21 TIGRES Y PARÁSITOS
‘El trabajo es el cementerio de nuestra juventud’. (Xu Lizhi)
Además de premiar a ‘Joker’ con dos Oscars (Joaquin Phoenix por mejor actor y Hildur Guonadottir por mejor banda sonora) los premios de la gran industria del cine americano en 2020 encumbraron sorprendentemente a la surcoreana ‘Gisaenchung’ (‘Parásitos’, 2019) como mejor película del año, la primera vez que una producción extranjera gana el principal premio de la Academia de Hollywood.
El gran éxito de crítica y público a nivel internacional de estas dos películas es muy llamativo porque ‘Joker’ es una amarga distopía del sueño americano y ‘Parásitos’ funciona como parodia del conflicto de clases que sufren los ‘tigres asiáticos’, especialmente cruel en Corea del Sur, país que a diferencia de la vecina Corea del Norte disfruta de las ventajas propias del capitalismo en comparación con las prohibiciones de los sistemas comunistas.
Sobre ‘Joker’ la mayoría de los críticos culturales han coincidido en catalogarla como una película de especial importancia porque superando la tradicional narrativa del cine de adaptación de cómics de superhéroes consigue reflejar la deshumanización del capitalismo bajo el orden neoliberal. ‘Parásitos’ por su parte es una extraña comedia negra sobre la enorme desigualdad económica que ha producido la globalización neoliberal en Corea del Sur.
El día de la gala de los premios de la Academia de Hollywood de 2020 nadie esperaba que Boon Joon-Ho fuera a acaparar los focos en el Dolby Theatre de Los Ángeles por encima de Scorsesse, Tarantino o Almodóvar. Además de ganar el Oscar a la mejor película del año ‘Parásitos’ se llevó otros tres premios: a la mejor película extranjera, a la mejor dirección, y al mejor guion.
Más allá de su éxito lo más interesante de ‘Parásitos’ es que viene a dar a conocer un poco mejor la realidad de los tigres asiáticos a partir del caso concreto de Corea del Sur, país desde donde también recientemente ha salido ‘El juego del calamar’ (‘Ojingero Geim’, 2021), la serie de televisión de mayor éxito en la historia de Netflix. Su creador, Hwang Dong-Hyuk, concibió ‘El juego del calamar’ como ‘una fábula acerca de la sociedad capitalista moderna, que principalmente se caracteriza por haberse convertido en una competición extrema’.
La historia reciente de Corea del Sur arranca al final de la Segunda Guerra Mundial cuando los Estados Unidos y la Unión Soviética dividieron la península de Corea por el Paralelo 38. Mediado el siglo pasado Corea del Sur era un país pobre y fundamentalmente agrícola. Su despegue industrial se produjo bajo la presidencia del dictador Park Chung-Hee a partir de un doble movimiento liberal-proteccionista consistente en la apertura de sus mercados financieros a los capitales extranjeros, junto a la protección y subvención pública de Samsung, LG, Hyundai, los tres grandes ‘chaebols’, gigantescos oligopolios punteros en la exportación de productos tecnológicos gracias al apoyo político y financiero del Estado.
Corea del Sur se benefició paradójicamente del hecho de no tener recursos naturales valiosos, con lo cual se libró de la maldición de Carabosse que convirtió por la ley de las ventajas comparativas a las naciones ricas en materias primas en países deficientemente industrializados y consecuentemente expuestos a la avaricia de las multinacionales y a los cracks financieros.
Samsung, LG o Hyundai además de contar con el apoyo directo del Estado surcoreano se encontraron gracias a la educación pública con una nueva generación de jóvenes muy bien formados en las nuevas tecnologías. El Gobierno de Park Chung-Hee protegió de forma especialmente generosa al rubro tecnológico no solo mediante subvenciones directas sino también con la creación de universidades, laboratorios y centros de investigación.
Lo que hizo Park Chung-Hee fueron políticas mixtas con fuerte inversión estatal en I+D, de tal manera que gracias a la intervención del Estado los más grandes ‘chaebols’ surcoreanos alcanzaron a conquistar importantes cuotas de mercado en todo el mundo mediante la exportación de productos de alto valor añadido.
El milagro surcoreano se consolidó por otra parte con medidas tiránicas para garantizar el bajo coste de la mano de obra no cualificada. Los trabajadores que empezaban a organizarse para reclamar salarios decentes y jornadas laborales dignas tuvieron que renunciar a la conquista de todo avance y derecho cuando el gobierno de Park llegó a meter en campos de concentración a las personas sin techo.
Volviendo al peso de la intervención pública sobre la sociedad surcoreana su papel no solo ha sido clave en el desarrollo de los ‘chaebols’ tecnológicos como Samsung, LG o Hyundai, es que además el Estado surcoreano lleva muchos años financiando la cultura del país, incluyendo a las productoras de cine con generosas subvenciones y exenciones fiscales.
Más allá de Bon Jong-Hoo, el director de ‘Parásitos’, de Corea del Sur han salido en los últimos años cineastas de la talla de Kim Ki-Duk, Park Chan-Wook, Lee Chang-Dong, y algunos otros. Como dice Quentin Tarantino la cinematografía surcoreana se merece un fuerte reconocimiento internacional. Los neoliberales no te lo contarán pero el ‘milagro surcoreano’ ha sido gracias en gran medida al papel protector del Estado, lo cual ha permitido a muchos artistas nacionales darse a conocer internacionalmente.
Los economistas ortodoxos, siempre dispuestos a sacar pecho de cualquier mejora de la economía en cualquier parte del mundo y en cualquier momento de la historia, han explicado el milagro económico de Corea del Sur y de otros tigres exitosos como Hong Kong, Indonesia o Singapur, como resultado directo de las políticas neoliberales que adoptaron en los años ochenta y que supuestamente han logrado disparar sus tasas de crecimiento. Olvidan y ocultan el papel fundamental que en todos los casos ha jugado la firme intervención del Estado.
Durante los años ochenta Corea del Sur creció a un promedio del 7%, solo por detrás de China, que lo hizo por encima del 9%. En comparación América Latina creció solo al 3% de media en el mismo periodo. Según la sabiduría ortodoxa si estos países no han crecido como los asiáticos ha sido por no aplicar medidas de corte más liberal cuando lo que ha ocurrido y ocurre es todo lo contrario. A diferencia de las naciones latinoamericanas son precisamente los tigres del sureste asiático como Corea del Sur los que han contado con Estados más interventores tanto en asuntos productivos como comerciales y financieros.
Si Corea del Sur hubiera obedecido las reglas del neoliberalismo 'Parásitos' nunca habría ganado el Oscar porque su director aprendió cine en una escuela pública y pudo producir y distribuir sus primeras películas gracias al apoyo del Ministerio de Cultura del Estado surcoreano. Gracias a la intervención del Estado el cine de Corea del Sur cuenta con los medios suficientes como para que Bong Joon-Ho se haya llevado a su casa de Seúl cuatro Oscars de la Academia de Hollywood además de la Palma de Oro de Cannes.
El éxito de los chaebols, del cine y la tv surcoreana, del K-Pop y de toda la cultura y economía de este país, viene a demostrar en definitiva que todo eso que dicen los economistas neoliberales acerca de la superior eficacia del capitalismo de mercado sobre el capitalismo de Estado es mentira. De hecho el país del mundo que más ha crecido en las últimas décadas como todos sabemos es China, donde la sólida presencia del Estado en la economía además de contener los efectos de los cracks financieros garantiza el robusto y sostenido progreso de su PIB.
Uno de los economistas heterodoxos más interesantes de las últimas décadas es precisamente surcoreano: Ha Joon-Chang, a quien conviene leer para descubrir cómo la economía ortodoxa incurre en varios fraudes intelectuales no precisamente inocentes, primeramente otorgando al libre mercado el rol de motor único de los éxitos económicos, obviando el papel del Estado, en segundo lugar volcando sobre las clases trabajadoras el coste de las crisis sociales de origen financiero por la vía de la austeridad fiscal y las reformas estructurales, y en tercer lugar vinculando el progreso social con el crecimiento constante del PIB.
Ha-Joon Chang estudió economía en la Universidad Nacional de Seúl a primeros de los ochenta, justo cuando Corea del Sur estaba en pleno ‘milagro económico’ y recuerda que sus profesores lo que básicamente le enseñaron fueron los modelos neoclásicos que sustentan la sabiduría convencional de la economía liberal. ‘El pensamiento económico heterodoxo es completamente marginal en Corea del Sur, donde los estudios académicos están dominados por la ortodoxia neoliberal impuesta por la gran influencia del capitalismo norteamericano’.
Solo tras empezar a leer por su cuenta a los economistas keynesianos, como Joan Robinson o Michal Kalecki, a los institucionalistas, como Adolf Berle o Thorsten Veblen, y a los expertos en economía del desarrollo, como Gunnar Myrdal o Raúl Prebisch, comprendió Ha-Joon Chang las falsedades de la economía liberal. Más tarde conoció la obra de Nicolas Kaldor, Alice Amsden y Robert Wade, sucesores de Karl Polanyi a la hora de entender que los mercados son siempre construcciones políticas y no sistemas naturales que emergen espontáneamente tal cual creen los economistas liberales.
‘El capitalismo genera grandes desigualdades y alienación en el trabajo además de priorizar la acumulación de dinero sobre los valores humanos –sostiene Ha-Joon Chang- por eso el Estado es necesario para mitigar todos estos problemas por la vía de los impuestos, las regulaciones, los derechos laborales y otras medidas’. En el caso de su país Ha-Joon Chang recuerda que durante los años noventa cayó en el error de desregular los mercados financieros propiciando la crisis de finales del siglo pasado, aceptando a partir de entonces, como los demás tigres asiáticos, la doctrina del shock impuesta por el FMI y el BM.
Además de ‘¿Qué fue del buen samaritano?’ y ‘Retirar la escalera’, Ha-Joon Chang es autor de ’23 cosas que no te cuentan sobre el capitalismo’, (’23 Things They Don’t Tell You About Capitalism’, 2010). Todos sus libros son especialmente recomendables para comprender el papel central de los Estados en el desarrollo tanto de China y de los tigres y pequeños dragones asiáticos como de todas las grandes potencias mundiales de los últimos siglos, empezando por Inglaterra y terminando por los Estados Unidos, así como para desenmascarar los mitos del libre comercio bajo la tutela del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, los gemelos malditos de la maldición de Carabosse, que junto a la Organización Mundial del Comercio forman la ‘impía trinidad de los malos samaritanos’ en palabras de Ha-Joon Chang.
Las naciones que más han prosperado lo han hecho partiendo de políticas intervencionistas y proteccionistas completamente diferentes a las que promulgan el FMI, el BM y la OMC. 'Si el Gobierno japonés hubiera hecho caso a los economistas del libre comercio no existiría Toyota’, afirma el economista surcoreano.
Lo mismo puede decirse de Singapur Airlines, una de las aerolíneas más exitosas del mundo, empresa que no conoce pérdidas en 35 años, así como de los ‘zaibatsu’ japoneses y de las grandes empresas de los demás tigres y pequeños dragones del sureste asiático, por no hablar de los grandes conglomerados chinos. Todos estos casos entierran por completo las teorías liberales en relación a la ineficacia económica del Estado interventor.
En concordancia con Ha-Joon Chang cabe destacar a Mariana Mazzucato, economista italiana que en ‘El Estado emprendedor: mitos del sector público frente al privado’ (‘The Entrepreneurial State: debunking public vs. private sector myths’, 2013) explica cómo si no fuera por la inversión pública ni siquera existiría el Silicon Valley. ‘Fueron agencias del gobierno de los Estados Unidos las que crearon lo que más tarde sería Internet, además el GPS, la pantalla táctil y otros muchos avances tecnológicos de los que disfrutamos en la actualidad fueron financiados con dinero público’, recuerda Mazzucato.
De Corea del Sur también ha salido uno de los filósofos más interesantes de los últimos tiempos, Byung-Chul Han, nacido y criado en Seúl si bien ha vivido gran parte de su vida en Berlín, de modo que conoce las peculiaridades del sistema capitalista lo mismo en el sur de Asia como en el corazón de Europa.
Al igual que sus dos célebres compatriotas Byung-Chul Han ha observado con profunda lucidez la degeneración a la cual tienden por igual el CdM y el CdE una vez que las tecnocracias económicas son incapaces de medir las externalidades negativas que arroja el sistema, como la contaminación ecológica y la creciente plaga de trastornos físicos y mentales relacionados con el fetichismo de la productividad/competitividad.
Byung-Chul Han sufrió en primera línea la crisis de los tigres asiáticos de final del siglo pasado y en los últimos años ha podido contrastar lo que pasó en Corea del Sur con lo que hemos sufrido recientemente los llamados ‘cerdos’ europeos. Su forma de ver las cosas coincide plenamente con la ‘teoría del shock’ de Naomi Klein. ‘No solo Grecia, también España se encuentra en estado de shock tras la crisis económica. En Corea ocurrió lo mismo tras la crisis de los tigres, en ambos casos se instrumentalizó radicalmente el estado de shock y ahí viene el diablo que se llama ‘liberalismo’ (o Fondo Monetario Internacional) a dar crédito a cambio de almas humanas’.
El gran problema de la globalización capitalista es que obliga a las naciones de todo el mundo a competir las unas con las otras para atraer capitales, privatizar recursos públicos, abaratar costes laborales, y ofrecer rebajas fiscales. ‘Todo queda sometido al criterio de una supuesta eficiencia, al rendimiento. Y al final estamos todos agotados y deprimidos’, concluye Byung-Chul Han, que observa una similar pauta social tanto en la Europa actual como en el sureste asiático, donde el malestar ciudadano y la problemática psicológica están estrechamente vinculadas con el fetichismo de la competitividad.
El comunismo coincide con el fascismo en la coacción del individuo mediante la fuerza externa ejercida por el Estado totalitario pero como dice Byung-Chul Han el capitalismo neoliberal aplica la fuerza internamente a través de mecanismos de mercado. Si el CdE torna en distopía al aplastar al individuo bajo el ideal social, el CdM tiende a la pesadilla neoliberal una vez que el lucro privado prevalece sobre el bien común.
Corea del Norte es un país muy diferente, perfecto ejemplo de totalitarismo comunista que somete al individuo al poder absoluto del Estado, sin embargo como afirma Byung-Chul Han el capitalismo de Corea del Sur produce otra clase de distopía social al obligar a los ciudadanos a la feroz competición que en forma de ficción han mostrado ‘Parásitos’ o ‘El juego del calamar’.
En Corea del Sur al otro lado del glamour de sus nuevos ricos, mucha gente se ve obligada a vivir en habitáculos donde apenas cabe un camastro cuando no a dormir sobre una colchoneta en un ‘jimjiban’, como llaman a los gimnasios baratos que abren las 24 horas. Después de trabajar todo el día algunos trabajadores ni siquiera pueden permitirse el lujo de volver a casa porque dado el alto precio de la vivienda residen en suburbios muy alejados de las ciudades.
En ‘Problemas en el paraíso: Del fin de la historia al fin del capitalismo’ (‘Trouble in Paradise: From the End of History to the End of Capitalism’, 2010) Slavok Zizek habla de Corea del Sur como el país donde ‘encontramos la máxima eficacia económica, pero con la frenética intensidad del ritmo laboral; el cielo consumista desenfrenado, pero permeado por el infierno de la soledad y la desesperación; abundante riqueza material, pero con la desertización del paisaje; iniciación de las costumbres antiguas, pero con la tasa de suicidio más alta del mundo’.
El inesperado éxito internacional de ‘Parásitos’ y ‘El juego del calamar’ confirman que la distopía capitalista cada día se parece más en cualquier rincón del planeta pues en todas partes asoman los mismos problemas y la misma brecha entre privilegiados y excluidos. ‘Sin embargo la multitud está intelectualmente desarticulada –afirma Byung-Chul Han- porque para sobrevivir estamos obligados a competir todos contra todos’.
Antes de ‘Parásitos’ Bong Joon Ho dirigió en 2013 una película de ciencia ficción titulada ‘Seolgugyeolcha’ (‘Rompehielos’ en español, ‘Snowpiercer’ en inglés), basada en una novela gráfica francesa de Jacques Lob, Benjamin Legrand y Hean-Marc Rochette llamada ‘Le Transperceneige’. Esta siniestra historia apocalíptica nos traslada a un futuro desolador donde el planeta se ha convertido en un lugar inhabitable de tal modo que solo es posible sobrevivir a bordo de un tren que necesita estar en movimiento continuo. Dentro del tren los ‘gatos gordos’ viajan a todo lujo en los vagones de primera mientras las ‘ratas flacas’ se mueren de asco en los vagones de cola.
El tren de la película de Bong Joon Ho sirve como parábola y advertencia sobre la absurda necesidad que el capitalismo tiene por estar en constante proceso de aceleración a la vez que funciona como fabula y denuncia de las escandalosas desigualdades económicas que produce el sistema.
Tras la muerte del dictador Park Chung-Hee la democracia en Corea del Sur se abrió paso y poco a poco el neoliberalismo se fue imponiendo hasta acelerarse en los noventa con el gobierno de Kim Young-Sam. Las desregulaciones propias de la época propiciaron la llegada masiva de capitales al país no solo en el ámbito del sector industrial sino de manera especialmente desregulada en el sector financiero, lo cual acabó produciendo un sobrecalentamiento de la economía con su consiguiente burbuja inmobiliaria.
A finales de los años noventa los tigres asiáticos se vieron afectados por una gran crisis económica de origen especulativo que dio lugar a devaluaciones en cadena de sus monedas nacionales y a impagos de sus deudas por lo que el Fondo Monetario Internacional tuvo que salir al rescate con sus famosos ajustes estructurales.
De nuevo una gran crisis de origen cien por cien financiero caracterizada por las mismas pautas de los mismos cracks que se vienen repitiendo en todas partes y momentos durante la ya larga historia del capitalismo se terminó cargando sobre las espaldas de la clase trabajadora.
Cualquiera que tenga ganas de informarse sobre lo que pasó con la crisis de los tigres asiáticos de finales del siglo pasado descubrirá curiosos paralelismos con el llamado ‘efecto tequila’ de México, el ‘efecto vodka’ de Rusia, el efecto samba de ‘Brasil’, o el ‘efecto tango’ de Argentina, y con la crisis de los ‘cerdos’ europeos: parecidas burbujas, similares cracks, y los mismos ajustes estructurales impuestos por la ‘impía trinidad de los malos samaritanos’.
Como explica Ha-Joon Chang al tiempo que los trabajadores han de aceptar pésimas condiciones laborales sin disfrutar de movilidad internacional los capitalistas disponen de plena libertad operativa para entrar y salir de los países en función a intereses meramente lucrativos y especulativos.
De modo que ante cualquier amenaza de inestabilidad económica el capital huye hacia otras latitudes más rentables para multiplicar beneficios, en cambio los trabajadores han de quedarse en sus países, muchas veces en el paro, o con empleos precarizados, en medio de graves shocks agravados por deudas impagables, deflaciones de activos financieros y quiebras bancarias.
Las salidas de las crisis capitalistas bajo el orden neoliberal siempre se llevan a cabo mediante la reducción de los costes laborales, por eso los PIIGS europeos (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España) se han visto obligados en los últimos años a trabajar más horas por peores sueldos. ¡Es que tenemos que trabajar más si queremos ser competitivos!, clamaban los empresarios españoles durante la Gran Recesión.
Ilustres economistas como Manuel Pizarro, uno de los grandes gurús económicos del Partido Popular, llegó a afirmar durante la Gran Recesión que para salir de la crisis los españoles deberíamos trabajar como los asiáticos. El mismo punto de vista expresaron los directivos de la patronal. ‘Los parados deben aceptar cualquier trabajo, por malo que sea y por malas condiciones que tenga’ llegó a decir en plena crisis Juan Rosell, presidente de Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE).