26 LOS CIEGOS Y EL ELEFANTE
'La economía es la ciencia social matemáticamente más avanzada pero la humanamente más retrasada al haberse desentendido de la comprensión de los factores sociales, históricos, políticos, psicológicos y ecológicos’. (Edgar Morin)
Una de las parábolas más ilustrativas sobre la incapacidad que tenemos para conocer la verdad de las cosas es el viejo cuento indio de los ciegos y el elefante, que entronca con la alegoría de la caverna de Platón.
Corremos el riesgo de pasarnos la vida palpando una parte de la verdad, síndrome que sufren con especial relieve los economistas, por eso algunos se pasan la vida tocando las patas, otros palpan la cola, la oreja, la panza, los colmillos, o la trompa del elefante. Pocos se hacen con una idea panorámica de la criatura en su totalidad.
En 2008 estalló la burbuja de hipotecas y productos financieros como consecuencia de las desregulaciones financieras apadrinadas por los economistas ortodoxos. Casi ninguno advirtió del crack que se nos venía encima.
Los economistas al fin y al cabo han sido educados para palpar solo una parte del elefante, como explica Steve Keen en ‘La economía desenmascarada’ (‘Debunking Economics. The Naked Emperor of the Social Science’, 2001). Keen es un economista australiano discípulo de Keynes y Minsky. Mucho antes del crack de 2008 fue de los pocos que vieron venir el pinchazo de la burbuja financiera-inmobiliaria.
Otro ecomomista de referencia muy heterodoxo y crítico con sus colegas fue el chileno Manfred Max-Neef, fallecido en 2018 y autor de ‘Economía Descalza’ (1982), donde muestra las vergüenzas del falso mito de la economía como ciencia. 'La economía debería tener la humildad de delimitarse dentro de la filosofía moral pero los economistas ortodoxos tienden a convertirla en una disciplina absolutista' dice el inolvidable Max-Neef.
En la misma línea de denuncia de la arrogante ceguera de los economistas ortodoxos también se han posicionado profesionales nada sospechosos de ser unos bohemios contraeconómicos, caso de Paul Romer, ex-economista jefe y ex-vicepresidente del Banco Mundial. Paul Romer acabó harto de la ‘mathiness’ (matematitis) que sufren sus colegas, expresión que él mismo ha acuñado para llamar al predominio de los modelos matemáticos supuestamente neutrales que pretenden gobernar desde la ausencia de ideología.
La economía es básicamente una ciencia de organización social, sin embargo la mayoría de los economistas están enfermos de ‘matematitis’, enfermedad sectaria no diagnosticada por la OMS pero de serios efectos para el bienestar social y la salud pública porque sus oficiantes predican conocimientos absolutos y verdades universales que no lo son en absoluto.
John Maynard Keynes se percató de este grave asunto en 1924. En un obituario dedicado a su mentor y maestro Alfred Marshall escribió una serie de reflexiones sobre el oficio de economista, que a su juicio solo puede ejercerse correctamente a partir del estudio multidisciplinar. El ‘buen economista’, escribió Keynes, debe tener en cuenta que ‘ningún aspecto de la naturaleza del hombre y sus instituciones puede quedar fuera de su entendimiento’.
Keynes se consideraba un modesto profesional de la economía dentro del contexto más amplio de la Filosofía Moral, por eso defendió la necesidad de alejarnos de conclusiones definitivas, incluso recomendaba cambiar de criterio en función a los cambios de las circunstancias: ‘Cuando cambian los hechos yo cambio de opinión. ¿Usted no?’, dijo en una de sus citas más memorables.
Más allá de las fórmulas y los gráficos de la Ciencia Económica enferma de ‘matematitis’ a juicio de Keynes los grandes retos y problemas macroeconómicos se explican no tanto por la vía de los números como a través de los ‘espíritus animales’ que se ocultan tras las cifras micro-económicas y macro-económicas.
El último libro que escribió el keynesiano John Kenneth Galbraith antes de morir es un ensayo breve que lleva por título ‘La economía del fraude inocente’ (‘The Economics of Inocent Fraud’, 2004). Para Galbraith, que por entonces tenía ya más de 90 años, la economía ortodoxa lejos de ser una ‘ciencia sin ideología’ ha asumido una serie de suposiciones incorrectas, entre las cuales cabe destacar el mal uso del Producto Interior Bruto como medida indiscutible de progreso social.
En 1973 J. K. Galbraith pronunció un discurso ante la American Economic Association titulado ‘El poder y el economista útil’ (‘Economics and the Public Purpose’) en el cual equiparó a la Ciencia Económica como un saber carente de sentido en caso de estar separado del estudio filosófico y sociológico del poder político. Obviando el problema del abuso de poder del capital, la ortodoxia económica ha alimentado las desigualdades extremas, la evasión fiscal, la explotación laboral, la especulación financiera, y el deterioro del medio ambiente.
Más que un ‘fraude inocente’, Mason Gaffney y Fred Harrison creen que la Ciencia Económica es una estafa premeditada. En 'La corrupción de la Economía' (‘The Corruption of Economics’, 1994) cuentan cómo mediado el siglo XIX los grandes industrialistas y financieros transformaron intencionadamente el estudio de las ciencias económicas con la idea de subordinar todos los aspectos sociales a la ideología que mercantiliza la tierra, el trabajo y el dinero.
Para Harrison y Gaffney el paradigma neoclásico que se enseña en las universidades fue diseñado y promovido por el establishment industrial no solo para difamar al keynesianismo, sino mucho antes con el objetivo concreto de mancillar el legado de gente como Henry George, considerado en círculos académicos como un vulgar filósofo de taberna analfabeto en cuestiones económicas.
Después de todo Keynes tuvo que ponerse abstruso y enigmático, como acertó a observar Bernard Maris, de otro modo nadie le habría respetado en las más prestigiosas universidades de Europa y Estados Unidos.
En vez de estudiar Historia, Antropología y Filosofía Moral y Social, los estudiantes de ecomomía de la mayoría de las universidades del mundo aprenden 'una perspectiva autista de la disciplina', como dice Kate Raworth. ‘Estudié Economía y terminé frustrada por lo que me habían enseñado. -recuerda Raworth- Tanto que no me veía en absoluto presentándome como: Hola, soy economista. Ahora en cada universidad a la que voy a dar una conferencia siempre que pregunto: ¿Qué es lo primero que habéis aprendido? todos me responden ‘la oferta y la demanda’.
Continúa Kate Raworth: ‘Me gustaría que en la primera clase se iniciara una conversación sobre qué es el mundo que habitamos. La economía es el poder que tenemos para gestionar los recursos. Y siempre debe de estar ligada al planeta del que dependemos. Sin embargo donde estudié todo eso quedaba enterrado bajo grandes montones de teorías que no tenían en cuenta lo que realmente estaba sucediendo en el mundo. Sentía que lo que necesitábamos era un nuevo y gran punto de partida del que no se hablaba en la facultad’.
Un grupo de estudiantes de economía de la Universidad de Cambridge piensan lo mismo, como han llegado a explicar en una carta pública de 2015 dirigida no solo a las autoridades de su centro sino al establishment universitario internacional: ‘Nos sentimos en la obligación de denunciar que la educación universitaria ha sido monopolizada por un único enfoque en lo que respecta a la explicación científica y al análisis de los fenómenos económicos’, dicen los estudiantes rebeldes de Cambridge.
También en Francia grupos de estudiantes de Ciencias Económicas de universidades como La Sorbona, Orleans, Grenoble, Rennes, Marsella y Clemont-Ferrand, han hecho público su malestar con el sistema educativo. En muchos otros centros académicos de Europa, como Barcelona, Hamburgo, Londres o Florencia, ha habido asimismo manifestaciones muy parecidas en los últimos años, sobre todo a raíz de la crisis financiera de 2008.
Incluso en Harvard también se han producido algunas protestas aisladas exigiendo la enseñanza de una economía más abierta a las cuestiones sociales y ecológicas, y han brotado movimientos minoritarios pero similares en las universidades norteamericanas de Duke y Berkeley. La prensa económica mainstream sin embargo apenas ha informado de estos movimientos estudiantiles globalizados que apuestan por un cambio de los estudios económicos universitarios.
Los economistas que salen de las universidades de todo el mundo siguen siendo adoctrinados para comportarse como si estuviéramos compitiendo en igualdad de oportunidades, como si la especulación financiera no causara daños sociales, o como si los precios de mercado fueran una expresión justa y definitiva del auténtico valor de los bienes y servicios que consumimos de forma aparentemente soberana.
La ceguera de los economistas ortodoxos empieza por una grave deshonestidad antropológica como es dejar fuera de la pizarra de sus cálculos científicos el incalculable valor que tienen las contribuciones no mercantiles dentro de la cadena de creación de valor. A los economistas ortodoxos tampoco les interesa saber realmente qué es eso que llamamos ‘trabajo’, razón por la cual tampoco pueden saber verdaderamente qué es eso que llamamos ‘bienestar’.
Por muy científicos que alcancen a ser, los economistas básicamente son narradores de cuentos, al fin y al cabo la principal habilidad que nos caracteriza como seres humanos y nos separa del resto del mundo animal es esa asombrosa capacidad que tenemos para construir relatos de ficción antes de ponernos a hacer sumas y restas.
Los mitos literarios y las leyes supuestamente naturales que componen el relato de las escuelas de economía liberal tienen un buen aliado en la predisposición del homo economicus a creer en historias que refuerzan la percepción limitada de la realidad que tenemos como individuos, por eso vivimos como si los precios de la vivienda, del petróleo, del oro, de la deuda pública, del suelo, de las hipotecas, de las criptomonedas, o de las divisas, fueran precios que se corresponden con el cruce espontáneo de las curvas de la oferta y la demanda.
Puede que sea la ignorancia más fraudulentamente maquillada de toda la historia de la humanidad, tal como decía Bernard Maris, el economista que murió en el atentado yihadista de la redacción del Charlie Hebdo. Bernard Maris escribió varios ensayos breves muy recomendables, caso de la ‘Carta a los economistas que nos toman por idiotas’ (‘Lettre ouverte aux gourous de l'économie qui nous prennent pour des imbécileses’ 2009), donde desmonta la arrogancia que caracteriza a su gremio.
‘¿Qué tienen que hacer los hijos de Smith, Marx y Keynes? –escribió Maris en su carta- ¿Están condenados a jugar el rol de mago, sacerdote o gurú? Desde luego que no. Pueden denunciar a los mercaderes de la confusión, promover la economía como una ciencia del hombre, no como una ciencia pura, y pueden cuestionar la historia, las civilizaciones, pueden pensar sobre el valor y la riqueza. Pueden denunciar la eficacia y la productividad –o simplemente dejarlo todo a los ‘business managers’…. Pueden regresar a la psicología, la sociología, la historia, y la filosofía. Pueden pensar sobre el trabajo, el tiempo, y el dinero. Esto es: pueden ir atrás a donde empezaron Smith, Keynes y Marx’.
El capitaclismo es el proceso de degeneración del sistema de libre mercado como consecuencia de la mala educación que reciben los profesionales de la economía, alejados de las verdaderas inquietudes sociales de Smith, Keynes y Marx. Incapacitados para comprender las ventajas de la producción gratuita y los perjuicios sociales de la especulación financiera, así como los costes humanos de la explotación laboral y el deterioro medioambiental, están tan ciegos que ni siquiera son capaces de hacer una simple resta de las externalidades negativas que arroja la tasa de productividad de la nación.
No va a ser fácil acabar con el fetichismo de la competitividad ni con la dictadura del PIB ni con el reinado intelectual de la Ciencia Económica escrita con maýusculas. Y es que incluso por encima de los abogados, los políticos, los periodistas, los curas, y hasta por encima de los publicistas, los mayores charlatanes de la historia son sin duda los economistas.
Varias fórmulas supuestamente científicas ampliamente difundidas por los economistas ortodoxos han quedado en evidencia en los últimos años y hasta los modelos algorítmicos aparentemente más sofisticados parten de hipótesis y simplificaciones. Pero todo eso les da igual. Nada va a cambiar en las universidades de Economía a pesar de las críticas de los economistas y de los estudiantes más inteligentes.
Dos economistas perfectamente ortodoxos, profesores referentes de las nuevas camadas de economistas liberales, Carmen Reinhart y Kenneth S. Rogoff, publicaron hacia 2010 un estudio considerado como la biblia de las políticas de austeridad que tantos gobiernos acometieron para paliar los efectos de la crisis financiera que arrancó hacia 2008. Poco después, tres estudiantes de Berkeley (Jaime Guajardo, Daniel Leigh, y Andrea Pescatori) demostraron que Reinhart y Rogoff partieron de datos sesgados y parciales.
Wolfgang Munchau, editorialista del Financial Times, se quedó alucinado con la descarada falta de vergüenza intelectual de esta reconocida pareja de economistas y de muchos otros economistas capaces de sacar conclusiones universales a partir de fórmulas matemáticas generadas mediante datos parcialmente seleccionados: ‘Es inaudito que alguien con formación macroeconómica y con un mínimo de honestidad y decencia pueda apoyar la fantasía de que las políticas de austeridad estimulan la economía’.
Como decía José Luis Sampedro seguramente ‘hay dos tipos de economistas: los que trabajan para hacer más ricos a los ricos, y los que trabajan para hacer menos pobres a los pobres’. Los primeros son más numerosos por la sencilla razón de que están mucho mejor pagados.
Durante la crisis de 2008 en las televisiones españolas salieron muchos economistas pidiendo austeridad pública en nombre de la razón pura de la economía, caso por ejemplo de Juan Iranzo y Alberto Recarte, tertulianos de programas de televisión como ‘El Gato al Agua’ o ‘El Cascabel al Gato’.
Juan Iranzo continúa pidiendo ajustes sociales y austeridad pública en El Toro TV aunque disfrutó como nadie de la Visa Black de Caja Madrid. Catedrático de Economía Aplicada de la UNED, Juan Iranzo llegó a ser decano del Colegio de Economistas de Madrid a la vez que consejero de Red Eléctrica Española y algunas otras empresas, llegando a cobrar solo en Caja Madrid cerca de 5 mil euros al mes más 20 mil anuales en incentivos libres de impuestos con la Visa Black.
La misma austeridad pública predicaba Alberto Recarte, otro consejero de administración de la banca pública madrileña, donde ejerció en Caja Madrid de mano derecha del director Miguel Blesa, el viejo amigo de Aznar que terminó suicidándose tras ser condenado por diversos casos de corrupción. Entre las mayores hazañas de Recarte cabe destacar la aprobación de la compra de un banco de Miami que misteriosamente salió tres veces más caro de su valor real, extraño caso todavía no esclarecido que acabó costándole la inhabilitación al juez Elpidio Silva.
Como su colega Iranzo, el señor Recarte solía frecuentar toda clase de tertulias de radio y televisión. Los dos siempre defendieron con los sofisticados argumentos de los prestigiosos profesores no solo la austeridad pública sino también las bajadas de impuestos a los más ricos, el despido libre, e incluso la eliminación del salario mínimo.
Al mismo tiempo que disfrutaba de la Visa Black de Caja Madrid, Alberto Recarte logró dinero procedente de la caja B del Partido Popular, haciendo uso de sus contactos directos con el expresidente José María Aznar, para financiar Libertad Digital, empresa de comunicación dedicada a difundir las maravillas de la libertad de mercado y a luchar contra cualquier gasto público de carácter social.
Los profesores de economía que incurren en fraudes más o menos inocentes o indecentes tienen en común la misma obsesión por modelizar el comportamiento humano a partir de la maximización de los rendimientos económicos. Por eso son los grandes gurús de la era del homo economicus, término utilizado por los primeros economistas que se resistieron a creerse sin poner ningún pero las fórmulas científicas de los grandes ‘matematitos’ de la historia de la economía, caso de Léon Walras o William S. Jevons, pioneros en la construcción de teorías concluyentes sobre la idea de la universalización del homo economicus.
Si los economistas estudiaran antropología comprenderían que el homo economicus es una racionalidad reduccionista pues los objetivos reales del ser humano van más allá de la maximización del beneficio propio con el menor coste posible. Los economistas liberales han colonizado sin embargo la ortodoxia y no solo las universidades, think-tanks y medios de comunicación primermundistas, sino también las instituciones educativas de los países pobres, como explica Arundhaty Roy en torno al caso de la India.
Dice Arundhaty Roy: ‘Cuando las universidades estadounidenses abrieron sus puertas a alumnos de otros países llegaron en tropel cientos de miles de estudiantes, hijos de las élites del Tercer Mundo. Los que mantienen posturas menos afines a las fundaciones se han visto desprovistos de fondos, marginalizados y condenados a guetos, y sus cursos han sido eliminados’.
El periodista inglés George Monbiot, siempre despierto a las peores tribulaciones del capitaclismo, ha explicado cómo por todas partes se ha producido desde los inicios de la era neoliberal un desembarco masivo de economistas liberales, los cuales se encargan de proteger intelectualmente este sistema ‘inoculado en la sociedad a través de un enorme aparato internacional de think-tanks, con la ayuda de medios de comunicación y centros de estudio que distorsionan la realidad de manera masiva, haciendo creer a la gente de forma ciega en el individualismo y la competición económica, en el egoísmo y la avaricia como estímulos necesarios para el progreso’.
Los periodistas como Naomi Klein o George Monbiot, y los sociólogos o filósofos como Mike Davis o Wolfgang Streeck, son quienes con más claridad han dibujado la silueta del elefante. Entre los economistas solo un grupo minoritario, los llamados ‘heterodoxos’ o ‘aguafiestas’, se atreven a cuestionar el orden vigente, algunos a costa de perder sus trabajos.
Solo de vez en cuando emerge algún caso excepcional dentro de la profesión con capacidad de influencia en círculos académicos, caso de Thomas Piketty, cuya obra se centra en el problema de la desigualdad creciente desde la implantación generalizada del liberalismo económico, o Anwar Shaik, que en su prestigioso ensayo ‘Capitalismo: competencia, conflicto y crisis’ (‘Capitalism: Competition, Conflict, Crises’, 2016) desmonta muchas de las falacias de la ortodoxia liberal, cuyo relato califica como un ‘cuento de hadas’ que se sostiene bajo falsas premisas.
Anwar Shaik encuentra en el liberalismo económico el puntal de un orden basado en fantasías y ficciones que degeneran en ‘la guerra de todos contra todos’, una guerra que deja numerosos daños colaterales que sin embargo los economistas ortodoxos ni quieren ni saben incorporar a sus estudios al recibir en las universidades una educación completamente ajena al estudio de toda la silueta del elefante.
‘Soy de Pakistán y crecí en una parte del mundo donde la desigualdad es enorme y el crecimiento es muy lento –dice Anwar Shaik- Mi padre era un diplomático al que destinaron a muchos países, por lo que crecí observando una gran variedad de personas, culturas y economías. En Kuwait vi cómo el país tenía más dinero del que podía contar pero a la vez una gran parte de la población estaba en situación de pobreza y trabajando en unas condiciones muy duras. Así que pensé que la economía me ayudaría a explicar todo esto. Sin embargo cuando entré en la universidad me di cuenta de que la doctrina económica no trataba sobre el mundo real sino que más bien estaba ocupada en un mundo de fantasía’.
Lo que deberían estudiar los estudiantes de economía en las universidades, como decía Manfred Max-Neef, son conceptos como ‘protección’, ‘afecto’ o ‘alienación’, pero a los economistas que salen con sus prestigiosos másters y títulos de las universidades les importa una mierda la cuestión de la desigualdad, la explotación laboral o la especulación financiera, les importa un comino los abusos del poder, ni siquiera les ha preocupado nunca el deterioro del medio ambiente al tratarse de un asunto que tampoco entra dentro del campo de su estudio y responsabilidad. Puede que en el fondo no exagerara David Suzuki cuando definió a la Ciencia Económica como ‘una falsa ciencia desconectada del mundo real que daña la naturaleza y el alma humana’.