18 EL DÍA QUE NO SOLO MURIÓ JERRY GARCÍA
‘Las relaciones monetarias han penetrado dentro de cada rincón y de cada grieta y en todos los ámbitos de la sociedad’. (David Harvey)
En 2002 Margaret Thatcher reconoció como su mayor logro político convencer a Tony Blair para comulgar con la agenda neoliberal. ‘Forzamos a nuestros oponentes a cambiar sus mentes’, afirmó orgullosa la Dama de Hierro. Algo parecido podría decirse de Ronald Reagan en relación a Bill Clinton si bien la neoliberalización del Partido Demócrata comenzó un par de décadas antes, cuando los ‘Watergate Babies’ colonizaron el alma del progresismo norteamericano.
Según cuenta el periodista Matt Stoller los ‘Watergate Babies’ fueron un grupo de jóvenes congresistas por el Partido Demócrata que mediados los años setenta salieron elegidos con la promesa de establecer una serie de códigos éticos para erradicar las malas artes políticas del corrupto mandato de Richard Nixon.
Los nuevos demócratas estaban comprometidos en el activismo contra la guerra de Vietnam y la protección de los derechos civiles de las minorías, pero al mismo tiempo que acometieron significativos avances en materia cultural se olvidaron de proteger a las clases populares hasta el punto de apoyar la destitución de John William Patman del cargo de presidente del Comité de Banca y Asuntos Financieros del Congreso.
Como su amigo y maestro, el juez progresista Louis Brandeis, J. W. Patman dedicó su vida a la lucha contra los monopolios y a la defensa de los derechos civiles y laborales. Al frente del Comité de Banca y Asuntos Financieros del Congreso se encargó de supervisar los negocios bancarios y financieros. La destitución de Patman fue a juicio de Stoller el primer capítulo de la prostitución neoliberal del Partido Demócrata en manos de los Watergate Babies.
Bill Clinton fue un ‘Watergate Babie’ de manual: redujo el peso del Estado en la economía de forma considerable además de acabar con las regulaciones financieras de Roosevelt. Su primer ministro de Trabajo, Robert Reich, a menudo ha recordado en sus publicaciones e intervenciones públicas cómo intentó convencerle para que subiera el salario mínimo. No tuvo éxito por culpa de los asesores económicos del presidente, la mayoría de ellos directivos de bancos de especulación como Goldman Sachs, caso del Secretario del Tesoro Robert Rubin.
Clinton terminó reformando el sistema del welfare en perjuicio de los más necesitados a la vez que desregulando el mercado financiero, permitiendo por un lado a los bancos de depósitos especular en los mercados de riesgo, facilitando por otro lado la comercialización de los productos derivados del crédito y las hipotecas que terminaron provocando la burbuja inmobiliaria y el consiguiente crack de 2008.
Pero no fue solo Clinton. Fueron también Menem en Argentina y los socialistas y laboristas europeos. En los años noventa definitivamente pasamos del ‘ahora todos somos keynesianos’ que en su día dijo Nixon al ‘ahora todos somos neoliberales’. Fue Bill Clinton quien rubricó la transición de un capitalismo socialdemócrata y keynesiano de buenos salarios, protección social y desigualdades limitadas, a un nuevo modelo neoliberal de explotación laboral y especulación financiera.
La misma deriva neoliberal del Partido Demócrata norteamericano y del Partido Laborista británico tomó el Partido Socialdemócrata de Alemania y la mayoría de los partidos socialistas de todo el mundo. Las prioridades de la nueva izquierda dejaron de ser las injusticias más evidentes del capitalismo como son la explotación laboral y la especulación financiera, problemas que en el nuevo zeitgeist pasaron a ser asuntos ajenos a las agendas de las nuevas socialdemocracias.
La izquierda ha sabido defender con éxito las necesarias guerras culturales del feminismo y el movimiento LGTBQ+ pero a la vez se olvidó de encontrar soluciones a los graves problemas relacionados con la economía. En el caso de España, Daniel Bernabé ha analizado en ‘La trampa de la diversidad: Cómo el neoliberalismo fragmentó la identidad de la clase trabajadora’ (2018), un buen ensayo para profundizar en la transformación que ha experimentado no solo la izquierda política sino los propios ciudadanos e incluso la mayoría de los personajes públicos que abanderan causas progresistas.
Los valores neoliberales del homo economicus se impusieron definitivamente durante la última década del siglo pasado coincidiendo con la revolución tecnológica digital. Douglas Rushkoff sostiene que fue entonces cuando el idealismo inicial de los primeros programadores digitales que aspiraban a compartir conocimientos libremente gracias a las nuevas tecnologías dejó paso a una nueva camada de jóvenes obsesionados con hacerse millonarios. En pleno contexto del zeitgeist neoliberal el sistema operativo de los negocios de Internet se configuró fundamentalmente sobre los conceptos de la competición y el individualismo.
Según cuenta Rushkoff la esperanza de cambiar el mundo con las nuevas tecnologías digitales murió simbólicamente el 9 de agosto de 1995. Ese fue el día del ‘Netscape Moment’, la OPA (Oferta Pública de Adquisición) que dio paso a la fiebre inversionista que terminó produciendo la burbuja puntocom. A primera hora de aquel 9 de agosto de 1995 la acción de Netscape valía 28 dólares, horas después alcanzaba los 75$, para cerrar la jornada cotizando a 58.
Ese mismo día moría Jerry García, guitarrista y vocalista de Grateful Dead, la banda de rock de espíritu más hippy de todos los tiempos. ‘Es como si en el mismo instante muriera a la vez el ethos de la cultura original de Internet’, recuerda Rushkoff. Fue como si aquellos bohemios de pelo largo que crearon los primeros navegadores al ritmo del ‘Touch of Grey’ vendieran de la noche a la mañana su espíritu bohemio a los lobos de Wall Street.
Los Greateful Dead se hicieron muy populares entre otras razones por el hecho de ofrecer conciertos gratuitos en los años setenta por todos los Estados Unidos. Además sus espectáculos tenían una mística especialmente contracultural al tratarse de jam sessions con toda clase de improvisaciones psicodélicas, así que aquel 9 de agosto de 1995, mientras los hippies lloraban a Jerry García, los yuppies colonizaban Silicon Valley. Para Rushkoff fue como si el mantra del ‘love, peace and good vibes’ quedara enterrado para siempre junto al sueño de construir entre pares una nueva economía participativa por la vía de Internet.
A partir de entonces los ‘businesss angels’ (ángeles inversores) y el ‘venture capital’ (capital de riesgo) transformaron el negocio de Internet. En principio fue una buena noticia que los inversionistas canalizaran cuantiosos fondos de ahorro hacia las nuevas corporaciones de software y otros negocios de la era digital pero la filosofía cooperativa de los primeros empresarios tecnológicos dejó paso a la obsesión de multiplicar ganancias, derrotar a la competencia y crecer rápidamente y sin límites.
Douglas Rushkoff fue testigo de excepción de la ‘Browser War’ (‘La Guerra de los Navegadores’), una guerra sin cuartel por el dominio del mercado entre Explorer y Navigator que terminó siendo tan sucia como para que James H. Clark, el cofundador de Netscape, comparara a Microsoft con ‘Death Star’ (‘Estrella de la Muerte’) la estación espacial de la película ‘Star Wars’ (‘La guerra de las galaxias’) capaz de destruir con su inmenso poder tanto flotas como ciudades e incluso planetas.
A partir de la rendición del espíritu original de Silicon Valley a los valores mercantilistas de Wall Street lo prioritario para los emprendedores y programadores pasó a ser ‘la extracción de valor y la lucha por la cuota de mercado’ en palabras de Rushkoff. Una vez que Microsoft liquidó a Netscape en ejercicio de violación de las regulaciones contra las prácticas antitrust se produjeron varias fusiones de empresas con la idea de fortalecer posiciones en el mercado internacional.
Eliminar a la competencia con objeto de monopolizar el mercado al estilo de Google o Microsoft es la filosofía prioritaria de Uber o Amazon, cuyas estrategias empresariales se sostienen sobre la subcontratación laboral y la ingeniería fiscal. Rushkoff escribió ‘Tirando piedras al autobús de Google’ (‘Throwing Rocks at the Google Bus’, 2016), para explicar cómo en ausencia de una regulación estatal adecuada el precio de la vivienda ha crecido en el área de Silicon Valley muy por encima del precio del trabajo tal cual ocurrió en los tiempos de Henry George.
Habiendo nacido en el contexto neoliberal las empresas de Internet están obligadas a competir en la guerra globalizada del ahorro de costes productivos, fiscales y financieros, por eso ‘las plataformas digitales han convertido un mercado laboral ya de por sí explotador al estilo Walmart en una versión aún más deshumanizante al estilo Amazon -afirma Rushkoff- e incluso las compañías más creativas están obligadas a luchar por la predominancia en el mercado, lo cual implica extraer valor de la sociedad al priorizar la maximización de beneficios por encima de los costes humanos’.
Cuando American Online (AOL) se fusionó con Time Warner en el año 2000 Rushkoff escribió un artículo para el New York Times advirtiendo del precio inflado del valor bursátil de AOL y de otras empresas del sector, pronosticando el colapso de la burbuja puntocom. Los editores del NYT no publicaron el artículo al considerarlo demasiado alarmista, pero apenas un par de meses más tarde se cumplió la profecía de Rushkoff.
La exuberancia financiera provocada por el creciente atractivo de las ‘start-ups’ unida a las desregulaciones clintonitas terminaron por precipitar el pinchazo del valor bursátil de las empresas digitales, lo cual a su vez precipitó el desplazamiento del capital de riesgo hacia el mercado de los productos financieros derivados de las hipotecas. Según Rushkoff el crack de las puntocom fue el aperitivo del crack de 2008 puesto que los inversores que salieron en estampida de las empresas tecnológicas se refugiaron de forma masiva en el mercado inmobiliario con la ayuda adicional de la Reserva Federal y sus bajos tipos de interés.
Aprovechándose de una interminable cadena de subcontratación de trabajadores autónomos cada día más precarizados durante la Segunda Edad Dorada que acompaña a la Revolución Digital se ha terminado por perpetuar un sistema de castas separadas por desigualdades económicas escandalosas.
Este retroceso en materia de derechos laborales se camufla en la era de los eufemismos neoliberales bajo expresiones como ‘sharing economy’ (economía colaborativa) o ‘gig economy’ (economía del empleo autónomo). ‘Internet se ha convertido en un mecanismo perverso que concentra poder y dinero en manos de un puñado de tecnoplutócratas, -afirma Andrew Keen- por eso nuestras vidas no son más que datos comercializables para su beneficio que además requiere de la eliminación de millones de puestos de trabajo así como de la evasión del pago de impuestos’.
Andrew Keen se ha ganado a pulso que le llamen el ‘anticristo de Silicon Valley’ porque lleva varios años denunciando cómo las empresas digitales están abriendo una enorme brecha entre una pequeña élite de emprendedores y profesionales de Internet altamente cualificados y una subclase de trabajadores terciarizados.
Si bien los empresarios de Silicon Valley aparentan ser una novedosa generación de capitalistas hipsters capaces de transformar el mundo para bien, lo que están haciendo es perpetuar el statu quo neoliberal como ha acertado a explicar por su parte Nicole Aschoff en ‘Los nuevos profetas del capital’ (‘The New Prophets of Capital’, 2015) donde analiza los casos concretos de Bill Gates, cofundador de Microsoft, y Sheryl Sanders, directora operativa de Facebook.
Bill Gates es admirador declarado de Steven Pinker, el intelectual favorito de los conservadores ilustrados. Más significativo es el caso de algunos de sus más ilustres colegas del Silicon Valley que han manifestado abiertamente devoción por Ayn Rand, profeta del individualismo radical. Steve Wozniak, cofundador de Apple, comentó en cierta ocasión que ‘La rebelión de Atlas’ era uno de los libros de cabecera de su fallecido socio Steve Jobs, y Travis Kalanick, consejero delegado de Uber, utiliza como avatar de su cuenta de Twitter la portada de ‘El manantial’.
Entre los nuevos magnates de la era digital el más facha de todos es Peter Thiel, fundador de PayPal, inversor experto en capital riesgo, accionista de Tesla, LinkedIn y otras muchas empresas, y miembro destacado del consejo de administración de Facebook. Su último proyecto es el Seasteading Institute, una asociación fundada junto al nieto de Milton Friedman con el objetivo de crear ciudades flotantes en aguas internacionales que escapen a las regulaciones de cualquier Estado nacional.
En cuanto a Elon Musk, el excéntrico e imprevisible fundador de Tesla o SpaceX y actual dueño de Twitter, aunque en alguna ocasión ha llegado a declararse ‘socialista’ en realidad es un clásico liberal económico contrario a la intervención del Estado en los negocios. Musk ha llegado a manifestarse a favor de la idea de establecer una suerte de Renta Básica porque considera que muchos trabajos serán pronto reemplazados por la Inteligencia Artificial, pero a la vez ha dado muestras de sentir muy poco respeto por los derechos de los trabajadores. En cualquier caso el propio Musk ha dicho en un arranque de honestidad que cuando abre la boca no debemos tomarlo demasiado en serio.
En el otro lado del abanico ideológico del Silicon Valley encontramos casi como excepción a Marc Benioff, fundador y consejero delegado de Salesforce, empresa de computación en la nube. Benioff es el único que ha criticado abiertamente a sus colegas por seguir la ‘doctrina Friedman’ según la cual los empresarios no deben perder un solo minuto de su tiempo en hacer concesiones a la responsabilidad social corporativa puesto que su único deber es procurar beneficios a los accionistas.
El mundo del arte digital ha entrado en una nueva era con la aparición de los NFTs (Non Fungible Tokens), herramientas capaces de crear escasez artificial relacionada con las creaciones artísticas. En marzo de 2021 por un collage de un viñetista satírico llamado Beeple se llegaron a pagar 57 millones de euros.
Beeple se pasó años colgando ilustraciones de ciencia ficción en Instagram además de hacer videos musicales. Su collage reúne versiones microscópicas de todos los archivos jpg que ha ido publicando en sus redes. Los millones de pixels que lo componen están ligados a un identificador creado por un algoritmo ligado a una cadena de bloques que autentifica su singularidad. Los compradores de su NFT fueron dos empresarios del mundo de la criptomoneda llamados Vignesh Sundaresan, alias Metakovan, y Anand Venkateswaran, alias Twobadour.
Los NFTs son un fenómeno financiero que se ha puesto de moda entre la nueva generación de inversionistas en piezas de arte. Gracias al blockchain, la misma tecnología que sustenta el bitcoin y otras criptomonedas, los NFTs adquieren la propiedad de valor refugio, algo que aparentemente solo tiene sentido dentro del mundo físico pues toda pieza digital es clonable y reproducible infinitamente.
La principal ley del capitalismo es que nada pueda ser obtenido gratuitamente incluso aunque los bienes sean abundantes como ocurre en el caso de Internet. Por eso aunque los productos intelectuales no pueden gastarse ni consumirse al no responder a la lógica de la economía de la escasez seguimos hablando de ‘gasto’ y ‘consumo’ erróneamente.
Pero no todo son malas noticias. Frente a quienes ponen las nuevas tecnologías al servicio de la economía de la escasez, en la era digital también han surgido las wikinomics, el software libre, o el copyleft como alternativa al copyright. Richard Stallman, Lawrence Lessig, Jerome Lanier, Michael Bauwens, o Jeremy Rifkin, son algunas de las más interesantes voces del movimiento por el ‘procomún colaborativo’ que aspira a superar el espíritu individualista y competitivo mediatizado por los intereses mercantilistas y monetizadores.
En ‘La sociedad de coste marginal cero’ (‘The Zero Marginal Cost Society’, 2014) Jeremy Rifkin apuesta por un modelo de sociedad postcapitalista donde no solo los bienes intelectuales sino también las mercancías materiales así como las fuentes de energía podrían llegar a ser gratuitas o casi gratuitas.
El ‘coste marginal’ es lo que cuesta producir una unidad adicional de un producto. Con las impresoras 3D y el Internet de las Cosas es posible llegar a producir bienes a escala masiva a coste cero o casi cero. En la sociedad que Rifkin vislumbra todos seríamos prosumidores (productores y consumidores) no solo de libros, música, o películas, sino de toda clase de bienes y servicios.
Partiendo del pesimismo más realista Paul Mason también es optimista como Rifkin a pesar de haber profundizado en las numerosas disfunciones del sistema. En ‘Postcapitalismo: Hacia un nuevo futuro’ (‘Postcapitalism: A Guide to our Future’ 2015) Paul Mason nos habla de la Wikipedia, de las monedas sociales, o de las cooperativas y espacios autogestionados que han surgido en todo el mundo tras la crisis del 2008.
Según Paul Mason ‘la principal contradicción del capitalismo moderno es la paradoja entre la posibilidad real de disfrutar gratuitamente de la abundancia de bienes, y el vigente sistema de monopolios, bancos y gobiernos tratando de controlar el poder y la información’.
Paul Mason cree en la necesidad de cambiar este paradigma económico a la vista del cambio producido por las nuevas tecnologías. Nuestras nociones tradicionales de trabajo, producción y valor, se encuentran para Mason en proceso de cambio, un cambio lento que se irá acelerando a medida que la tecnología nos permita reproducir cualquier cosa con la misma facilidad con la que copiamos un libro, una canción o una película.
Las casas o los coches se podrían entonces fabricar a coste marginal cero o casi cero y funcionar con energía verde obtenida gratuitamente podríamos entrar en una nueva era de bienes y servicios gratuitos o casi gratuitos. Paul Mason coincide con Jeremy Rifkin en el mismo sueño de un mundo postmercantilista donde los humanos lleguemos a superar el temor a pasar privaciones. A partir de entonces el deseo de fomentar el bienestar social de la humanidad será superior a la expectativa de obtener una recompensa económica individual.
Como dice Douglas Rushkoff el problema fundamental del capitalismo neoliberal es que su ‘sistema operativo’ es más propio del pasado analógico que del presente digital puesto que se remonta al nacimiento de la Ciencia Económica como mecanismo de administración de recursos escasos.
La filosofía neoliberal ni siquiera considera válido el concepto de ‘procomún’ por cuanto atenta contra la ley básica del capitalismo que niega la abundancia y la gratuidad. Para Michel Bauwens, fundador de la Foundation for P2P Alternatives, todas las crisis del capitalismo forman parte de la gran ‘crisis del valor’ que arrastra la Ciencia Económica desde su nacimiento.
‘Cada vez más gente está produciendo valor de uso de manera directa sin pasar por el mecanismo del valor de intercambio. -dice Bauwens- YouTube estaba valorado en dos mil millones de dólares cuando lo compraron. ¿Qué proporción de ese dinero ha ido a parar a las personas que han generado su valor de uso?’
Con Facebook o con Google ocurre algo parecido en opinión de Jeremy Rifkin. ‘¿Cómo vamos a transformar nuestra sociedad de manera que se reconozca este tipo de valor? Carecemos de un sistema apropiado para abordar estas cuestiones porque básicamente el capitalismo no reconoce externalidades, ni las negativas, que destruyen la naturaleza, ni las positivas, como el beneficio que genera la innovación social sin obtener nada a cambio’.
Facebook es un gran invento pero si Mark Zuckerberg se ha convertido en una de las personas más ricas del mundo es porque cientos de miles de millones de individuos de todo el planeta estamos trabajando gratis para su beneficio personal. Tal cual afirman Bauwens y Rushkoff el valor agregado de Facebook y de muchas otras empresas digitales de intercambio de conocimientos es producto del trabajo común no remunerado.
‘Ellos lo llaman amistad. –escribe Laurel Ptak- Nosotros lo llamamos trabajo sin paga. Se lucran con cada me gusta, comentario, etiqueta o toque de nuestra subjetividad. Lo llaman compartir. Nosotros lo llamamos robar’. Laurel Ptak es una escritora y fotógrafa neoyorquina que ha escrito el manifiesto ‘Wages for Facebook’ (‘Sueldos para Facebook’, 2010), partiendo del movimiento ‘Wages for Housework’ (‘Sueldos para el trabajo casero’) que reivindicaron algunas feministas norteamericanas en los años setenta.
Un sueldo garantizado en forma de Renta Básica procedente de los impuestos de Facebook y de otras compañías tecnológicas podría ‘alterar las expectativas que la sociedad tiene de nosotras teniendo en cuenta que esas expectativas –la esencia de nuestra socialización- funcionan en relación a nuestra condición de trabajadoras de la Red no remuneradas. –prosigue Laurel Ptak- En ese sentido es más acertado comparar nuestra lucha con la lucha de las mujeres por un reconocimiento económico de su trabajo casero que con la de los hombres por mejores sueldos en las factorías’.
‘Llamemos ‘trabajo’ a lo que es ‘trabajo’ para que podamos redescubrir lo que significa la palabra ‘amistad’’, dice Laurel Ptak, pero de momento la definición ortodoxa de ‘trabajo’ sigue dominando el discurso público, lastrando la necesaria evolución hacia un nuevo paradigma de abundancia y gratuidad.