9 GORILAS EN LOS DOS LADOS DE LA GRIETA
‘Quien usa las armas para hacer valer sus ideas lo hace porque es pobre en ideas’. (Subcomandante Marcos)
La ‘grieta’ es una metáfora que se utiliza en Argentina como alegoría del crispado enfrentamiento económico, político y cultural entre izquierdas y derechas. Como todos los pueblos del mundo los argentinos están divididos en una dramática grieta que se remonta mucho más allá de los tiempos de Perón. Sus heridas van incluso más allá de los tiempos del ‘Facundo’ de Sarmiento y en vez de haber cicatrizado con el paso de los años se han infectado y mantienen al país, gobierne quien gobierne, al borde de los peores capitaclismos.
El término ‘gorila’, de uso generalizado en la política de Latinoamérica, también se debe al agridulce ingenio metafórico de los argentinos. Esta expresión se hizo muy popular en los años cincuenta gracias a Délfor Dicasolo, presentador de un programa radiofónico de humor, ‘La revista dislocada’, donde un día se le ocurrió parodiar con gran éxito la película de 1953 de John Ford ‘Mogambo’.
En el gag de Dicasolo un explorador con acento porteño y varias copas de más canta ‘deben ser los gorilas, deben ser’ cada vez que escucha ruidos extraños en la jungla. Este estribillo pasó a formar parte de la cultura popular argentina cuando grupos antiperonistas del ejército intentaron derrocar a Perón bombardeando la Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955, dejando un saldo de 308 muertos y más de 700 heridos. A partir de entonces cada vez que un avión cruza el cielo de Buenos Aires algún porteño se arranca a cantar ‘deben ser los gorilas, deben ser’.
Muchos de los ‘gorilas’ que con la ayuda de los gobiernos de los Estados Unidos implantaron en toda Latinoamérica dictaduras de triste memoria recibieron adoctrinamiento en el Western Hemisphere Institute for Security Cooperation, más conocido en los ámbitos hispanoamericanos como la Escuela de las Américas, con sede en Columbus, Georgia, donde se graduaron más de sesenta mil militares y policías de hasta veintitrés países, Manuel Antonio Noriega y Leopoldo Fortunato Galtieri entre ellos.
La tortura, el espionaje, la represión y el asesinato fueron algunas de las ‘asignaturas’ impartidas en la Escuela de las Américas, institución creada con la idea de servir como instrumento para preparar a las naciones latinoamericanas a cooperar con los Estados Unidos y contrarrestar ‘la influencia creciente de organizaciones políticas de ideología marxista o movimientos de corte izquierdista’ en palabras de la propia organización.
Eran los años de la Guerra Fría y en el tablero latinoamericano se libraba una Guerra Sucia muy caliente entre el capitalismo made in the USA y el comunismo apadrinado por la URSS. Los americanos no estaban dispuestos a permitir más Cubas en su ‘patio trasero’, así que montaron un costoso aparato de contrainsurgencia con su Operación Cóndor y su ‘escuelita de gorilas’ como Ramón Amaya llamó a la infame Escuela de las Américas, sobre la cual un senador norteamericano por Massachusetts del Partido Demócrata llamado Martin Meehan ha llegado a reconocer que ‘en caso de celebrar una reunión de exalumnos podría reunir a algunos de los más infames e indeseables matones y malhechores del hemisferio’.
‘Ni yanquis ni marxistas, peronistas’ cantaban los seguidores de Perón enalteciendo la Tercera Posición entre la URSS y los EEUU, filosofía que configuró tanto las políticas económicas como las relaciones exteriores de la Argentina de los años cuarenta.
Perón impulsó el Pacto Social entre empresarios y trabajadores, legisló en favor de los derechos laborales, redistribuyó la renta nacional, y estableció un primario Estado del Bienestar, desconocido hasta la fecha por aquellos lares, ganándose el aprecio de las clases populares y los pequeños y medianos empresarios nacionales, a la vez que el resentimiento de las oligarquías financieras y del imperialismo norteamericano.
Según palabras del propio Perón ‘por un lado el individualismo capitalista sometía a los hombres, a los pueblos y a las naciones a la voluntad omnipotente, fría y egoísta del dinero. Por el otro lado el colectivismo, detrás de una cortina de silencio, sometía a los hombres, a los pueblos y a las naciones al poder aplastante y totalitario del Estado’.
Perón no solo manejaba el lenguaje español con la viveza y el encanto de los argentinos, además estaba bien armado de razón pero terminó perdiendo el juicio al intentar mantener buenas relaciones políticas y comerciales al mismo tiempo con los Estados Unidos y con la Unión Soviética.
‘Nuestro propio pueblo había sido sometido durante varios años por las fuerzas del capitalismo entronizado en el gobierno de la oligarquía y había sido esquilmado por el capitalismo internacional. El dilema que se nos presentaba era terminante y al parecer definitivo: o seguíamos bajo la sombra del individualismo occidental o avanzábamos por el nuevo camino colectivista. Pero ninguna de las dos soluciones había de llevarnos a la conquista de la felicidad que nuestro pueblo merecía. Por eso decidimos crear las nuevas bases de una Tercera Posición que nos permitiese ofrecer a nuestro pueblo otro camino que no lo condujese a la explotación y a la miseria’.
Perón se pasó la vida alardeando de su querida Tercera Posición y denunciando los males del capitalismo y del comunismo por igual. Definió acertadamente al capitalismo como ‘la explotación del hombre por el capital’ y al comunismo como ‘la explotación del individuo por el Estado’ y consiguió un gran logro político en sus primeros años como presidente al aglutinar a una gran parte de la ciudadanía en torno al llamado Justicialismo ‘creado por nosotros y para nuestros hijos como una Tercera Posición ideológica que tiende a liberarnos del capitalismo sin caer en las garras opresoras del colectivismo’.
Tras uno de los muchos golpes de Estado que sufrió durante sus atribulados mandatos Perón se exilió en España. Antes estuvo en Panamá, donde escribió en 1957 un libro titulado ‘La fuerza es el derecho de las bestias’ donde defiende el ideal de la paz y la democracia por encima del enfrentamiento militar o ideológico. ‘Recurrir a la fuerza para solucionar situaciones políticas es la negación absoluta de la democracia. –escribió Perón en ‘La fuerza es el derecho de las bestias’- El gobierno se ejerce con la razón y el derecho. Doblegar violentamente a la razón y al derecho es un acto de barbarie cometido contra la comunidad’.
Perón fue un militar pacifista, dialogante y sensato, pero el peronismo fracasó al proponer un equilibrio imposible en los tiempos de la Guerra Fría. Su Tercera Posición fue degenerando a causa del conflicto interno entre facciones de izquierda y derecha que envilecieron por completo su proyecto político.
Rodeado de espías dobles y singulares personajes novelescos Perón acabó dejándose llevar por el influjo de sus sucesivas mujeres y consejeros, apoyando de un lado a los montoneros violentos de corte marxista a la vez que abriendo las puertas del poder a lunáticos de extrema derecha como José López Rega, creador de la Alianza Anticomunista Argentina, más conocida como La Triple A.
La violencia en Argentina fue creciendo a medida que en toda Latinoamérica surgieron de un lado grupos revolucionarios comunistas que apostaron abiertamente por la lucha armada al calor de la Revolución Cubana y por otra parte grupos paramilitares de extrema derecha adoctrinados en los métodos de contrainsurgencia auspiciados por los Estados Unidos.
En plena Guerra Fría con la URSS los norteamericanos además de subvencionar golpes de Estado por doquier contra cualquier político latinoamericano de izquierdas que alcanzara el poder por la vía democrática hizo uso de estrategias veladas para desprestigiar y boicotear tanto a los políticos comunistas como a los tercerposicionistas al estilo de Perón.
El 1 de mayo de 1974 Perón salió al balcón de la Casa Rosada para conmemorar el Día de los Trabajadores, pero el Justicialismo y la Tercera Posición ya estaban podridos por las erráticos apoyos de su líder a facciones violentas y rivales. Aquel discurso del 1 de mayo de 1974, su penúltimo discurso, fue un momento especialmente triste para él y para la Argentina porque en vez de oír aplausos y vítores por parte de sus seguidores muchos de ellos le interrumpieron con murgas y tambores para cantarle: ‘¿Qué pasa general, que está lleno de gorilas el gobierno popular?
Los personajes que se cruzaron con Perón tienen biografías tan cinematográficas como las del controvertido general empezando por sus dos famosas mujeres: Eva María Duarte, Evita, inspiradora de musicales de Broadway y Hollywood, y María Estela Martínez, una bailarina a la que conoció en un cabaret de Panamá. Está por hacerse una buena y larga serie de televisión sobre Perón y lo que realmente significa el peronismo. No puedo imaginar un culebrón político, económico, y sentimental que pueda superar la vida y obra de Perón.
Maria Estela, más conocida como Isabelita, llegó a ser presidenta de la nación tras la muerte de Perón, cargo que ejerció bajo el influjo de José López Rega, apodado El Brujo por su afición al esoterismo. Desde su despacho como ministro de Bienestar Social el siniestro amigo de Isabelita organizó la Triple A para librar la guerra más sucia contra las corrientes izquierdistas del peronismo.
Otro sombrío personaje que encontramos en la apasionante biopic de Perón es Spruille Braden, embajador de los Estados Unidos en Argentina, donde llegó en 1945 con la misión de combatirle mediante el uso de ‘fake news’. A Washington y a Wall Street no les hacía ninguna gracia la Tercera Posición de Perón pues todo aquel político inclinado levemente hacia la izquierda era catalogado como enemigo de los Estados Unidos. Obsesionados con frenar la influencia de Cuba y la URSS en Latinoamérica los americanos mandaron a Braden a Buenos Aires para comprar periodistas capaces de publicar informes distorsionados sobre el presidente argentino.
Antes de su ‘trabajo diplomático’ como embajador en Argentina, Spruille Braden estuvo empleado por multinacionales como United Fruit Company o Standard Oil para sobornar políticos favorables a los intereses de estas compañías en Bolivia, Chile, Paraguay, Colombia, y Guatemala, países donde también se dedicó a instigar golpes de Estado para establecer regímenes gorilas y derrocar no solo a los políticos comunistas prosoviéticos sino también a los moderadamente socialistas o tercerposicionistas.
‘¿Qué van a hacer los imperialistas? –se preguntó por entonces Fidel Castro- Se cocinan en su propia salsa y los gorilas toman el poder, claro que apoyados por los gorilas de los Estados Unidos, porque en los Estados Unidos hay también gorilas civiles y gorilas militares. Los gorilas del Pentágono apoyan a los gobiernos de gorilas con uniforme militar pero además los gorilas del Departamento de Estado promueven gobiernos de gorilas vestidos de civiles’.
No es por casualidad que los mejores escritores latinoamericanos hayan cultivado ‘la novela del dictador’, que es lo mismo que decir ‘la novela del gorila’, todo un subgénero literario en sí mismo, desde el guatemalteco Miguel Ángel Asturias (‘El señor presidente’, 1933) al peruano Mario Vargas Llosa (‘La fiesta del chivo’, 2000; ‘Tiempos recios’, 2019), el hondureño Ramón Amaya (‘Operación Gorila’, 1965) o el colombiano Gabriel García Márquez (‘El otoño del patriarca’, 1975). Este último llegó a decir que el personaje del gorila militar de izquierda o derecha, principalmente caracterizado por su despotismo machista, es el gran ‘animal mitológico’ que ha dado la literatura latinoamericana.
Han pasado unas cuantas décadas y Latinoamérica sigue partida por la misma grieta política solo que Cuba ya no es el principal problema para los Estados Unidos y la Unión Soviética ya no existe. El comunismo ha dejado hace mucho tiempo de ser el gran enemigo para los norteamericanos pero si alguien en ‘el patio trasero’ tiene ideas ligeramente socialistas de inmediato se convierte en sospechoso de ir contra los intereses de Washington y Wall Street, consecuentemente ha de ser ‘neutralizado’ y eso en los tiempos que corren no lo hacen ya los gorilas ni tampoco los embajadores como Spruille Braden sino los ‘creadores de opinión’ y los ‘think-tankers’ cuando no directamente los banqueros, inversores y empresarios por la vía del desabastecimiento de capital y mercancías, o incluso por la vía de los jueces afines en ejercicio de ‘lawfare’ (guerra jurídica).
Por su parte los numerosos grupos revolucionarios de izquierda que surgieron en Latinoamérica durante la segunda mitad del siglo pasado afortunadamente han terminado desapareciendo ante la irrupción por la vía democrática de Lula Da Silva en Brasil, Néstor y Cristina Kirchner en Argentina, Rafael Correa en Ecuador, Pepe Mujica en Uruguay, o Evo Morales en Bolivia.
Aparentemente Latinoamérica poco a poco se ha ido civilizando y al menos ya no hay desaparecidos ni torturados ni operaciones cóndores ni escuadrones ni vuelos de la muerte, si bien sigue habiendo desigualdad, injusticia, corrupción y pobreza, como desgraciadamente sigue habiendo gorilas en los dos lados de la grieta.
El último en sufrir un golpe de Estado en Latinoamérica ha sido Evo Morales, cuyas políticas socialistas a pesar de haber merecido elogios incluso por parte del FMI nunca fueron del agrado de las oligarquías nacionales ni del imperialismo yanqui. Bajo acusaciones de pucherazo electoral ‘el indio’ Morales fue desposeído de su cargo presidencial en octubre de 2019 y obligado a exiliarse junto con su equipo de gobierno.
Desde su exilio en Buenos Aires el ex presidente de Bolivia llegó a decir que su mayor error fue ser demasiado buenista: ‘Debería haber creado unas milicias como las de Chávez’. Sin embargo precisamente lo peor del chavismo ha sido su militarismo agresivo y antidemocrático. ‘Cada muchacho, cada pescador del Orinoco, cada sembrador de algodón, tiene que aprender a usar un fusil’, llegó a decir el comandante Chávez en uno de sus primeros mítines.
Con sus milicias bolivarianas y sus osadas bravuconadas Hugo Chávez se ganó el apodo de ‘Gorila Rojo’ y lo cierto es que en vez de centrarse en resolver los problemas eternos de los gobiernos que hacen políticas económicas de izquierda (la inflación de precios y la devaluación de la moneda) prefirió tejer alianzas estratégicas con lamentables teocracias totalitarias como la de Irán.
Si por algo se ha caracterizado el chavismo es por ser un régimen militarista siempre en estado de alarma, donde las milicias bolivarianas y las fuerzas armadas ocupan un lugar preferencial, extendiéndose sus actividades por todo el tejido social y político. Para consumar el sueño de Bolívar de la ‘patria grande’ Chávez debió rodearse de buenos economistas, sin embargo se rodeó de malos militares.
La izquierda ha fracasado a menudo y en la actualidad parece seguir condenada al desequilibrio de objetivos comunes. Entre los revolucionarios gorilas, tan cristianos y militaristas como los gorilas de la derecha, y los aburguesados socialdemócratas de salón y caviar, rara vez emerge un líder sensato y con el suficiente músculo ideológico como para abordar reformas de calado.
Hace ya cien años que en el seno de la izquierda se abrió la ‘grieta interna’ entre revolucionarios y reformistas. ‘La sustitución del Estado burgués por el Estado proletario es imposible sin una revolución violenta’ decía Vladimir Lenin, líder bolchevique y primer presidente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Exactamente lo mismo creían el Che Guevara y Fidel Castro, iconos de las luchas armadas revolucionarias de Latinoamérica. ’El poder brota de la boca de un fusil’ llegó a proclamar abiertamente el líder de Montoneros Mario Firmenich, peronista admirador de Castro y el Che.
‘Reforma o Revolución’ (‘Sozialreform oder Revolution?) es un libro de 1899 que Rosa Luxemburgo escribió para salir al paso de la gran cuestión que la izquierda europea se planteó a finales del siglo XIX, respondiendo a una serie de artículos publicados en años anteriores por Edward Bernstein, principal ideólogo de la socialdemocracia alemana.
Bernstein era marxista pero cambió la teoría de la ‘lucha de clases’ por la ‘alianza de clases’. Tras llegar a la conclusión de que la revolución era innecesaria ya que ahora es posible llegar al socialismo mediante la reforma gradual del sistema capitalista en paz y democracia, Bernstein recibió feroces críticas de Rosa Luxemburgo y otros muchos camaradas convencidos de que los reformismos gradualistas apenas sirven para alcanzar pequeños logros insignificantes para la liberación de la clase obrera.
Tras la Revolución Francesa los jacobinos impusieron el primer gran reinado de terror izquierdista, posteriormente la revolución rusa fue acaparada por los sectores más violentos y radicalizados del comunismo bolchevique. En ambos casos los pacifistas y reformistas no solo fueron apartados de los puestos de mando sino que incluso acabaron sufriendo persecuciones y ejecuciones.
Grigori Zinoviev, amigo y colaborador de Lenin, lo explicó con estas palabras: ‘Bolchevización no solo significa odio ardiente a la burguesía, sino también a los líderes contra-revolucionarios de la socialdemocracia, al centrismo y los centristas, a los semicentristas y pacifistas’.
Los gorilas en ambos lados de la grieta comparten la misma educación heteropatriarcal y la misma admiración por Carl Philipp Gottlieb Von Clausewitz, el famoso militar prusiano autor de ‘De la guerra’ (‘Vom Kriege’), escrito entre 1816 y 1830, durante las guerras napoleónicas. Este libro es un tratado no solo sobre táctica y estrategia militar sino también sobre la filosofía de los conflictos armados. Lenin y Trotsky estaban tan fascinados con Von Clausewitz como Hitler y Mussolini.
Hoy día afortunadamente en cualquier país civilizado los militares se mantienen fuera de los órganos ejecutivos de gobierno y la izquierda está organizada en partidos políticos de tal manera que la revolución armada está aparentemente descartada como lo están los golpes de Estado.
La vía democrática garantiza una suerte de alianza de clases superadora del concepto marxista de la lucha de clases como decía Bernstein y como finalmente reconocieron los llamados ‘eurocomunistas’, sin embargo la guerra política en el seno de las democracias capitalistas se ha convertido en una ‘guerra simbólica’ de posiciones electoralistas.
El debate Luxemburgo/Bernstein y la historia del Partido Socialdemócrata de Alemania ilustran la naturaleza del problema de fondo de la izquierda. El SPD fue fundado en 1863 por Ferdinand Lasalle aunque adoptó su nombre actual en 1890. Inicialmente tuvo ideología marxista y agrupó a comunistas y socialistas, sin embargo al estallar la Primera Guerra Mundial en 1914 el SPD moderó su posición para aliarse con la burguesía nacional. Karl Liebknecht y Rosa Lusemburgo acusaron a los líderes del partido de traicionar los intereses de la clase trabajadora y terminaron siendo asesinados en 1919 por orden directa de Gustav Noske, ministro de Defensa y miembro del Partido Socialdemócrata.
A finales del siglo pasado el aburguesamiento del SPD culminó con Helmut Schröder, pionero en abaratar despidos, bajar salarios y reducir gastos de protección social en Europa. Oskar Lafontaine, ministro de Economía del gobierno de Schröder, dimitió de su cargo en 1999 alegando que no podía formar parte de un gobierno traidor a la esencia de la socialdemocracia. Años después Lafontaine pidió la baja en el SPD y colaboró a la fundación de Die Linke, partido nacido en 2007 que posteriormente inspiró la aparición de Syriza en Grecia y Podemos en España.
Por mucho que le pese a los gorilas de la izquierda Keynes ha hecho más por la mejora de las condiciones de la clase obrera que Marx, del mismo modo que los Estados del Bienestar han traído mucha más dicha a los ciudadanos que todas las revoluciones proletarias de la historia.
George Orwell y Aldous Huxley siempre se manifestaron en favor del socialismo pacifista y democrático. Los dos denunciaron el gorilismo de la izquierda, además los dos creían que los buenos fines no pueden realizarse por medios burdos pues tanto la violencia militar como el maquiavelismo político terminan atentando contra de los intereses de la clase trabajadora.
‘El objetivo de la represión es la represión’ decía Orwell en alusión a los totalitarismos políticos que retrató en ‘1984’. Según Orwell una revolución armada solo puede obtener los inevitables resultados de la violencia entre otras cosas porque dentro del ámbito militar tienden a prevalecer los espíritus animales de los halcones y los tiburones por encima del de las palomas y los delfines.
Por su parte Huxley publicó en 1937 un interesante ensayo titulado ‘El fin y los medios’ (‘Ends and Means’) donde habla en profundidad de esta misma cuestión. ‘Los únicos procedimientos de los que puede valerse un pueblo para protegerse a sí mismo contra la tiranía de gobernantes que cuentan con fuerzas modernas de policía –escribió Huxley- son los procedimientos no violentos, como la no cooperación en masa y la desobediencia civil’.
Por encima de todo Huxley fue un demócrata pacifista que odiaba el militarismo no solo por su crueldad sino por su torpeza para establecer vías de progreso: ‘El fin no puede justificar los medios por la sencilla y clara razón de que los medios empleados determinan la naturaleza de los fines obtenidos’.
El escritor nicaragüense Sergio Ramírez ha explicado de este modo la deriva de Nicaragua bajo el gobierno de Daniel Ortega: ‘Quien sube al poder por medio de las armas acaba siendo otro tirano’. Sergio Ramírez es de los que saben de primera mano cómo es la esencia del gorila latinoamericano de izquierdas.
‘Existen muchas causas por las cuales estoy dispuesto a morir pero ninguna por la cual esté dispuesto a matar’, decía Gandhi. El legado de Gandhi lo retomó con éxito en los Estados Unidos Martin Luther King para encabezar el movimiento pacifista por los derechos de los afroamericanos. ‘La violencia engendra lo mismo que busca destruir’ decía MLK.
El Ejército Zapatista de Liberación Nacional del subcomandante Marcos nació en 1994 en Chiapas como resultado de la aprobación del NAFTA, el tratado de libre comercio de México con los Estados Unidos. El subcomandante Marcos es otro de los que ha terminado aprendiendo que solo por la vía de la paz puede clamar victoria el socialismo democrático.
Arrepentido de su pasado militarista el subcomandante Marcos prefiere que le recordemos ‘por ser gay en San Francisco, negro en Suráfrica, asiático en Europa, chicano en San Ysidro, anarquista en España, palestino en Israel, indígena en las calles de San Cristóbal, chavo banda en Neza, judío en la Alemania nazi, comunista en la posguerra fría, preso en Cintalapa, pacifista en Bosnia, mapuche en Los Andes, artista sin galería ni porfolios, y ama de casa un sábado por la noche en cualquier colonia de cualquier ciudad de cualquier México’.