4 CARRERA DE RATAS
‘Qué desgracia, hay carreras de caballos, hay carreras de perros, pero esto es una carrera de ratas’. (Bob Marley, 'Rat Race')
En el auge de la ideología neoliberal, durante la última década del pasado siglo, se pusieron muy de moda los famosos libros de ‘auto-ayuda’ no solo espiritual sino también financiera, como ‘Padre rico, padre pobre’ (‘Rich Dad, Poor Dad’, 1996) del norteamericano de origen japonés Robert Kiyosaki, libro que pronto se convirtió en manual de cabecera para los yuppies de mi generación.
Kiyosaki es desde hace muchos años amigo personal de Donald Trump, con quien además es socio en varios negocios, y en ‘Padre rico, padre pobre’ empieza por reconocer que el capitalismo neoliberal condena a la mayoría de la población a la ‘carrera de ratas’ (rat race), expresión que utiliza literalmente para referirse al mercado laboral.
En realidad para descubrir los peores vicios del capitalismo ni siquiera es necesario recurrir a Marx ni a Davis ni a Chomsky ni a ningún ‘aguafiestas’. A veces son los mismos gurús del capitalismo los que más abiertamente reconocen la perversidad del sistema. En ‘Padre rico, padre pobre’ el mismo Robert Kiyosaki empieza por decirnos cómo un simple asalariado en el contexto del capitalismo liberal está condenado a ser el padre pobre del cuento al no saber salir de la ‘carrera de ratas’.
Bajo la ideología neoliberal, el nuevo sueño americano ya no pasa más por la ética del trabajo, sino por la sagacidad financiera, según sostiene Robert Kiyosaki en su famoso libro. En palabras del autor de ‘Padre rico, padre pobre’ para salir de la carrera de ratas hay que aprender a invertir en índices, futuros, acciones, bonos y toda clase de activos y valores.
Otro economista norteamericano, Todd G. Bucholz, no solo reconoce, como Robert Kiyosaki, que el mercado laboral capitalista es una carrera de ratas, es que a su juicio precisamente por eso el capitalismo funciona tan bien. Bucholz fue asesor de George W. Bush durante su mandato presidencial y en ‘De prisa: Porqué prosperas en la carrera de ratas’ (‘Rush: Why You Thrive in the Rat Race’, 2011) explica cómo la carrera de ratas es la piedra filosofal para que la economía crezca y la nación prospere.
Si Orwell bromeaba sobre su pertenencia a la ‘baja clase media alta’ es porque estaba subrayando la esencia del sistema capitalista como carrera no solo de ratas más o menos flacas sino también de gatos más o menos gordos. En palabras de Tomas Casas Klett: ‘La mayor equivocación del marxismo es que no hay lucha de clases pues las clases bajas no luchan contra las clases altas, luchan unas clases bajas contra otras clases bajas, y unas élites contra otras élites constantemente compitiendo por un trozo de pastel. Es la base del progreso capitalista’.
La ‘carrera de ratas’ es una alegoría que también ha utilizado el filósofo surcoreano Byung-Chul Han en ‘La sociedad del cansancio’ (‘Müdigkeitsgesellschaft’, 2010) donde profundiza en el ‘burn-out syndrome’ (síndrome del quemado por desgaste profesional) y otras enfermedades psicológicas como el estrés por ansiedad o la fatiga crónica, enfermedades que afectan a las sociedades más competitivas. Byung-Chul Han cree que la clase trabajadora ha llegado a la distópica situación de autoexplotación generalizada como consecuencia de la lucha sin cuartel que propone la ideología del fetichismo de la competitividad.
Ya ni siquiera necesitamos jefes para ser explotados y estar alienados pues en palabras de Byung-Chul Han ‘el régimen neoliberal se caracteriza por la autoexplotación o fenómeno de agresión que uno dirige hacia sí mismo. Se trata de una autoagresividad que en vez de convertir al explotado en revolucionario lo convierte en depresivo. Lo peor de este sistema es que nos obliga a actuar como empresarios en constante lucha con los otros a los cuales solo nos une la relación de competencia. Lanzado a la búsqueda del éxito individual el hombre neoliberal acaba siendo él mismo su propio explotador’.
Otro interesante filósofo especializado en el estudio social y antropológico de la economía capitalista, el italiano Franco ‘Bifo’ Berardi, también ha analizado en profundidad la relación entre la competitividad brutal que propone el capitalismo neoliberal y la plaga de patologías resultantes en ‘La fábrica de la infelicidad: Nuevas formas de trabajo y movimiento global’ (‘La fabbrica dell 'infelicita': New economy e movimento del cognitariato’, 2001), donde explica cómo ‘el neoliberalismo ha creado las condiciones para una guerra de todos contra todos, exaltando e impulsando la competencia como instinto primordial y valor ético fundamental’.
En España el sociólogo César Rendueles sostiene la misma teoría: ‘Hemos convertido la vida cotidiana en una especie de estadio deportivo donde estamos echando carreras de cien metros los unos contra los otros todo el tiempo’. María Pazos Morán en ‘Contra el patriarcado: Economía feminista para una sociedad justa y sostenible’, 2018) coincide en el mismo diagnóstico. Para Pazos Morán el neoliberalismo hunde sus raíces en la cosmovisión heteropatriarcal, responsable de ‘fabricar hombres cuya violencia no solamente va contra las mujeres sino contra la infancia, las personas en situación de debilidad, e incluso contra ellos mismos’.
El sociólogo Christian Laval y el filósofo Pierre Dardot han unido fuerzas en ‘La nueva razón del mundo’, ‘Común’, y ‘La pesadilla que no acaba nunca’, (‘La nouvelle raison du monde’, 2009; ‘Commun’, 2014; ‘Ce cauchemar qui n’en finit pas’, 2016), trilogía muy recomendable para descifrar las claves del sistema neoliberal, que nunca pretendió eliminar el Estado sino reconvertirlo en un ‘mecanismo al servicio del principio de competencia como norma general de las actividades económicas’.
Según Laval y Dardot dentro del marco del capitalismo neoliberal se ha completado la metamorfosis definitiva del ser humano en homo economicus, animal esencialmente competitivo que solo sabe estar en el mundo a través de las actividades de competición, producción y consumo. ‘La economía es el método, el objetivo es cambiar el alma’, decía después de todo Margaret Thatcher.
Con el paso del tiempo las reglas del fútbol han protegido a los jugadores más talentosos castigando a los violentos y tramposos que juegan sucio, por eso el fútbol es un buen ejemplo de competición deportiva que nos permite aprender dos lecciones importantes. La primero de ellas es la necesidad de establecer códigos y normas para garantizar el ‘fair play’ (juego limpio).
La segunda gran lección del fútbol es el respeto por el fracasado pues perder un partido no significa que nadie vaya a ser desahuciado de su casa o que tenga que mendigar en la calle con los dientes podridos. Como muchos otros deportes realmente el fútbol nos enseña que el fracaso no existe ya que el simple hecho de participar es un éxito, otra cosa es la salvaje carrera de ratas que propone el neoliberalismo capitalista.
Es verdad que somos seres competitivos y eso nos ha permitido progresar pero cualquiera debería entender que la competición solo puede ser buena cuando las reglas se ajustan a principios humanitarios y cuando ningún ser humano por el hecho de perder es despojado de su dignidad.
Sobre este asunto gira todo un subgénero de la literatura futurista, el ‘survival fight’ (lucha por la supervivencia), cuyo último ejemplo es ‘El juego del calamar’ (Ojingeo Geim) de gran éxito internacional tras su estreno en septiembre de 2021. Esta serie surcoreana de Netflix cuenta la historia de un concurso mortal en el cual se ven obligados a participar varios ciudadanos con la intención de superar la situación económica de marginación y precariedad en la que se encuentran.
Más allá del éxito de ‘El juego del calamar’ el ‘survival fight’ es un viejo subgénero que cuenta con numerosas novelas y películas, por ejemplo ‘Battle Royale’ (1999), novela de Koushun Takami adaptada en el año 2000 al cine por Kinji Fukasaku, o ‘Rollerball’ (‘Rollerball Murder’), relato breve de William Neal Harrison de 1973 que Norman Jewison convirtió en película en 1975.
En ‘Battle Royale’ un grupo de jóvenes elegido al azar debe luchar a muerte durante tres días en un juego sanguinario que sirve a la vez como espectáculo de masas y medio de dominación política. Por su parte ‘Rollerball’ nos traslada a un mundo futuro dominado por un Estado corporativo global que genera escasez artificial y controla el acceso a los medios de subsistencia al tiempo que mantiene a la gente entretenida por la televisión con un violento deporte llamado ‘rollerball’ que enfrenta a equipos patrocinados por diversas empresas. A medida que el show necesita hacerse más espectacular la competición se acentúa y los partidos se van volviendo más y más violentos hasta el punto en que algunos jugadores mueren en la pista en medio del bullicio del público y el entusiasmo de los dueños de los equipos.
Escritores como Stephen King o Ib Jorgen Melchior también han cultivado la literatura futurista del ‘survival fight’. Melchior escribió ‘El corredor’ (‘The Racer’, 1957) que en 1975 Paul Bartel llevó al cine con el título ‘La carrera de la muerte del año 2000’ (‘Death Race 2000’), delirante película de serie B sobre una carrera de coches en la que atropellar peatones es un plus que suma puntos. Y Stephen King escribió ‘La larga marcha’ (‘The Long Walk, 1979), novela que cuenta la historia de una dictadura futurista que obliga a cien jóvenes a participar en una caminata infernal en la cual el 99% ha de morir para mayor gloria del único superviviente.
Tanto Stephen King como Ibn Jorgen Melchior encontraron inspiración en ‘¿Acaso no matan a los caballos?’ (‘They Shoot Horses, Don’t They?, 1935), novela de Horace McCoy que Sidney Pollack adaptó al cine en 1969 con el título en español de ‘Danzad, danzad, malditos’. Esta historia tiene muy poco de fantasía porque McCoy partió de hechos reales ocurridos durante la Gran Depresión, cuando el paro y la miseria obligó a muchos jóvenes desempleados a participar en maratones de baile que se hicieron muy populares en California durante los años treinta. Los participantes tenían que competir bailando sin parar hasta caer rendidos y solo podían descansar quince minutos cada hora. El premio al ganador de 1.500 dólares se lo adjudicaba la última pareja que quedaba en pie.
El gran George Perec también recurrió al ‘survival fight’ para somatizar sus pesadillas en ‘W o el recuerdo de la infancia’ (‘W ou le souvenir d’enfance’, 1975), donde cuenta la historia de una isla dividida en cuatro pueblos enfrentados constantemente en una serie de brutales competiciones deportivas. Los ganadores son agasajados con grandes honores mientras los perdedores son castigados incluso con vejaciones que en ocasiones conducen a la muerte. En algunas pruebas de atletismo el último en llegar a la meta es lapidado por los espectadores para que su cadáver sea posteriormente arrojado a los perros.
‘Cuanto más festejados son los vencedores, más castigados son los vencidos, como si la felicidad de unos fuera el reverso exacto de la desgracia de los otros’, escribe Perec en ‘W’. Además de ser exageradamente competitiva la isla de W es radicalmente patriarcal pues relega a las mujeres a un plano subalterno y encima las reglas del juego no responden a principios meritocráticos de tal manera que no siempre ganan los más fuertes o habilidosos sino los que más suerte y conexiones tienen. Además en W el juego sucio está permitido y las autoridades practican deliberadamente la discriminación institucional diseñada con objeto de que los participantes sean más agresivos precisamente al ser conscientes de la arbitrariedad de las reglas.
El ‘survival fight’ es un subgénero de la literatura fantástica que sirve para recordar los excesos del fetichismo de la competitividad. Dentro de este subgénero podemos ubicar también a ‘Los juegos del hambre’ (‘The Hunger Games’, 2008) novela de Suzanne Collins adaptada al cine en 2012 por Gary Ross que conecta de algún modo con ‘La sociedad del espectáculo’ (‘La societe du spectacle’, 1967), el famoso ensayo de Guy Debord. En la sociedad del espectáculo, decía Debord, todo es show, de la cultura al deporte pasando por la cocina, la moda, el amor, la belleza o la política, y en todo show debe haber ganadores y perdedores.
La adaptación al cine de ‘Los juegos del hambre’ fue un éxito económico extraordinario, de hecho es la primera después de ‘Avatar’ en permanecer en el primer lugar del ranking del box-office de los Estados Unidos por más de cuatro semanas consecutivas. Más allá de su popularidad lo más interesante de esta película es el debate que consiguió generar en torno a sus planteamientos sociales y el hecho de haber sido reivindicada lo mismo por el Tea Party que por activistas de Occupy Wall Street. Incluso los indignados tailandeses que en 2014 se lanzaron a la calle para protestar contra el golpe de Estado del general Chan-Ocha copiaron el gesto de los tres dedos popularizado en ‘Los juegos del hambre’ por su protagonista Katniss Everdeen, que interpreta la actriz Jennifer Lawrence.
¿Le interesa al poder acabar con la pobreza? Es la interesante pregunta que se hizo Suzanne Collins para escribir ‘Los juegos del hambre’. El gran economista polaco Karl Polanyi se preguntó lo mismo mucho antes. ‘El hambre impone una disciplina más perfecta que la política y la magistratura’ decía Polanyi.
El castigo del hambre ha sido siempre una herramienta muy útil para el desarrollo del primer capitalismo, como ya en el siglo XVIII reconoció Joseph Townsend en su 'Disertación sobre las leyes de pobres' (‘A Dissertation on the Poor Laws’, 1786) libro de enorme influencia entre los primeros economistas: ‘El hambre domesticará a los animales más feroces, y enseñará decoro, civismo, obediencia y sumisión a los más brutos, a los más obstinados, y a los más perversos’ decía Townsend.
Arthur Young, otro influyente intelectual de la época, estaba completamente de acuerdo con la necesidad de mantener a los trabajadores compitiendo todo el rato entre ellos. Solo el hambre y la pobreza pueden disciplinar a los seres humanos porque ‘cualquiera que no sea un idiota sabe que las clases bajas se deben mantener pobres o nunca serán industriosas’ llegó a decir Arthur Young. Incluso David Hume se mostró a favor de mantener a los trabajadores en situación precaria ya que ‘los pobres trabajan más y realmente viven mejor en años de escasez si no es extrema’.
En ‘La invención del capitalismo: La historia secreta de la acumulación primitiva’ (The Invention of Capitalism: The Secret History of Primitive Accumulation’, 2000), el historiador y economista Michael Perelman cuenta cómo el libre mercado lejos de ser un sistema espontáneo, nacido de la supuesta mano invisible de la economía, se ha servido del puño de hierro de los Estados para despojar de sus recursos tradicionales de supervivencia a cientos de miles de ciudadanos, creando situaciones de hambre y escasez inducidas.
Otro gran historiador, el español Josep Fontana en su obra póstuma, 'Capitalismo y Democracia 1756-1848. Cómo empezó este engaño' (2019) comparte la misma opinión. ‘El mercado se impuso desde los gobiernos, mediante el establecimiento de leyes y regulaciones que favorecieron los intereses de los expropiadores, así como con medios de vigilancia y represión’. Este ‘gran engaño’ que es el capitalismo se desarrolló cuando la tierra y los recursos naturales fueron privatizados mediante las ‘enclosure laws’ o ‘leyes de cercamiento’ que durante el siglo XVIII permitieron la privatización de las viejas tierras comunales.
Otros prestigiosos historiadores, caso de E.P. Thompson en ‘La formación de la clase obrera en Inglaterra’ (‘The Making of the English Working Class’, 1963), Eric Hobsbawm en ‘Trabajadores: Estudios de historia de la clase obrera’ (Labouring Men: Studies in the History of Labour’, 1964), o Yann Moulier-Boutang en ‘De la esclavitud al trabajo asalariado’, (De l’esclavage au salariat’, 1998) coinciden con Michael Perelman y Josep Fontana en el uso que el capitalismo ha hecho de la escasez inducida y la amenaza del hambre como herramientas de control y explotación de la clase obrera.
Mike Davis también escribió sobre la historia negra del capitalismo, tema que trató en ‘Los holocaustos de la era victoriana tardía: El Niño, las hambrunas y la formación del Tercer Mundo’ (‘Late Victorian Holocausts: El Niño famines and the making of the Third World’, 2001), donde cuenta cómo el hambre que mató a millones de personas en diversas partes del mundo durante la segunda mitad del siglo XIX se debió a la imposición por la fuerza del capitalismo a nivel global.
Según la teoría que Mike Davis expone en ‘Los holocaustos de la era victoriana tardía’ los orígenes del llamado Tercer Mundo se remontan a las transformaciones sociales sufridas a raíz del colonialismo occidental extractivo y explotador, especialmente en algunos países donde las hambrunas y enfermedades de origen capitalista diezmaron a las poblaciones nativas.
La acumulación original de capital, tierra y recursos productivos, además de haber sido realizada mediante toda clase de saqueos legitimados por leyes estatales, establece hasta nuestros días una cadena de relaciones de sometimiento y vasallaje a partir de condiciones de escasez artificial, ya sea de dinero, trabajo, bienes o servicios. Por eso aunque hay alimentos de sobra para que nadie pase hambre en el mundo se cuentan por millones las personas que tienen carencias alimentarias.
La escasez artificial es especialmente manifiesta en el mercado laboral ya que las empresas solo ofrecen un número limitado de empleos, de manera que no todo el mundo que lo desea puede trabajar. La Renta Básica podría acabar con el paro y con el hambre pero atenta contra los intereses del establishment capitalista por cuanto permitiría a la gente negarse a trabajar bajo condiciones abusivas. Por otro lado tampoco el Empleo Garantizado es del agrado de la clase capitalista aún siendo mucho más factible puesto que mermaría en gran medida el enorme poder que hoy tienen las patronales.
Desde el crack de 2008 hay un interesante debate en el seno de la izquierda, dividida entre los partidarios de la Renta Básica y el Empleo Garantizado. Los primeros creen posible y necesario regalarle a todo el mundo un sueldo sin necesidad de trabajar. Los segundos echan mano de la Teoría Monetaria Moderna que propone la reforma del sistema monetario para garantizarle a todos los ciudadanos un empleo público. Aparentemente la propuesta del Empleo Garantizado es mucho más viable siempre y cuando el trabajo no sea alienante sino libremente elegido y garantice a todos los ciudadanos en situación de desempleo una tarea respetuosa con los activos más naturales y valiosos de cada cual.
El Empleo Garantizado debería ser una obligación moral de todo Estado de Derecho pues si la propiedad privada está garantizada y nadie se atreve a discutirla lo mismo debería pasar con la seguridad ciudadana de disponer de un medio de vida garantizado. Un buen plan de Empleo Garantizado podría ser financiado por los bancos centrales y gestionado por las administraciones locales pero como observó en su día Michal Kalecki a los empresarios les aterra esta posibilidad pues ‘bajo un régimen de pleno empleo permanente el despido dejaría de desempeñar su papel como mecanismo disciplinario’.
La escasez de trabajo favorece al fin y al cabo los intereses de las clases empresariales. Uno de los asesores de Margaret Thatcher, el economista Alan Budd, llegó a reconocer en un arranque de sinceridad que las políticas neoliberales de los años 80 que se aplicaron en Gran Bretaña resultaron ser ‘una muy buena idea para aumentar el desempleo, lo cual fue una forma extraordinariamente atractiva de reducir el poder de la clase trabajadora’.
El sistema capitalista necesita no solo de la escasez sino del paro e incluso del hambre y la pobreza en tanto en cuanto funcionan como castigos para que el trabajador acepte sueldos bajos y malas condiciones laborales. En palabras de Lester Thurow 'la derrota capitalista tiene que herir y ser dura para que los ineficientes sean eliminados por los eficientes y en el proceso se eleve la productividad’.
Marx denunció en su día el ‘fetichismo de la mercancía’ como una de las más graves disfunciones del sistema capitalista pero hoy día más bien podríamos hablar del ‘fetichismo de la productividad’ e incluso del ‘fetichismo de la competitividad’ porque además de luchar para ganar más dinero que los demás hemos llegado al estúpido punto de autoexplotarnos para competir por el simple hecho de competir.
Según las leyes del capitalismo nada es gratis pero la cultura no se consume. Se consumirá una lata de atún o una botella de leche, lo que nunca se consumirá es este libro. Hoy más que nunca podemos compartir conocimientos mediante la reproducción por la vía de Internet de cualquier producto cultural de forma indefinida y gratuita. Bajo condiciones de abundancia lo lógico no es competir sino compartir pero el capitalismo es un sistema caracterizado por su aversión a la gratuidad y su apego a la escasez. Por eso es tan difícil imaginar el final de la carrera de ratas.