania sino también algunos otros regímenes en las primeras décadas del siglo XX.
A los darwinistas sociales les dio réplica Émile Gautier, el primero que advirtió de la nefasta influencia que podría llegar a tener ‘El origen de las especies’. Mientras la mayoría de los intelectuales progresistas aplaudía la teoría de la evolución de Charles Darwin, este anarco-socialista francés pronosticó las terribles consecuencias de su aplicación al campo de la política en ‘El darwinismo social. Estudios de filosofía social’ (‘Le Darwinisme social. Étude de philosophie sociale’, 1880).
Su amigo Piotr Kropotkin profundizó en el mismo tema en ‘La ayuda mutua: Un factor en la evolución’ (‘Mutual Aid: A factor of evolution’, 1902). Kropotkin había trabajado en su juventud como naturalista de campo en Siberia, donde se preguntó: ‘¿Quiénes son más aptos, aquellos que constantemente luchan entre sí, o quienes cooperan mutuamente?’
Muchas tardes el joven Kropotkin se quedaba sentado sobre el pasto siberiano observando a ‘decenas de millares de aquellos inteligentísimos animales que huían en grandes tropeles de un territorio inmenso, buscando salvarse de las abundantes nieves caídas, con una estrategia solidaria: se reunían en grandes rebaños para atravesar el río Amur en el punto más estrecho, en el Pequeño Jingan, y en todas estas escenas de la vida animal que se desarrollaba ante mis ojos veía yo fundamentalmente espíritu de colaboración en tales proporciones que involuntariamente fui a pensar en la enorme importancia que en la economía de la naturaleza ha de tener la ayuda mutua para lograr la supervivencia de cada especie, su conservación y desarrollo futuro’.
Margaret Mead también se manifestó siempre en contra del darwinismo social al tiempo que suscribió las teorías de Kropotkin sobre la ayuda mutua como factor clave de la evolución de las especies. A la famosa antropóloga le gustaba recordar que el primer signo de civilización del que tenemos constancia es el fémur roto de un hombre que logró sanar su hueso herido gracias a la ayuda que recibió de otra persona. La bióloga Lynn Margulis también abominó de los darwinistas sociales porque ‘la vida es una unión simbiótica y cooperativa que permite triunfar a los que se asocian’.
El biólogo, paleontólogo, historiador y geólogo Stephen Jay Gould ha definido el darwinismo social como una ‘teoría falsa por reduccionista que se ha utilizado como base científica de la perpetuación de las injusticias sociales, raciales y sexuales’. Para Jay Gould ‘el determinismo biológico es la excusa perfecta para justificar que los grupos raciales, clases sociales o sexos oprimidos y en situación de desventaja son innatamente inferiores y merecen su estatus’.
Jay Gould escribió en sus libros interesantes observaciones políticas y sociológicas a partir del estudio del comportamiento de diversos animales, desde zorros y erizos a osos pandas y flamencos, pero sobre todo centró sus investigaciones de campo en un tipo concreto de caracol, el cerion del Caribe, caracterizado por su asombrosa diversidad morfológica.
‘Muchos científicos leen la evolución en los confines de un frasco de laboratorio lleno de moscas de la fruta –escribió Jay Gould- pero mi conocimiento sobre la adaptación universal procede en gran parte del hecho de dedicarme al estudio de una especie muy particular de caracol, el cerion, gasterópodo de las islas y costas del Caribe, extraño animal que varía de manera muy amplia y caprichosa a través de un ambiente que aparentemente sin embargo no varía’.
Los darwinistas sociales ejercen una suerte de reduccionismo especista a partir de la llamada falacia de apelación a la naturaleza, extrapolando el mundo animal a la sociedades humanas según sus intereses y prejuicios personales. Jay Gould llegó a la conclusión de que podemos aprender mucho de la vida de las diferentes especies animales pero debemos tener mucho cuidado extrayendo conclusiones aplicables a la organización de nuestras sociedades a partir del estudio de la zoología porque obviamente los seres humanos no somos caracoles del mismo modo que tampoco somos hormigas ni abejas.
Yann Moulier-Boutang escribió ‘La abeja y el economista’ (‘L’Abeille et l’Economiste’, 2010), para explicar cómo más allá de la miel que producen estos insectos proporcionan valiosos servicios de polinización que facilitan la reproducción vegetal y animal de la que se beneficia todo el ecosistema. Según Moulier-Boutang el mayor problema del capitalismo es que contabiliza la creación de miel pero no la polinización cuando es ésta la que sienta las bases del proceso productivo.
La ceguera voluntaria de los economistas liberales empieza por la deshonestidad de dejar fuera de la pizarra de sus cálculos el incalculable valor que tienen las contribuciones gratuitas no mercantiles. ‘La polinización humana es el único trabajo a la vez sin precio y fundamental, –dice Moulier-Boutang- es el trabajo invisible de los expulsados de la historia de la acumulación primitiva de la tierra y el capital’. Al igual que la polinización de las abejas, el trabajo de las madres y padres cuando crían a sus hijos es indispensable para el progreso de la sociedad y sin embargo no está directamente remunerado.
La peculiar organización social de las abejas ha servido para inspirar interesantes reflexiones por parte de numerosos filósofos durante toda la historia del pensamiento, desde Aristóteles, Virgilio o San Agustín, hasta Proudhon, Hobbes o Montaigne. Las abejas organizan sus colmenas de forma cien por cien cooperativa ya que ninguna de ellas puede sobrevivir sin la colaboración de las demás, sin embargo tanto los darwinistas sociales como los economistas liberales han hecho una lectura completamente diferente de la vida de estos insectos, en línea con la parábola de Mandeville.
Nacido en Rotterdam en 1670, Brernard de Mandeville fue un médico y filósofo holandés que vivió la mayor parte de su vida en Inglaterra, donde en 1705 publicó ‘La fábula de las abejas’ (‘The Fable of the Bees’), donde desarrolló de forma satírica la tesis de la utilidad social del egoísmo.
Según Mandeville los vicios privados contribuyen al bien público y cualquier intervención estatal en la economía implica el menoscabo del orden espontáneo propio de la naturaleza. Sus ideas son muy parecidas a las que más tarde defenderían Herbert Spencer, Ayn Rand, Friedrich Hayek, Ludwig Von Mises y tantos otros fundamentalistas de la supuesta mano invisible de la economía, asociados todos ellos en mayor o menor medida con el darwinismo social.
Según Mandeville lo mismo una colmena de abejas que cualquier otra colonia o camada de animales debe regirse por la ley natural de la armonía espontánea de los intereses individuales. Para que la abeja reina siga reinando, las obreras laborando, y los zánganos zanganeando, supuestamente tenemos que respetar las reglas naturales de la colmena, del mismo modo en opinión de Mandeville si pretendemos que la humanidad prospere el Estado debe evitar cualquier forma de ingeniería social.
El escritor belga Maurice Maeterlinck, premiado con el Nobel de literatura de 1911, sintió una gran fascinación no solo por las abejas sino también por las hormigas. En ‘La vida de las hormigas’ (‘La vie des fourmis’, 1930) explicó cómo estos pequeños insectos a diferencia de las abejas son los seres más comunistas de todo el reino animal. Sus vidas no están al servicio del interés individual sino del beneficio colectivo. No importa la hormiga, solo importa el hormiguero.
Como investigadora de la Universidad de Arizona la científica naturalista Ann Dornhaus se tomó el trabajo de pintar mil doscientas hormigas una a una con diferentes colores usando un pincel especial de aeromodelismo, luego grabó a las hormigas en vídeo durante cientos de horas para estudiar al detalle sus movimientos. Dornhaus desmontó el mito puritano de las hormigas laboriosas ya que una buena parte de ellas no se dedica a nada productivo.
Las hormigas más trabajadoras tardan entre uno y cinco minutos en realizar su tarea, que básicamente consiste en coger un trozo de comida e introducirlo en el agujero. Otras en cambio tardan hasta dos horas en realizar el mismo trabajo y algunas se pasan la vida sin hacer nada.
Las hormigas socializan todo lo que llega al hormiguero sin preocuparse de cuál aporta más, de modo que los estudios de Dornhaus además de confirmar las teorías de Maeterlinck en relación al carácter colectivista de estos insectos demuestran adicionalmente que el hecho de que algunas de ellas no hagan nada es justamente lo que permite que los hormigueros no tengan problemas de sobreproducción.
En cualquier caso es imposible extraer conclusiones para la sociedad humana a partir del comportamiento de ninguna especie animal en concreto pues como decía Stephen Jay Gould si te pasas la vida como hizo él estudiando el comportamiento de los caracoles del Caribe posiblemente llegarás a conclusiones muy diferentes a las de aquellos que analizan la evolución de la humanidad a partir de los confines de un frasco de laboratorio lleno de moscas de la fruta.
En Brasil la gestión de la pandemia del coronavirus por parte del gobierno de Jair Bolsonaro llegó a ser calificada por el teólogo de la liberación Frei Betto como un ejemplo de ‘genocidio intencional para dejar morir a pobres y ancianos con objeto de ahorrar recursos al Estado’. Según Boaventura De Sousa ‘en Brasil se ha aplicado una suerte de darwinismo social consistente en el desprecio por la salud de los grupos sociales considerados desechables’. A la vez en todo el mundo han surgido grupos de personas contrarias a las medidas sanitarias adoptadas para luchar contra el covid esgrimiendo razones darwinistas en torno al concepto de la supervivencia de los más fuertes y aptos.
El cine y la literatura fantástica llevan décadas alertando sobre la posible aparición de gobiernos capaces incluso de eliminar directamente a los miembros más débiles de la sociedad, caso de ‘Soylent Green’, dirigida en 1973 por Richard Fleischer y estrenada en España con el título ‘Cuando el destino nos alcance’. La película está basada en la novela de Harry Harrison ‘Hagan sitio, hagan sitio’ (‘Make Room, Make Room’, 1966), fantástico título para una delirante ficción protagonizada por un gobierno futuro de ideología malthusiana que preocupado por la falta de recursos económicos decide deshacerse de los ancianos administrándoles una pastilla letal.
Más recientemente ‘La purga’ (‘The Purge, 2013) nos traslada a un futuro cercano donde los Estados Unidos han caído en manos de un gobierno de extrema derecha que opta por reducir el gasto social vinculado con la población más pobre permitiendo una noche al año, durante 12 horas, toda clase de delitos, incluyendo el asesinato.
‘¡Esta es la verdadera libertad!’ gritan los defensores de la purga empuñando sus armas con la intención de matar a los ciudadanos más débiles y desprotegidos. Creada por James De Monaco ‘La purga’ se ha convertido en una exitosa franquicia cinematográfica compuesta hasta la fecha por un total de cinco películas.
Mucho antes, a finales del siglo XIX, una misteriosa novela titulada ‘La raza futura’ (‘The Coming Race’, 1871) abordó la creación de una civilización aparentemente perfecta que consigue altos niveles de progreso tecnológico si bien a costa de liquidar a los ciudadanos más débiles. Los nazis alemanes tenían veneración por esta novela, obra del británico Edward Bulwer-Lytton.
Muchos escritores de ciencia ficción, de Stanislaw Lem a Isaac Asimov pasando por Robert Heinlein, Arthur C. Clarke o William Gibson, han explorado la posibilidad de que el ser humano llegue a cambiar de forma radical en el futuro mediante la ingeniería genética. Cada día nos acercamos más al transhumanismo, movimiento cultural que persigue la transformación de la humanidad a partir de la mejora de nuestras capacidades físicas e intelectuales con la ayuda de la tecnología.
El transhumanismo abre un gran melón en forma de debate social y político porque podría ayudarnos a ser más fuertes, pero también podría abrir aún más la brecha entre ricos y pobres hasta el punto de dividir a la humanidad literalmente en dos clases genéticas de seres humanos como los Eloi y los Morlocks de H. G. Wells.
Michael Sandel es uno de los intelectuales que de modo más sensato ha advertido sobre este particular en ‘Contra la perfección: La ética en la era de la ingeniería genética’ (‘The Case Against Perfection: Ethics in the Age of Genetic Engineering’, 2007). El ideal transhumanista retoma el legado del superhombre de Nietzsche pero si bien es deseable nuestra mejora biológica mediante el uso de la tecnología debemos ser conscientes, dice Sandel, del valor moral e intelectual de todos los seres humanos, incluidos los disminuidos o discapacitados.
En ausencia de las debidas regulaciones éticas y políticas, el transhumanismo retoma a la vez el paradigma antropocéntrico del dominio de la naturaleza, lo cual sirve para abrir un intenso debate que con toda seguridad se acentuará en los próximos años.
A los transhumanistas libertarios y darwinistas se oponen quienes creen que todos los seres humanos merecen disfrutar de la protección social del Estado. Dentro de este debate hay quien defiende los derechos no solo de los humanos sino también de los animales. Aysha Akhtar en ‘Animales y salud pública: Por qué tratar mejor a los animales es crítico para el bienestar humano’ (‘Animals and Public Health: Why treating animals better is critical to human welfare, 2012), cree necesario cuidar a todas las criaturas que forman la gran familia planetaria no tanto por buenismo sino por nuestro interés propio.
Para Aysha Akhtar las malas condiciones que sufren los animales en las granjas tienen que ser radicalmente prohibidas porque pueden producir enfermedades que nos terminan afectando, además los activistas contrarios al especismo que justifica el maltrato animal estiman que solo cuando seamos capaces de cuidar y respetar a los animales seremos capaces de acabar con las guerras y sentar las bases de una nueva civilización más armoniosa con el equilibrio cósmico.
La defensa de los derechos de los animales está ganando terreno desde hace varios años especialmente en lo referente a los grandes simios (chimpancés, gorilas, bonobos y orangutanes). El Proyecto Gran Simio (GAP o Great Ape Project), fundado en 1993, es una organización internacional que promueve la prohibición de maltratar a estos animales, los más cercanos a nosotros de todo el planeta con los cuales compartimos el 99% de nuestro código genético.
Dian Fossey dedicó su vida al estudio de los simios, sobre todo de los gorilas de las montañas Virunga, entre el Congo y Ruanda, tras mirar un día a los ojos a uno de ellos y sentirse conmovida por la sensibilidad que reflejó con su mirada. En 1988 la vida de Fossey fue retratada en la película ‘Gorilas en la niebla’ (‘Gorilas in the mist’) dirigida por Michael Apted y protagonizada por Sigourney Weaver.
Aunque pasó la mayoría del tiempo conviviendo con los gorilas, Fossey tenía más miedo a sus congéneres. El 26 de diciembre de 1985 su cuerpo fue encontrado sin vida, con el cráneo partido, en circunstancias extrañas relacionadas con oscuros asuntos económicos. Fossey fue enterrada en el cementerio de Karisoke, al lado de varios simios asesinados por cazadores furtivos.
Gracias al trabajo de campo de muchos otros primatólogos sabemos que no todos los simios se comportan de la misma forma. Los chimpancés se organizan bajo un orden heteropatriarcal jerarquizado a partir de los machos alfa más autoritarios. Los bonobos en cambio se organizan bajo un matriarcado solidario donde manda el amor polisexual y la sensualidad hedonista. A diferencia de los chimpancés, los bonobos prefieren hacer el amor antes que la guerra.
A partir del estudio de los simios podemos establecer la existencia de dos principales espíritus animales en lucha por colonizar el alma humana: el espíritu chimpancé, partidario del nacionalismo agresivo y la guerra eterna, y el espíritu bonobo, fuente de sensualidad, hedonismo, cooperación, equilibrio cósmico y respeto universal compartido para todas las familias de primates del planeta Tierra.