24 AGUAFIESTAS Y SOPLONES
‘¿Cómo es que tenemos tanta información y sabemos tan poco? (Noam Chomsky)
Mediados los años noventa del siglo pasado en una fiesta en las colinas de Hollywood me presentaron a un guionista de cine. Le confesé que estaba leyendo a Noam Chomsky. ‘¿Chomsky? Holly Shit!’, exclamó. Tomamos una copa de vino y el tipo se soltó de la lengua: ‘¡Ten cuidado que ese tipo es un maldito aguafiestas!'. Luego cuando le conté que soy periodista pero me gustaría escribir ficción me dio un consejo: ‘Escribe un thriller de terror psicológico que últimamente es lo que más se vende’.
En lugar de cultivar el 'terror psicológico' preferí profundizar en el 'horror sociológico' y además seguí leyendo a los 'malditos aguafiestas’: de Noam Chomsky a Mike Davis, de Howard Zinn a Michael Parenti, escritores que fui descubriendo en las publicaciones marginales escondidas en las estanterías más recónditas de los quioscos de prensa de Los Ángeles.
Solo aquellas publicaciones hablaban de la existencia de las ‘revolving doors’ (puertas giratorias) entre Washington y Wall Street. También por ellas me enteré de otras cositas, por ejemplo que los gobiernos norteamericanos habían puesto en marcha operaciones de guerrillas clandestinas en toda Latinoamérica y financiado golpes de Estado como el de Augusto Pinochet en Chile, además de intervenir con malas artes en medio mundo, desde Irán, donde derrocaron a Mohammed Mosaddeq, a Afganistán, país en el cual armaron a Osama Bin Laden para combatir a la Unión Soviética.
En realidad ni siquiera es necesario recurrir a los ‘aguafiestas’ para descubrir el lado más oscuro del capitalismo norteamericano porque los propios presidentes de los Estados Unidos han denunciado los abusos y excesos relacionados con los intereses económicos que condicionan las políticas de Washington.
Thomas Jefferson, tercer presidente de los Estados Unidos, cargo que ejerció entre 1901 y 1809, tuvo un momento de valentía y honestidad propia del mejor ‘wihstleblower’ cuando dijo: ‘Creo que las instituciones bancarias son más peligrosas para nuestras libertades que los ejércitos enemigos listos para el combate’.
Andrew Jackson, Abraham Lincoln, o Woodrow Wilson son algunos de los presidentes de los Estados Unidos que hicieron declaraciones públicas en la misma línea de Thomas Jefferson acerca del peligro de las instituciones financieras. Además el discurso de investidura de Franklin D. Roosevelt ha quedado para la historia como la más firme revelación de los principales problemas económicos que produce el capitalismo liberal americano.
Otro presidente, Ike Eisenhower, advirtió del abusivo poder del ‘complejo militar-industrial’. ‘Compatriotas –dijo Eisenhower en su discurso de despedida de la presidencia de enero de 1961- es importante que tengamos mucho cuidado con la compra de influencia injustificada, tanto solicitada como no solicitada, del complejo militar-industrial en la política’.
Eisenhower se desvió por completo del tono utilizado normalmente por los presidentes que dejan la Casa Blanca en aquel famoso discurso porque estaba seriamente preocupado por la creciente influencia de los fabricantes de armas y otras empresas relacionadas con el sector de la defensa.
Antes de convertirse en el trigésimo cuarto presidente norteamericano, cargo que ocupó en plena Guerra Fría, entre 1953 y 1961, Eisenhower fue general del ejército, al igual que Smedley Butler, seguramente el mayor ‘soplón’ y ‘aguafiestas’ de la historia de los Estados Unidos. Casi nadie se acuerda ya de él pero al final de su carrera dejó boquiabiertos a sus colegas y conciudadanos al destapar la sucia verdad de muchas de las acciones militares acometidas por el gobierno de su país.
El 21 de agosto de 1931 el general Butler pronunció en Connecticut ante la American Legion las siguientes palabras: ‘En 1924 ayudé a conseguir que en México estuvieran asegurados los intereses petroleros estadounidenses. Colaboré a hacer de Haití y Cuba lugares estupendos para que los muchachos del National City Bank pudieran obtener sus ingresos. Ayudé a desestabilizar media docena de repúblicas centroamericanas en beneficio de Wall Street. Entre 1909 y 1912 limpiamos Nicaragua para la firma bancaria internacional Brown Brothers. Y en 1916 iluminamos a la República Dominicana para obedecer los intereses azucareros estadounidenses’.
El general Butler continuó diciendo: ‘En 1903 ayudé a ‘enderezar’ Honduras para las compañías fruteras estadounidenses. En 1927 colaboré en China a que la Standard Oil obtuviera lo que deseaba sin ser molestada. Por tan abultada carrera de intimidaciones y extorsiones fui recompensado con honores, medallas y ascensos. Podría darle buenos consejos a Al Capone. Lo mejor que él pudo hacer con sus empresas fue obtener dinero, intimidando a la gente en tres ciudades. Nosotros, los Marines, operamos en tres continentes’.
Tan sincero y crudo discurso fue la semilla del libro ‘La guerra es una estafa’ (‘War is a Racket’, 1935), probablemente la más brutal denuncia de las guerras norteamericanas como aventuras imperialistas en beneficio de los negocios de Wall Street.
‘En la Primera Guerra Mundial un puñado de individuos recogió los beneficios del conflicto. –escribió Butler- Durante aquella guerra surgieron en los Estados Unidos por lo menos 21 mil nuevos multimillonarios. Los economistas e investigadores han estimado que la guerra costó al Tío Sam 52 mil millones de dólares. De esa suma, 39 mil millones se gastaron en los años que duró la guerra. Ese gasto rindió 16 mil millones de dólares en beneficios. Y están seguros de que la Primera Guerra Mundial fue para hacer que el mundo fuera más seguro y democrático. Nadie dijo a la gente que la razón verdadera fueron dólares y centavos. Nadie mencionó a los soldados conforme marchaban hacia los campos de batalla que su muerte en la guerra traería consigo enormes beneficios privados. Nadie dijo a esos soldados estadounidenses que podían ser alcanzados por balas fabricadas en los Estados Unidos por sus propios hermanos. Nadie les dijo que los buques en los cuales iban a cruzar el océano podían ser torpedeados por submarinos construidos con patentes de los Estados Unidos. Solo se les dijo que iban a participar en una gloriosa aventura’.
La Primera Guerra Mundial fue para algunos inversores un gran negocio. ‘Solo hay una manera de detener esta estafa. –concluyó el general Butler- No con conferencias de desarme. No con discursos sobre la paz pronunciados en Ginebra. No con resoluciones de grupos bien intencionados pero nada prácticos. La estafa de la guerra solo podrá ser eliminada efectivamente prohibiendo la obtención de beneficios económicos con ella’.
La Primera Guerra Mundial comenzó el 28 de junio de 1914 en Sarajevo a raíz del asesinato del archiduque Franz Ferdinand, heredero del trono de Austria-Hungría, si bien el verdadero detonante fue el abuso de poder de las oligarquías con sus intereses económicos enfrentados que gobernaban los viejos imperios europeos.
En los territorios de ultramar las élites europeas llevaban décadas a la gresca en toda clase de conflictos comerciales a medida que crecía la explotación de los recursos humanos y naturales de las colonias.
Al mismo tiempo mientras los 'gatos gordos' vivían la dolce vita y disfrutaban del progreso de la revolución industrial aumentaba el malestar entre las ‘ratas flacas’ y consecuentemente su despertar político de la mano de ilustres aguafiestas como el francés Jean Jaurès.
Jaurès fue asesinado tres días más tarde del comienzo de la guerra, apenas unas horas después de explicar en el diario que dirigía, L’Humanité, cómo Europa se había convertido en un polvorín debido a la carrera armamentista emprendida por los fabricantes de armas y municiones mientras las oligarquías avivaban el fuego de los tambores de guerra no solo para saldar viejas cuentas comerciales en las colonias sino también para apartar al proletariado del creciente influjo del marxismo y hacer caer a la clase obrera en la enajenación del nacionalismo.
‘Ciudadanos os lo digo colmado de desesperación, desde el momento en que estamos amenazados de muerte y salvajismo no hay más que una posibilidad de mantener la paz y salvar la civilización, y esa posibilidad es que los obreros unan todas sus fuerzas, sean de donde sean, franceses, ingleses, alemanes, italianos, o rusos’, dijo Jean Jaurès en su último y legendario discurso de Lyon.
‘Confesiones de un gánster económico’ (‘Confesions of an Economic Hit Man’, 2004), es otro esclarecedor documento escrito por John Perkins, economista norteamericano que durante varios años se dedicó a ir a países con recursos deseados por las grandes corporaciones norteamericanas, ya fuera petróleo, sistemas de transporte, o mercados laborales, ‘entonces arreglaba préstamos a veces incluso a través del Banco Mundial, sin embargo el dinero solo beneficiaba a las empresas estadounidenses o a los gobiernos corruptos, y el pueblo salía perjudicado porque terminaba pagando la factura de la deuda con el pago de intereses y el empobrecimiento consiguiente a base de privatizaciones de empresas públicas o con los llamados ajustes estructurales’.
John Perkins cuenta en su libro con todo detalle cómo en los años cincuenta el primer ministro de Irán Mohammed Mossadeq decidió expropiar el petróleo nacional de cuya explotación fundamentalmente se lucraban las compañías petroleras estadounidenses.
‘Eso no nos gustó nada –recuerda John Perkins- pero temíamos que hacer lo que normalmente hacemos, que es enviar a los militares. Así que se nos ocurrió como alternativa mandar a un agente de la CIA, Kermit Roosevelt, familiar de Teddy Roosevelt. A Kermit le dimos unos cuantos millones de dólares y fue muy efectivo porque en poco tiempo se las arregló para conseguir que Mossaddeq fuera derrocado, así compramos y pusimos en el poder al Sha de Persia’.
Daniel Ellsberg es otro célebre ‘soplón’ de los trapos más sucios de los Estados Unidos. Exanalista de las Fuerzas Armadas norteamericanas en 1971 Ellsberg filtró al New York Times los Pentagon Papers, documentos de alto secreto que dejaron en evidencia al gobierno de Lyndon B. Johnson y a las autoridades militares que ocultaron a los ciudadanos las verdaderas consecuencias de la guerra de Vietnam, mucho más cruenta de lo que inicialmente se admitió desde el Pentágono y la Casa Blanca.
Varias décadas más tarde Edward Snowden, antiguo empleado de la CIA y de la NSA, siguió el ejemplo de Daniel Ellsberg. Gracias a Snowden sabemos que el gobierno de los Estados Unidos realiza programas de vigilancia masiva y espionaje político y comercial no solo sobre ciudadanos estadounidenses sino también sobre políticos y gobiernos extranjeros.
Según los documentos filtrados por Snowden el programa Xkeyscore de la empresa Palantir de Peter Thiel recopila para el Gobierno norteamericano los datos de lo que hace todo ciudadano en Internet, desde chats, documentos, fotos, llamadas, búsquedas o contraseñas.
Chelsea Manning, ex soldado y analista de inteligencia del ejército de los Estados Unidos, más conocida como Bradley Manning antes de someterse a tratamiento para cambiar de género, también se atrevió a filtrar miles de documentos clasificados sobre los abusos cometidos por el gobierno norteamericano en las guerras de Irak y Afganistán.
Más escandaloso aún es el caso del periodista australiano Julian Assange, fundador de WikiLeaks, organización mediática sin ánimo de lucro que publica a través de su sitio web documentos filtrados por diversos ‘whistleblowers’ que en su momento confirmaron las torturas y violaciones a los derechos humanos perpetrados por el ejército norteamericano en la guerra de Irak.
Josiah Stamp, director del Banco de Inglaterra en los años 20 del siglo pasado, reconoció la principal disfunción del capitalismo con estas palabras: ‘En realidad la banca fue concebida en la iniquidad y nacida en el pecado. Los banqueros son dueños del mundo. Si quieren seguir siendo los esclavos de los banqueros y pagar el coste de su propia esclavitud dejen que los banqueros sigan creando el dinero y controlando el crédito’.
En ‘All the President’s Bankers: The Hidden Alliances that Drive American Power’, (‘Todos los banqueros de los presidentes: Las alianzas ocultas que manejan el poder en América’, 2014), la ex banquera Nomi Prins explica cómo el crack de 2008 fue resultado de las puertas giratorias entre Washington y Wall Street, sin embargo los principales responsables de la crisis en vez de ser juzgados, condenados, y apartados de la política y la banca, apenas pagaron multas insignificantes en comparación con sus abultados e inmorales beneficios.
Europa también tiene mucho que ocultar en relación a los largos tentáculos de la corrupción bancaria y financiera. El famoso secreto bancario de Suiza es parte de la ‘seguridad jurídica’ que ha ofrecido este país siempre a sus clientes procedentes de las altas finanzas de todo el mundo.
Delante del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, Rudolf Elmer después de trabajar más de dos décadas en el banco Julius Bar, reconoció que las leyes financieras suizas han permitido la proliferación de numerosos delitos de cuello blanco. ‘Pero es imposible un juicio justo –concluyó Elmer- porque entre otras cosas se supone que los testigos tienen que guardar silencio para no poner en riesgo el secreto bancario’.
Otro célebre ‘whistleblower fiscal’ es Herve Falciani, también metido en graves problemas con la justicia por el hecho de revelar informaciones secretas de compañías privadas. Gracias a Falciani descubrimos que más de 130 mil defraudadores fiscales de todo el mundo ocultaban sus fortunas en el banco británico HSBC, donde trabajó en el departamento de informática.
Otros dos notables ‘whistleblowers’ fiscales son Antoine Deltour y Raphael Halet, ambos condenados a prisión en Luxemburgo por el caso LuxLeaks, escándalo revelador de los secretos bancarios que dejaron en evidencia las prácticas de evasión fiscal de varias multinacionales europeas con el beneplácito de altos funcionarios de la Unión Europea, como el ex presidente de la Comisión Europea Jean Claude Juncker.
Además de respetar y admirar a los ‘aguafiestas’ (partypoopers) deberíamos estar sumamente agradecidos a los ‘soplones’ (whistleblowers) cuyas experiencias dentro de las cloacas del sistema han servido para poner en evidencia los crímenes impunes del sistema capitalista, caso de Bunny Greenhouse, Greg Smith, Bradley Birkenfeld, Sherron Watkins, Cynthia Cooper, Andrew Maguire, o Richard Bowen III, quienes en su día desvelaron los trapitos sucios de empresas como Halliburton, Goldman Sachs, UBS, Enron, World Com, Morgan Chase, y Citigroup, respectivamente.
Si el capitalismo occidental es un sucio entramado de intereses políticos y oligárquicos, el capitalismo chino no se caracteriza precisamente por su afición al juego limpio. Muy al contrario China es una dictadura sin libertad de voto ni de opinión que no solo censura a sus ‘aguafiestas’ y ‘soplones’ sino que incluso los persigue y encierra en prisiones y campos de trabajo.
Entre los numerosos intelectuales chinos disidentes del régimen que han sido encarcelados por el simple hecho de reclamar transparencia y democracia destacan el Nobel de la Paz Liu Xiaobo, que murió en 2017 en plena condena de prisión por un delito de subversión, o el periodista Dai Huang, internado en un campo de trabajo tras criticar la deriva totalitaria del régimen.
Muchos otros han sido apartados de sus empleos, como el abogado y profesor Xu Zhangrun, a quien se le ha prohibido publicar libros y dar clases tras criticar abiertamente la gestión del gobierno durante la pandemia del coronavirus, o el profesor de la Universidad de Hubei Liang Yanping, destituido de su puesto de trabajo como consecuencia de su apoyo a las protestas de Hong Kong.
También son numerosos los disidentes que han tenido que exiliarse en otros países para escapar de la persecución por parte de las autoridades chinas, como el artista Ai Weiwei, exiliado en Inglaterra y antes en Alemania después de años de arresto domiciliario en China. Otro caso célebre es el de Teng Biao, un abogado de derechos civiles que desde 2018 reside en Nueva Jersey.
Además de atreverse a denunciar la represión en el Tibet, Teng Biao ha manifestado abiertamente en varias ocasiones que el milagro económico chino se ha producido gracias a las ventajas comparativas con otros países obtenidas a partir de la explotación laboral, la contaminación del medio ambiente, la censura informativa, y el lavado de cerebro al que son sometidos sus conciudadanos.
Tampoco podemos esperar nada bueno en materia de derechos humanos del resto de los llamados BRICS, acrónimo empleado para distinguir a las economías emergentes más importantes del mundo que al margen de China forman Brasil, Rusia y la India.
Los BRICS están poniendo en marcha un orden financiero mundial alternativo al que salió de Bretton Woods. Como la hegemonía del dólar no ha sido nunca beneficiosa para los países de América Latina lo mejor que pueden hacer Brasil o Argentina es entrar de pleno derecho en el grupo de los BRICS pero la situación política en ambos países es imprevisible.
Con Jair Bolsonaro al mando Brasil se convirtió en territorio hostil para quienes luchan no solo por la liberación del yugo del Consenso de Washington sino por la preservación del medio ambiente y el progreso cultural. Solo por denunciar la deforestación de la selva amazónica varios científicos sufrieron con Bolsonaro represalias e intimidaciones.
El gobierno de Bolsonaro llegó a poner en marcha campañas de difamación de líderes de las minorías indígenas así como de algunos activistas del movimiento LGTBIQ+, caso del diputado Jean Wyllys, obligado a exiliarse en Portugal tras recibir amenazas de muerte. Wyllys temía correr la misma suerte que Marielle Franco, víctima de un crimen de odio perpetrado por asesinos de ultraderecha afines a Bolsonaro.
En Rusia por otra parte criticar a Vladimir Putin no parece muy recomendable. Ya antes de la guerra de Ucrania varios políticos, periodistas e incluso artistas críticos con su gobierno fueron asesinados o envenenados con graves consecuencias para su salud. Los casos de Alexandr Litvinenko, Anna Politkóvskaya o Aleksei Navalni solo son los más célebres entre una larga lista de ‘aguafiestas neutralizados’ por el gobierno de Putin, que por algo antes de ser presidente de la Federación Rusa trabajó en la KGB.
En cuanto a la República de la India gobernada por el neoliberal-neotradicionalista Narendra Modi varias organizaciones de derechos humanos han denunciado la represión sistemática de activistas y periodistas críticos con el régimen. Modi ha alentado a los sectores más radicales del hinduismo tradicionalista para intimidar y hostigar abiertamente a las minorías religiosas, y a campesinos, sindicalistas, estudiantes o intelectuales incómodos con el poder.
La alternativa al capitalismo neoliberal comandado por los Estados Unidos y la Unión Europea que encabeza el grupo de los BRICS aparentemente podría ser una buena solución al orden financiero vigente pero con Rusia y China a la cabeza no es como para tener esperanzas en el futuro de la humanidad, en los derechos humanos, ni mucho menos en la libertad de expresión.