15 EL EXTRATERRESTRE DE HENRY GEORGE
‘Si de pronto viniera un extraterrestre y le explicaras cómo vivimos en este planeta y cómo las casas y la comida y la ropa y todo aquello que necesitamos es fruto del esfuerzo humano, ¿no sería más lógico suponer que los trabajadores son los que viven en las casas más hermosas y quienes disfrutan de los mejores bienes que produce la sociedad?’. (Henry George)
Hace poco más de cien años los ‘laburantes’ argentinos se echaron a las calles de las ciudades pidiendo el ‘descanso dominical’. Por entonces en Argentina, como en todo el mundo, no quedaba más remedio que trabajar todos los santos días, no había fines de semana ni vacaciones ni pagas extras ni convenios colectivos ni salarios mínimos interprofesionales ni pensiones de jubilación ni prestaciones de desempleo ni Estado del Bienestar.
Las voces más puritanas y los medios más conservadores del país demonizaron de inmediato a los trabajadores rebeldes que pedían el ‘descanso dominical’, los llamaron negros, indios, gauchos, vagos y malentretenidos. Cómo estaría el patio en la Argentina por aquellas fechas que al escritor Jose González Castillo se le ocurrió una fría tarde de agosto porteño de 1906 entrar en una oficina del Registro Civil de Buenos Aires con la idea de poner de nombre a su hijo recién nacido ‘Descanso Dominical’.
Cuentan que después de una discusión acalorada en las oficinas del Registro Civil del barrio de Boedo en Buenos Aires ante la amenaza de la intervención de las fuerzas del orden y la constante negativa del funcionario del registro, Jose Castillo terminó llamando a su hijo Ovidio Cátulo en honor a los dos más grandes poetas de la literatura latina de los tiempos del Imperio Romano.
Cuarenta años después Ovidio Cátulo escribió ‘La última curda’, el tango más amargo de todos los tangos, un emocionante diálogo entre un porteño herido por el destino y su desgarrado bandoneón. ‘La vida es una herida absurda y es todo tan fugaz que es una curda nada más mi confesión’ le canta a su instrumento con los ojos vidriosos.
Antes del nacimiento de Cátulo Castillo su padre en el barrio de Boedo fundó la peña Pacha Camac, un centro cultural que lleva el nombre del dios inca de la naturaleza y señor del Buen Vivir. De la peña de José González Castillo escribió Roberto Arlt en 1932: ’En la peña de Boedo, llamada Pacha Camac, que en idioma incaico quiere expresar ’genio animador del mundo’, se reúne el proletariado inteligente de la barriada. Son obreros que leen, escriben, estudian, ensayan, y muchos de ellos, como buenos hijos de italianos, son aficionados a las artes plásticas’.
Algunos años antes, en plena Edad Dorada de los Estados Unidos, un día de 1871, a los 32 años, Henry George se detuvo a contemplar la bahía de San Francisco, ciudad que estaba experimentando un auge extraordinario con la construcción de modernos puentes y edificios maravillosos. ‘Le pregunté a un transportista que pasaba por ahí a qué precio se pagaban aquellas tierras. –escribió años más tarde H. George- ‘No lo sé exactamente pero hay un hombre que vende parcelas a mil dólares el acre’, me dijo. Como un destello descubrí que esa era la razón del incremento de la pobreza ligado al incremento de la riqueza’.
En una visita previa a Nueva York a Henry George le había llamado poderosamente la atención el hecho de cruzarse con muchos más pobres que en las ciudades del Oeste y el interior del país, localizadas en zonas menos prósperas y populosas. ‘¿Cómo es posible que a mayor progreso y oportunidades de empleo haya una mayor desigualdad y un mayor número de pobres?’, se preguntó H. George. Para responder a esta cuestión escribió ‘Progreso y miseria’ (‘Progress and Poverty’, 1879).
Henry George comprobó que la construcción de los ferrocarriles había elevado las rentas de las tierras de California muy por encima de las rentas del trabajo, consecuentemente entendió que el incremento del precio de los bienes raíces no solo se eleva por encima del incremento del precio del trabajo, es que además lejos de ser fruto del esfuerzo de sus propietarios se debe al valor añadido de las inversiones públicas financiadas con capital social.
Nacido en Filadelfia en una familia de clase media-baja Henry George trabajó como periodista en varios periódicos de California. Con la publicación de ‘Progreso y miseria’ alcanzó fama, riqueza y prestigio. Como su libro tuvo un gran éxito de mercado pudo comprar una buena casa para su familia, pero ‘mientras la clase trabajadora no tenga libre acceso a la tierra tendrá que dedicar gran parte de su salario a la vivienda, cuyo precio está sujeto a los caprichos del mercado financiero, de modo que nunca saldrá de la pobreza’.
Henry George fue el primero en darse cuenta de que además del problema de la explotación laboral en las tripas del capitalismo encontramos adicionalmente otra grave disfunción de compleja resolución dado que el precio de la vivienda siempre se alza por encima del precio del trabajo debido a la especulación financiera en torno al negocio inmobiliario.
Como su colega Frank Baum, Henry George fue testigo de la revuelta de la Plaza Haymarket de Chicago, donde en la primavera de 1886 se dieron cita cientos de obreros con pancartas pidiendo el 8+8+8 (ocho horas para el trabajo, ocho horas para el ocio, ocho horas para el descanso). A diferencia de Baum en vez de cultivar la literatura fantástica George se dedicó a la Filosofía Económica. Por sus profundas ideas reformistas a Henry George la plutocracia norteamericana llegó a temerle mucho más que a Karl Marx.
Durante la Edad Dorada en los Estados Unidos el progreso se identificó con la ética del trabajo y la cultura del esfuerzo, por eso a pesar de la explotación laboral rampante a los activistas por la jornada de ocho horas y el derecho al descanso dominical también los insultaron. Como decían los columnistas más ilustres de la época eran ciudadanos ‘lazy and poorly disciplined’ (‘vagos y pobremente disciplinados’) cuando no ‘anarquists and bad patriots’ (anarquistas y mal patriotas).
La huelga general de 1886 empezó el 1 de mayo, tres días después los manifestantes se reunieron en la plaza de Haymarket en medio de un ambiente muy caldeado porque solo unas horas antes la policía había disparado a quemarropa contra otra protesta sindical en una fábrica provocando seis muertos y varias docenas de heridos. Un artefacto de origen desconocido explotó dando muerte a un policía y causando varios heridos. Acto seguido la policía cargó contra los rebeldes y Haymarket se convirtió en un aquelarre de sangre obrera.
Como resultado de aquellos días de caos y violencia entre la policía y los trabajadores rebeldes se desató la represión de líderes laborales más brutal de la historia de los Estados Unidos. Los principales representantes del movimiento 8+8+8 fueron detenidos y juzgados. Cinco de ellos terminaron siendo ejecutados tras ser condenados a la pena capital. Han pasado a la historia como ‘los Mártires de Chicago’. Ni siquiera pedían la abolición del trabajo. Solo pedían limitar la obligación de trabajar a ocho horas diarias. En su memoria celebramos el 1 de mayo como el Día Internacional del Trabajo.
Mary Harris Jones tenía casi cincuenta años cuando se produjo la revuelta de Haymarket Square. Era una mujer brava y menuda, más conocida como Mother Jones. Dedicó su vida al activismo sindical y político, organizando toda clase de protestas y acciones sindicales.
Mother Jones comprobó que para reprimir la lucha obrera los capitalistas son capaces no solo de utilizar a la policía, a los políticos, a los jueces, o a los periodistas, sino sobre todo a la propia clase obrera, a la que tienen siempre confundida, dividida y enfrentada. ‘Los privilegiados no conocen límites a la hora de mantener a los trabajadores en la esclavitud’, escribió Mother Jones, testigo de excepción de la Edad Dorada.
Durante la Edad Dorada americana muchos europeos llegaron a los Estados Unidos y también a la Argentina huyendo del desempleo o la explotación laboral a la que estaban condenados en sus países. Algunos encontraron buenas oportunidades y condiciones de trabajo, sin embargo a medida que los empresarios fueron disponiendo de mano de obra más barata procedente de otras partes del mundo los salarios tendieron a la baja mientras crecían las rentas del capital y subía el precio de la vivienda.
Mientras tanto al otro lado del océano en la cuna del capitalismo, Charles Dickens, el creador de Oliver Twist y David Copperfierld, empezó a denunciar la brutal explotación laboral que sufrían los obreros ingleses. Los periodistas de los medios conservadores, los políticos de derechas, y los empresarios le acusaron de estar exagerando.
Lo mismo dijeron de Friedrich Engels cuando en 1845 publicó ‘La situación de la clase obrera en Inglaterra’, originalmente escrito en alemán (‘Die Lage der Arbeitenden Klasse in England’). Engels nació en Alemania hijo de un rico industrial textil pero se hizo amigo y colaborador de Karl Mark. Vivió en Mánchester, donde conoció a su amante Mary Burns, trabajadora de origen irlandés que le introdujo en el mundo del sindicalismo británico.
Gracias a su apoyo intelectual y económico Karl Marx pudo escribir ‘El capital. Crítica de la economía política’ (‘Das kapital. Kritik der politischen ökonomie’, 1867), texto imprescindible para profundizar en los aspectos más siniestros del sistema capitalista.
Marx hizo una crítica impecable del sistema capitalista aunque se equivocó proponiendo la destrucción de los impulsos egoístas y propietaristas del ser humano. Su ‘Manifiesto comunista’ (‘Manifest der Kommunistischen Partei’, 1848) ha creado monstruos pero fue el más brillante de sus colegas poniéndose a pensar en torno a la ‘plusvalía’ o el ‘ejército de reserva’.
Los economistas liberales creen que ‘la explotación laboral’ es un delirio marxista porque los contratos laborales entre empresarios y trabajadores supuestamente se firman y negocian en condiciones de libertad, pero todos sabemos que Marx tenía razón. ¿Dónde está la libertad de no hacer nada?
Lo mejor de Marx son algunos conceptos que acuñó muy oportunos, como el ‘fetichismo de la mercancía’ o el ‘ejército industrial de reserva’. Sin duda Marx hizo un diagnóstico muy serio del capitalismo pero la clase obrera ha ganado mucho más por la vía del socialismo democrático que por la vía de la revolución comunista.
Gracias al keynesianismo y a la socialdemocracia tras la Gran Depresión y especialmente después de la Segunda Guerra Mundial la clase obrera mejoró sus condiciones de vida de forma considerable con el establecimiento de derechos laborales y sólidos Estados del Bienestar que permitieron a muchos países alcanzar niveles de cohesión social nunca vistos hasta entonces.
Además los sindicatos de trabajadores empezaron a jugar un papel fundamental en el seno de las empresas, garantizando mediante la negociación de los convenios colectivos y el derecho a la huelga salarios dignos y buenas condiciones laborales para superar los duros tiempos no regulados de la Edad Dorada.
Lejos de liberar a la gente de la obligación de trabajar, la historia demuestra que el comunismo ha sido tan explotador de la naturaleza y el ser humano como el capitalismo extrayendo del trabajador plusvalías confiscatorias, sin embargo el capitalismo salvaje es una retrodistopía social que nos lleva de vuelta a cuando los trabajadores tenían que luchar por el 8-8-8 y por el descanso dominical.
Un libro de imprescindible lectura para profundizar en los abusos laborales producidos por el neoliberalismo es ‘No Logo: El poder de las marcas’ (‘No Logo: Taking Aim at the Brand Bullies’, 1999) de Naomi Klein, periodista canadiense que a finales del siglo pasado investigó a fondo la situación de los trabajadores que fabrican en el sur de Asia los productos de las empresas multinacionales.
Naomi Klein estudió sobre el terreno el caso de la Zona de Procesamiento de Cavite, en Filipinas, donde trabajaban cerca de 50 mil empleados repartidos en 207 talleres haciendo desde ropa y zapatillas deportivas a ordenadores y teléfonos. Cuando Klein visitó el lugar en 1997 se quedó alucinada de las lamentables condiciones laborales que sufren estos trabajadores, a quienes en algunos talleres les pagan las horas extras con donuts y bolígrafos después de hacer jornadas de hasta 14 horas diarias.
Nada ha cambiado en los últimos años desde que Naomi Klein hiciera su trabajo de campo para escribir ‘No Logo’ y aún peor suerte tienen los trabajadores de otros países como Bangladesh, donde los talleres subcontratados por las empresas multinacionales apenas cuentan con medidas de seguridad, razón por la cual en 2012 murieron 124 personas en un incendio en el taller Tazreen Fashion, carente de salidas de emergencia a pesar del almacenamiento de una gran cantidad de material inflamable. Algunas de las víctimas saltaron al vacío desde las plantas más altas del edificio de ocho pisos donde estaba esta fábrica subcontratada por firmas del textil tan conocidas como Gap, H & M, Zara, o Adolfo Domínguez.
En mayo de 1993 se produjo otro gran incendio en la fábrica de juguetes Kader de Bangkok, en Tailandia. Murieron 188 trabajadores y más de 400 sufrieron heridas, muchos adolescentes. Kader fabricaba juguetes para la cadena norteamericana Toys R Us.
Gracias a la globalización friedmanita las grandes empresas se acostumbraron y dieron por bueno subcontratar a otras empresas más pequeñas establecidas en países donde apenas hay leyes de protección laboral y donde consecuentemente los empresarios pueden abusar de los trabajadores a su antojo.
Leyendo ‘No Logo’ de Naomi Klein aprendemos cómo la enorme cantidad de dinero que se ahorran las multinacionales en pagar sueldos decentes la invierten en el logo o imagen de marca por la vía de impactantes y seductoras campañas de publicidad.
Además de las grandes marcas tecnológicas, también las de ropa, juguetes y otras mercancías, se aprovechan de la cultura del esfuerzo y el fetichismo de la competitividad que caracterizan a las economías asiáticas. Cuando suben los sueldos en Filipinas en nombre de las bondades de la competitividad deslocalizan subcontratas a Camboya o a Vietnam para seguir reduciendo costos y aumentando beneficios.
En la actualidad los trabajadores de Bangladesh y Sri Lanka son los más baratos de la región y atraen a las multinacionales ofreciendo fuerzas y medidas de seguridad capaces de reprimir a los trabajadores en caso de rebelarse así como toda clase de exenciones impositivas. Tratando de convertirse en dragones los tigres asiáticos llevan más de cincuenta años librando una feroz carrera de ratas bendecida y auspiciada a su vez por los grandes organismos internacionales.
Con la maldición de Carabosse a los hombros y recurriendo al fetichismo de la competitividad, el Fondo Monetario Internacional exhorta a los gobiernos de todo el mundo a impedir que suban los salarios mientras la ONU por su parte viene apoyando desde hace muchos años la creación de nuevas Zonas de Procesamiento para la Exportación, lugares exentos del pago de gravámenes y aranceles. En 1975 había 80 ZPEs en 29 países, en la actualidad superan las 3.500 repartidas entre 130 países.
La explotación laboral extendida por medio mundo es algo que apenas se cuestiona en los medios de comunicación occidentales puesto que sus ingresos provienen justamente de la publicidad de las multinacionales. Cuando murió Steve Jobs, fundador de Apple, todas las necrológicas destacaron su condición de genio revolucionario pero en ninguna se decía una palabra acerca de cómo sus maravillosos productos se venían fabricando bajo condiciones precarias y degradantes en los talleres de Foxconn, fábrica china donde se ensamblan los teléfonos y ordenadores de Apple y otras marcas.
Nadie se acuerda y nadie se rasgó las vestiduras durante el Mundial de fútbol de Suráfrica que ganó la selección española cuando Iniesta marcó el gol de la victoria en la final frente a Holanda pateando un balón de Adidas, el ‘Jabulani’, producido en su mayoría en los talleres de la ciudad de Sialkot, Pakistán.
El ‘Jabulani’ (que significa ‘fiesta’ en idioma zulú) cuando cogía velocidad giraba de forma extraña y tomaba trayectorias muy difíciles de adivinar, razón por la cual algunos futbolistas como Iker Casillas se quejaron durante la celebración del campeonato aunque ninguno de ellos protestó por su fabricación de origen. Lo cierto es que los costureros de los balones que rodaron por la hierba de los estadios surafricanos cobraban apenas 3 dólares por una jornada diaria de 12 horas.
Los profesionales y directivos de los clubes de fútbol tienen contratos millonarios de patrocinio y por eso también se mantuvieron callados en torno al Mundial de 2022 en Catar, cuyos estadios fueron construidos por trabajadores emigrantes, principalmente de Nepal y Pakistán, explotados de forma inhumana hasta el punto de haber perdido la vida muchos de ellos.
La lista de bienes fabricados en condiciones laborales abusivas y degradantes es tan larga que en realidad prácticamente todo lo que consumimos está fabricado por trabajadores explotados, sin embargo nadie parece tener tiempo ni ganas de conocer la realidad de quienes cosen nuestras pelotas, tejen nuestras ropas, o ensamblan nuestros teléfonos y ordenadores.
Nada tienen que decir por otra parte los economistas ortodoxos sobre el particular obsesionados como están únicamente por el crecimiento del PIB y la extensión infinita del libre comercio, de hecho en vez de denunciar la explotación laboral que sufren los obreros de estos países lo que hacen es predicar la devaluación del trabajo también en el Primer Mundo con la idea de ganar competitividad.
La globalización del capital explotador y especulativo ha terminado afectando no solo a los países pobres sino también a los ricos, como Alemania, donde cerca de un 20% de la población activa tiene ‘mini-jobs’ de 500 euros. Por otra parte en los Estados Unidos si Donald Trump ganó las elecciones de 2016 fue porque alrededor de 40 millones de norteamericanos necesitan ‘food stamps’ para llegar a fin de mes.
La explosión del neofascismo y el trumpismo en los USA está directamente vinculada con el hecho de que en los Estados Unidos las élites rentistas y asalariadas disfrutan de intereses y sueldos envidiables mientras proliferan los ‘working poors’ con empleos basura al estilo Amazon, Walmart o McDonald’s.
Esta degeneración planetaria del mercado laboral es resultado de un largo proceso de globalización neoliberal que ha puesto los principios del libre comercio por encima del comercio justo. Solo unos pocos activistas antiglobalización han sido conscientes de la magnitud del problema y aunque pareció por un momento que las propias multinacionales empezaban a concienciarse del asunto sus declaraciones de principios y nuevos códigos de conducta solo han sido parte de las campañas de publicidad de sus logos.
Las multinacionales continúan centradas en la doble estrategia empresarial que denunció Naomi Klein en ‘No Logo’, lo que hacen es incrementar gastos destinados a la publicidad a costa de reducir los gastos destinados al pago de la mano de obra, de modo que mientras los dueños de los talleres subcontratados compiten para reducir costes laborales y obtener más subcontratas, las grandes corporaciones han logrado a base de millonarios dispendios publicitarios que los consumidores de todo el mundo asocien sus logotipos de marca con un estilo de vida atractivo y prestigioso.
En los Estados Unidos hace algunas décadas era fácil encontrar un empleo agradable y bien pagado pero en 2001 Barbara Ehrenreich ya contaba en ‘Por cuatro duros’ (‘Nickel and Dimed: On (Not) Getting By in America’), sus propias vivencias como camarera, empleada de hogar, o dependienta de supermercado.
Según comprobó Barbara Ehrenreich con sus propios ojos a principios del presente siglo no era fácil en las ciudades norteamericanas llegar a fin de mes con el salario mínimo, además muchos trabajadores venían sufriendo maltratos psicológicos e intromisiones a su intimidad.
‘Mal podemos enorgullecernos de ser la democracia más preminente del mundo –decía Ehrenreich hace ya casi veinte años- si gran parte de los ciudadanos pasan la mitad de sus horas de vigilia en lo que en palabras llanas equivale a una dictadura’.
En las dos últimas décadas la precarización laboral no ha dejado de crecer como cuenta Jessica Bruder en 'País nómada: Supervivientes del siglo XXI' (‘Nomadland: Surviving America in the Twenty-First Century’ 2017’), oportuna crónica sobre los ‘workampers’ o trabajadores nómadas que vagan a bordo de caravanas y furgonetas ejerciendo empleos temporales en malas condiciones.
‘País nómada’ permite conocer la situación de precariedad económica a la que se han visto abocados miles de ciudadanos norteamericanos especialmente a partir de la crisis de 2008, muchos de ellos jubilados con pensiones insignificantes que no pueden seguir viviendo de alquiler en ninguna casa decente y terminan en la carretera. La película basada en ‘País nómada’ fue producida y protagonizada por Frances McDormand y dirigida Chloé Zhao, y ganó en 2021 cinco Oscars.
Lejos de cuestionar el sistema algunas de las personas que conoció Jessica Bruder durante su viaje le expresaron su voluntad de trabajar más duro para salir adelante. ‘Hay muchísimos indolentes, holgazanes y vagos que se quejan por cualquier cosa. –le dijo una tarde un orgulloso ‘workamper’- ¡Yo no soy uno de ellos!’ Como pasaba en los tiempos de la Gran Depresión el viejo espíritu puritano sigue arraigado en la pisque colectiva de los Estados Unidos.
Elizabeth Anderson en ‘Gobierno privado: Cómo los empleadores dominan nuestras vidas y por qué no hablamos de ello’ (‘Private Government: How Employers Rule Our Lives and Why We Don’t Talk about It’, 2018), ha llegado a esta interesante conclusión: ‘Es increíble. Por un lado somos una sociedad obsesionada con la libertad en relación a la intrusión del gobierno en nuestras vidas, pero por otro lado nos dejamos tiranizar por nuestros empleadores, que disfrutan de un enorme poder de coerción’.
Elizabeth Anderson explica en su libro cómo al contrario del pensamiento generalizado en los Estados Unidos sobre el libre mercado como sistema ideal para garantizar la autonomía individual de los ciudadanos, la mayoría de los trabajadores son víctimas de una dictadura establecida por las empresas en forma de gobernanza privada.
Lo explica Richard Wolff con otras palabras: ‘En realidad la sociedad salarial siempre ha sido una dictadura porque las empresas son instituciones antidemocráticas. Cuando llegas al puesto de trabajo, cruzas la puerta, te dicen lo que hay que hacer, cómo hacerlo, y dónde hacerlo. Terminas la jornada, vuelves a casa, y otros se apropian de lo que has producido. Pero no te quejes, tú no tienes nada que decir al respecto’.
En pleno siglo XXI la explotación laboral sigue siendo el crimen más detestable cometido por la clase capitalista. Millones de trabajadores en todo el mundo sufren abusos patronales además de percibir sueldos con los que no pueden ni siquiera disfrutar de una vivienda digna.
La plaga de ‘working poors’ y la tercermundialización de la clase obrera en la Unión Europea también ha crecido de forma alarmante. Ni siquiera en Francia se respetan ya los mínimos derechos laborales, razón por la cual en los últimos años se han hecho populares las protestas de los ‘gillet jaunes’ (chalecos amarillos) y los estallidos de violencia en la ‘banlieu’: la suburbia gala de los barrios miseria.
Incluso en los países más avanzados se ha vuelto a los peores tiempos del capitalismo. El británico Owen Jones en ‘Chavs. La demonización de la clase obrera’ (‘Chavs: The Demonization of the Working Class’, 2011) cuenta cómo el gobierno de Margaret Thatcher puso en marcha un aparato de propaganda destinado no solo a culpabilizar a los pobres de su pobreza sino a demonizarlos por su forma de vida. ‘Para bajar los impuestos a los ricos, recortar las ayudas a los parados y el poder de los sindicatos se reforzó la imagen del ‘chav’ –explica Owen Jones- como único responsable de los males del país’.
La palabra ‘chav’ procede del español ‘chaval’ y es un término peyorativo que se usa en Inglaterra para referirse al joven choni, gamberro y poligonero que antes de trabajar prefiere dedicarse a fumar porros y participar en actividades delictivas. ‘Cuanto mayor es la desigualdad, mayor es el estigma negativo que recae sobre los chavs’, dice Owen Jones.
Por su parte los ‘tigres asiáticos’ como Corea del Sur, países puestos como ejemplo a seguir para los ‘cerdos mediterráneos’ debido a su alta competitividad, esconden situaciones dramáticas de extrema desigualdad y competitividad. Y si bien el capitalismo de mercado ha propiciado el incremento de la explotación laboral, el capitalismo de Estado al estilo chino ha sido todavía más cruel a la hora de maltratar a la clase obrera.
Apenas unos pocos países en el mundo pueden presumir de respetar los derechos mínimos de los trabajadores y de pagar sueldos decentes, caso de Suecia, Noruega, Dinamarca, Nueva Zelanda o Australia. ‘En Australia tenemos un salario mínimo de 15 dólares por hora mientras en los Estados Unidos sigue siendo de 8 –decía en 2012 Niall McLaren- espero que aquí no vayamos nunca a tolerar la aparición de una subclase de trabajadores con sueldos de miseria’.
Al margen de la explotación laboral rampante, otro grave problema del sistema laboral capitalista es la cantidad de empleos absurdos e innecesarios que genera. Antes de su reciente fallecimiento en septiembre de 2020 el antropólogo británico David Graeber publicó ‘Bullshit Jobs’ (2018) mal traducido al español como ‘Trabajos de mierda’ (la expresión ‘bullshit’ significa literalmente ‘mierda de toro’ pero ‘bullshit jobs’ no son ‘trabajos de mierda’ ni ‘trabajos basura’ sino ‘trabajos aparentes’ o ‘trabajos inútiles’?.
Durante los últimos años algunas empresas además de explotar a los obreros menos cualificados han creado empleos de supervisores, administrativos y otros mandos intermedios que se pasan el día volando en clase business, despachando correos electrónicos, y rellenando formularios cuando no perdiendo el tiempo de reunión en reunión. La pandemia del coronavirus demostró la teoría de Graeber: ‘Cuanto más beneficioso sea tu trabajo para los demás probablemente menos te paguen, en cambio hay gente que se forra desempeñando empleos inútiles’.
El puritanismo arraigado en la psique colectiva inclina a mucha gente a alardear de estar todo el día trabajando aunque no sea cierto. Según David Graeber lo que sucede es que ‘la noción tradicional de trabajo es teológica y patriarcal, por eso siempre se ha despreciado el trabajo no asalariado que hacen las mujeres en los hogares, las escuelas o los hospitales, a la vez que se ha ensalzado el que realizan los hombres en las fábricas y oficinas’.
Guy Standing comparte la misma opinión que su compatriota David Graeber. ‘Quieren que todo el mundo esté en un trabajo rindiendo cuentas a un jefe. –dice Standing- ¿Es esto libertad? No lo creo. ¿Es necesario? Tampoco lo creo’. Para Standing la clase obrera además de estar sufriendo la precarización del empleo debido a la nueva economía digital y a la flexibilización de los mercados laborales mundiales, está obligada a ‘trabajar para encontrar trabajo’ echando curriculums, haciendo tests, manteniendo redes sociales y sometiéndose a entrevistas ‘todo ello sin ningún coste para el empresario mientras el precariado paga un alto precio psicológico’.
Guy Standing cree que el problema esencial es el puritanismo y la confusión existente en relación a lo que significa eso que llamamos ‘trabajo’. ‘En la antigua Grecia ‘work’ era la actividad que hacías en tu casa, con tu familia, o con tus amigos y tu comunidad, mientras que ‘labour’ era que lo que hacían los esclavos’. Efectivamente llamamos a todo ‘trabajo’ cuando algunos son legales, otros ilegales; algunos son placenteros, otros son odiosos; algunos son bellos, otros son muy feos; algunos contaminan, otros son ecológicos; algunos son muy positivos para la sociedad, otros no lo son en absoluto; algunos están bien remunerados, otros los pagan con cacahuetes.
Los filósofos de la Escuela de Frankfurt coincidieron en subrayar la deshumanización y privación de libertad que implica el modelo laboral del sistema capitalista. Max Horkheimer o Theodor Adorno escribieron contra la racionalidad económica que solo se preocupa del crecimiento del PIB sin tener en cuenta la satisfacción del proceso productivo y la felicidad de los trabajadores.
En la misma línea de los frankfuters encontramos a Andre Gorz, discípulo de Jean Paul Sartre. Lo que llamamos ‘trabajo’ es para Gorz una idea contemporánea que surge durante la Revolución Industrial con el nacimiento del capitalismo. Anteriormente los artesanos no se dedicaban a trabajar sino a ‘obrar’ pero la racionalización económica convirtió al trabajo en una magnitud cuantificable separada de las motivaciones psicológicas de los ciudadanos.
Al extraterrestre de Henry George deberíamos explicarle que aquí en la Tierra seguimos siendo bastante primitivos porque abolimos la esclavitud pero inventamos el capitalismo. Además de disfrutar de la impagable herencia natural que hemos recibido de los cielos tenemos un cerebro privilegiado que nos ha permitido inventar el avión, el fuego, los ordenadores, la rueda y el dinero. Ninguno de los demás animales ha conseguido llegar tan lejos como nosotros, amigo extraterrestre, sin embargo es obvio que apenas estamos en las primeras fases de un lentísimo proceso de progreso intelectual.