16 GATOS GORDOS, RATAS FLACAS
‘Hay lucha de clases, por supuesto, y es mi clase, la de los ricos, la que está ganando’. (Warren Buffett)
En la Edad Dorada los norteamericanos querían ser como John Davison Rockefeller, el hombre más rico del mundo, dueño de la Standard Oil Company, el mayor holding empresarial de la historia del capitalismo, una compañía gigantesca que llegó a monopolizar no solo la extracción sino también el refino, transporte, distribución y venta de todos los productos derivados del petróleo en los Estados Unidos.
El sueño de Rockefeller era hacerse dueño de todo el negocio petrolero del mundo pero los tribunales de justicia le pararon los pies tras la aprobación de la Sherman Antitrust Act de 1890, ley redactada por el senador John Sherman con la idea de reducir el poder de los trusts empresariales. Aún así Rockefeller siguió controlando al 90 por ciento la industria petrolera de los Estados Unidos durante las dos siguientes décadas a la vez que expandiendo su negocio por todo el mundo.
Ningún periódico osaba meterse con Rockefeller pues sus largos tentáculos más allá de limitarse al ámbito de la industria petrolera llegaban hasta donde la política y el periodismo, pero en 1902 la revista McClure empezó a publicar una serie de reportajes sobre la Standard Oil, todos ellos firmados por Ida Tarbell, pionera del mejor periodismo de investigación. En 1904 los trabajos periodísticos de Tarbell fueron recopilados en un libro titulado ‘The History of the Standard Oil Company’ (‘La historia de la Standard Oil Company’).
La Naomi Klein de la Edad Dorada demostró que John D. Rockefeller utilizaba prácticas mafiosas, llegando a amenazar a los distribuidores que hacían negocios con sus competidores, pero no fue hasta 1911 cuando finalmente el Tribunal Supremo de los Estados Unidos obligó a la Standard Oil a disolverse en 34 diferentes compañías.
Rockefeller fue un gran ídolo para muchos norteamericanos que le consideraban un capitalista ejemplar no solo por su habilidad para los negocios sino también por sus obras de filantropía. Sin embargo los informes de Tarbell demostraron que su imperio había sido construido a base de chantajes y extorsiones. Además el dominio abrumador en el negocio petrolero de la Standard Oil se estaba convirtiendo en una seria amenaza para la libre competencia.
Los periodistas que como Tarbell se dedicaron a denunciar los abusos cometidos por los ‘fat cats’ (gatos gordos) del capitalismo de la Edad Dorada fueron conocidos como ‘muckrakers’ (removedores de basura). Henry Demarest fue un bravo ‘muckracker’ que se enfrentó no solo a John Rockefeller sino también a su suegro, William Bross, editor del Chicago Tribune. Bross despidió a Demarest del periódico cuando en 1886 defendió a los líderes sindicales que luchaban por la jornada de ocho horas y el descanso dominical.
A partir de entonces Demarest escribió en diarios y revistas alternativas de las que se vendían en los quioscos de prensa por debajo del mostrador, como The Atlantic Monthly, donde publicó una serie de ensayos que más tarde recopiló en el libro ‘Wealth Against Commonwealth’ (‘La riqueza contra la comunidad’, 1894), demoledor informe sobre la naturaleza antisocial del capitalismo liberal.
La mayoría de la gente en los Estados Unidos pensaba y piensa que poner límites a las desigualdades económicas representa un atentado contra las libertades individuales, sin embargo como dijo hace más de cien años Henry Demarest ‘si nuestra civilización es destruida no será por los bárbaros de abajo pues la amenaza procede de arriba, de los grandes amasadores de fortunas que se han sentado en lugares desconocidos por los reyes’.
Ida Tarbell, Henry Demarest y otros cuantos ‘muckrackers’ de la Edad Dorada llamaron a los capitalistas como John Rockefeller ‘robber barons’ (barones ladrones) adaptando al inglés el término alemán ‘raubritter’ en referencia a los señores feudales que en la Alemania medieval sometían a los ciudadanos cobrándoles peajes abusivos al haber acaparado la propiedad de la tierra.
En 1859 un editorial del New York Times empleó el término ‘rober baron’ por primera vez para denunciar los métodos mafiosos empleados por otro famoso ‘gato gordo’ de la Edad Dorada, Cornelius Vanderbilt, el empresario más rico y poderoso dentro del pujante sector ferroviario.
En la actualidad los norteamericanos siguen teniendo en alta estima a los grandes hombres de negocios, sin embargo como dice Hal Bridges ‘los líderes empresariales de los Estados Unidos de 1865 a 1900 eran por lo general un conjunto de avaros sinvergüenzas que habitualmente engañaban y robaban a inversores y consumidores, corrompían al gobierno, luchaban despiadadamente entre ellos, y llevaban a cabo actividades depredadoras comparables a las de los barones ladrones de la Europa medieval’.
Según Robert Reich, el que fuera ministro ninguneado de Trabajo de Bill Clinton, estamos en plena Second Gilded Age (Segunda Edad Dorada) desde el año 2000. ‘Los robber-barons de la Primera Edad Dorada (1870-1900) hicieron fortunas creando monopolios, corrompiendo legisladores, bajando salarios, manipulando las finanzas, y debilitando a los sindicatos: Andrew Carnegie, Cornelius Vanderbilt, JP Morgan, Jay Gould, Henry Ford, Andrew Mellon. Los robber-barons de la Segunda Edad de Oro (2000-?) están haciendo fortunas creando monopolios, corrompiendo legisladores, bajando salarios, manipulando las finanzas, y debilitando a los sindicatos: Jeff Bezos, Elon Musk, Bill Gates, Mark Zuckerberg, Charles y David Koch, Larry Page, Carl Icahn’.
Continúa Robert Reich: ‘Los excesos de la Primera Edad Dorada terminaron con la Progressive Era (Era Progresista) a base de reformas políticas, impuestos a los ricos, protección de la salud de los trabajadores y de la seguridad de los consumidores, leyes antitrust para impedir los monopolios. ¿Cómo terminarán los excesos de la Segunda Edad Dorada?’
En medio de las protestas del Ocupy Wall Street de 2011 Bernie Sanders volvió a utilizar el término ‘robber barons’: "Creemos en este país pero nos condenaremos si permitimos a un puñado de ‘barones ladrones’ controlar nuestro futuro’. Los manifestantes de Occupy Wall Street también utilizaron este término mientras mostraban montajes de la cara de Jeff Bezos, dueño de Amazon, sobre el cuerpo de un gato gordo como ocurrió en su día con John Rockefeller, cuyo peculiar carácter inspiró la guasa de los primeros dibujantes de tiras cómicas.
A día de hoy, en plena Segunda Edad Dorada, la mayoría de los ciudadanos norteamericanos creen que no hay ‘barones ladrones’ ni ‘explotación laboral’ ni problema alguno de desigualdad u otros ‘delirios marxistas’ que solo existen en la mente de las ratas flacas ‘holgazanas y envidiosas’. De hecho eso de ‘gatos gordos’ y ‘ladrones barones’ son expresiones desfasadas que han ido desapareciendo en beneficio del uso más políticamente correcto de ‘magnate’, que deriva del latín ‘magnatus’ y significa ‘gran noble’, o ‘tycoon’, procedente del japonés ‘taikun’ (príncipe).
Upton Sinclair tenía 26 años cuando recibió el encargo del editor de la revista Appeal to Reason de escribir un reportaje sobre Packintown, ‘La ciudad del empaquetado’ con sede en Chicago. En la mejor tradición del periodismo de inmersión Sinclair entabló amistad con los trabajadores de Packintown, donde cinco grandes empresas, agrupadas en el Beef Trust, tenían la mayoría de sus fábricas, mataderos y corrales, a los cuales cada día llegaban desde todos los Estados Unidos vacas, cerdos y otros animales para ser convertidos en productos comestibles mediante innovadoras formas de envasado y uso de conservantes.
También llegaban por aquellas fechas cada día a Packingtown ciudadanos procedentes de medio mundo dispuestos a trabajar duro y hacer realidad el sueño americano, como Judgis Rudkus, el ficticio emigrante lituano protagonista de ‘La jungla’, (‘The Jungle’, 1906), la novela que Sinclair publicó dos años después de su reportaje periodístico.
A los gatos gordos de Packingtown solo les preocupaba incrementar sus beneficios aunque fuera a costa de mantener en la degradación humana a las ratas flacas. Packingtown fue pionera en el ‘assembly line’ (línea de ensamblaje), método de producción que años después utilizaría Henry Ford para convertirse en el rey de la industria del automóvil. Las empresas del Beef Trust introdujeron además una novedosa forma de atraer inversores para incrementar el precio de sus acciones bursátiles a partir de la creación de activos financieros basados en valores futuros.
‘La jungla’ fue uno de los mayores best-sellers de la época hasta el punto de convertir a Upton Sinclair en el escritor norteamericano más famoso de su generación. Su colega Jack London calificó a ‘La jungla’ como ‘La cabaña del Tío Tom de la esclavitud asalariada’ y la novela tuvo tal repercusión que el mismo año de su publicación el Congreso de la nación terminó aprobando la Meat Inspection Act o Ley de Inspección del Negocio Cárnico para establecer los primeros estándares de seguridad sobre el uso de conservantes alimenticios.
Con el dinero que ganó gracias a ‘La jungla’ Upton Sinclair construyó en Nueva Jersey el Helicon Hall, una especie de comuna para escritores, artistas y activistas en la tradición del socialismo utópico de Robert Owen y Charles Fourier, sin dejar de escribir una ingente cantidad de artículos, ensayos y novelas como ‘Petróleo’ (‘Oil’) publicada en 1927 y adaptada al cine en 2007 por el director Paul Thomas Anderson con Daniel Day Lewis en el papel protagonista bajo el título ‘There Will Be Blood’ (‘Pozos de ambición’).
‘Petróleo’ narra la historia de Arnold Ross, un magnate de la industria petrolera carente de ninguna clase de consciencia social. En compañía de su hijo recorre California a principios del siglo XX explotando pozos y buscando nuevos yacimientos en medio de numerosos conflictos laborales, burbujas especulativas, y casos de corrupción política. El protagonista de ‘Petróleo’ es el paradigma del capitalista cristiano que justifica los abusos del sistema a partir de la relectura de la Biblia. Según Arnold Ross ‘los negocios petrolíferos se parecen a las cosas celestiales: son muchos los llamados y pocos los elegidos’.
Upton Sinclair no tuvo el talento de los grandes maestros del realismo de denuncia social como Charles Dickens o Emile Zola pero el retrato que hizo de su tiempo tiene un gran valor literario. Su referente inmediato fue Frank Norris, otro gran escritor naturalista norteamericano al nivel de Mark Twain, Jack London, Theodore Dreiser o Stephan Crane. Norris murió joven pero escribió varias novelas que cuentan de manera muy realista los abusos capitalistas de la Edad Dorada, como por ejemplo ‘McTeague’.
‘McTeague’ (1899) es una cruda y deprimente descripción novelada de la degradación del sueño americano que sirvió de inspiración al director Erich Von Stroheim para rodar ‘Avaricia’ (‘Greed’, 1924). Antes otro famoso director de la época del cine mudo, David W. Griffith, filmó el mediometraje ‘Un rincón en el trigo’ (‘A Corner in Wheat’, 1909), historia de un codicioso magnate que pretende acaparar el mercado mundial de trigo, película basada en una trilogía de novelas que Frank Norris no pudo terminar debido a su repentino fallecimiento a los 32 años.
Los fanáticos del capitalismo desregulado deberían comprender que además de proteger a los consumidores con leyes de supervisión de productos médicos o alimenticios, y limitar la acumulación de tierra y capital con leyes antimonopolios, la única manera de impedir las actitudes tóxicas e inmorales de los capitalistas es mediante la oportuna intervención del Estado.
Con cada crisis del sistema los ricos se hacen mucho más ricos y los pobres mucho más pobres por el llamado 'efecto Mateo' que otorga a los capitalistas con más recursos mayores posibilidades de ampliar sus fortunas al tener más facilidades para mover sus inversiones. Gracias al ‘efecto Mateo’ las personas y países más ricos consiguen acumular grandes riquezas a través del rendimiento creciente de sus activos mientras los más pobres nunca consiguen salir de la pobreza debido a la pesada carga de sus pasivos.
La estatofobia sin embargo ha calado hondo en el inconsciente general del pueblo norteamericano aunque a lo largo de la mal interpretada historia económica de los Estados Unidos el emprendimiento privado ha contado siempre con la protección de las leyes y con generosas ayudas públicas.
El papel central del Estado en forma de valedor del dólar y las inversiones públicas que garantizaron la expansión hacia el oeste a través de cuantiosas subvenciones de las que se beneficiaron las empresas ferroviarias fueron solo algunas de las numerosas intervenciones estatales que facilitaron el extraordinario desarrollo de los Estados Unidos.
El libre mercado en los Estados Unidos no se puede entender sin las leyes para la protección del reparto de la tierra, empezando por la Homestead Act de 1862, por la cual los colonos pudieron reclamar a título gratuito hasta 160 acres de tierra (320 en caso de estar casados) a condición de habitarla y mejorarla de forma continuada durante al menos cinco años.
Gracias a la Homestead Act en la costa oeste se abrieron grandes oportunidades económicas para modestos empresarios y campesinos. Con cantidades inmensas de tierras fértiles continuamente disponibles y una abundancia de empleos sin precedente fueron surgiendo nuevas ciudades y negocios por doquier amparados por la protección estatal.
El oeste americano es famoso por haber inspirado épicas películas hollywoodienses de cowboys individualistas pero no tanto por su condición de estabilizador de la economía a partir de leyes políticas. Si el oeste de los Estados Unidos floreció fue gracias a la Homestead Act de la cual se benefició el hombre blanco por encima de la mujer, el negro, el latino, o el asiático.
California fue una gran salida de emergencia para las ‘ratas blancas’ procedentes del este hasta que llegaron las ‘ratas amarillas’ del oeste y el precio de la tierra empezó a subir muy por encima de las rentas del trabajo, como explicó Henry George en ‘Riqueza y miseria’.
No fueron los grandes propietarios de la tierra ni tampoco las grandes empresas sino los pequeños agricultores y ganaderos y las primeras medianas y pequeñas empresas las que cimentaron el éxito del capitalismo en los Estados Unidos con la protección y ayuda de las administraciones públicas. Tampoco fueron los grandes bancos sino las pequeñas instituciones financieras locales las que facilitaron el auge de los primeros comerciantes del oeste norteamericano.
En un breve ensayo de 1926, ‘The End of Laissez-Faire’ (‘El final del laissez-faire’) Keynes se acordó de las jirafas. Para Keynes el liberalismo económico equivale a dar de comer a las jirafas con los cuellos más largos a costa de matar de hambre a las que tienen los cuellos más cortos. En una de sus más célebres citas Keynes definió al capitalismo como ‘la extraordinaria creencia en que las más despreciables motivaciones de los más despreciables seres humanos colaboran al beneficio de todos’.
Tanto en la Gran Depresión del siglo pasado como en la Gran Crisis del siglo presente encontramos en su origen además de mucha especulación financiera un problema enorme de desigualdad económica. Son sin embargo muy pocos los economistas que han estudiado a fondo el problema de la desigualdad más allá de algunas brillantes excepciones como Thomas Piketty o Joseph Stiglitz.
En ‘El capital en el siglo XXI’ (‘Le Capital au XXIème siècle’, 2013) Piketty explica cómo bajo el orden neoliberal la tasa de beneficio del capital ha ido creciendo por encima de la tasa de productividad del trabajo abriendo una brecha cada vez más grande entre rentistas ricos y pobres asalariados. Para Piketty la única solución es un impuesto en torno al 90% sobre las rentas más altas como llegó a establecer el gobierno de Roosevelt en los años treinta.
Por su parte Joseph Stiglitz en ‘El precio de la desigualdad’ (‘The Price of Inequality: How Today’s Divided Society Endangers Our Future’, 2012) recuerda cómo las políticas rooseveltianas sirvieron para alcanzar una alta cohesión social y acabar con las crisis financieras y bancarias, pero la ofensiva neoliberal llevada a cabo a partir de los años ochenta ha producido el retorno de las grandes desigualdades por la vía de la desregulación de los mercados, las bajadas de impuestos, y el debilitamiento progresivo del poder de negociación de los sindicatos.
La extrema desigualdad que hoy día aqueja a medio mundo ha empeorado por culpa de las políticas de austeridad emprendidas por los gobiernos tras la crisis de 2008 y por el poder creciente de los monopolios y oligopolios. ‘En los Estados Unidos nos enseñan que hay libre competencia –dice Stiglitz- pero no es cierto porque en realidad todos los sectores están dominados por grandes empresas, desde las que fabrican esmalte de uñas hasta los enormes monstruos tecnológicos’.
En España el precio de la luz ha sido el peor quebradero de cabeza de los ciudadanos durante los años de la pandemia pero no es resultado del mercado de competencia sino de la existencia de oligopolios encubiertos como libre competencia, tal como explica Enrique Palazuelos en ‘El oligopolio que domina el sistema eléctrico’ (2019).
En esta misma línea de pensamiento encontramos a Juan Torres López: ‘Lo que pagamos en España por el consumo de luz eléctrica es el resultado de una constante manipulación de la oferta y la demanda que hacen las cinco empresas que controlan su producción, distribución y venta comercial. Además estas empresas tienen el poder suficiente como para influir decisivamente en las normas que lo regulan y de las que dependen los sobrecostes’.
El poder de las empresas oligopolistas en el sector de la energía eléctrica es tan grande que ha llegado a perjudicar el progreso del sector de las energías renovables. Como explica Torres López: ‘El sector de las renovables comenzó a desarrollarse con éxito hasta que las empresas eléctricas comenzaron a presionar a los gobiernos y consiguieron finalmente, en 2012, que el Partido Popular materializara un frenazo radical a la producción de este tipo de energías limpias’.
Siguiendo la estela de los mucrackers que con su valiente activismo político y periodístico ejercieron la presión necesaria como para desmontar los poderosos trusts de la Edad Dorada cabe destacar en la lucha actual contra los nuevos monopolios de la Nueva Edad Dorada a gente como Zephyr Teachout, Barry Lynn, David Dayen, Matt Stoller o Jonathan Tepper.
Todos ellos coinciden en destacar la concentración de poder y riqueza que se ha producido a medida que se han ido imponiendo las políticas neoliberales de las últimas décadas, permitiendo a un puñado de grandes empresas dominar los mercados a través de la imposición de precios y salarios abusivos sobre empleados, proveedores y empresas subcontratadas, ampliando márgenes de beneficio con las crisis y hasta con las guerras, y evadiendo el pago de impuestos por la vía de los paraísos fiscales.
Según una investigación del Instituto de Estudios de Política (IPS) de los Estados Unidos, desde el 18 de marzo, fecha de inicio de la pandemia del coronavirus, los 12 multimillonarios más prominentes de Wall Street han incrementado aún más su fortuna combinada en un 40%.
La cohesión social lograda gracias a las políticas keynesianas y socialdemócratas se ha desvanecido por completo en casi todo el mundo de modo que hoy día apenas siete personas reúnen tanta riqueza como los 160 millones más pobres, además en la actualidad los directores ejecutivos de las grandes corporaciones cobran 370 veces más que el trabajador medio cuando en 1965 la proporción era de 20 a 1.