25 BULOS Y POSVERDADES
‘Es difícil conseguir que un hombre entienda algo cuando su salario depende de que no lo entienda’. (Upton Sinclair)
Upton Sinclair era un escritor muy conocido cuando cumplidos los 55 años decidió presentarse como candidato por el Partido Demócrata a gobernador de California en las elecciones de 1934, a las que se postuló con la promesa ‘EPIC’ (End Poverty in California) que incluía un programa de empleo garantizado para todo el mundo. Sinclair había ganado las primarias del Partido Demócrata con más facilidad de la esperada y su popularidad no paraba de crecer por todo el Estado Dorado.
El presidente Roosevelt estaba poniendo en marcha el New Deal pero Sinclair quería ir todavía más lejos, por eso el establishment económico, sintiéndose amenazado, puso todos los medios a su alcance para frenar el avance político del autor de ‘La jungla’. Con la colaboración de Campaigns, Inc. la primera gran empresa de marketing y consultoría política, Frank Merriam, candidato republicano, centró su campaña en denigrar a su rival, caricaturizándolo como un comunista loco y peligroso.
La estrategia de Campaigns, Inc. se centró en la difamación constante de Sinclair, empezando por una selección de frases elogiosas hacia el comunismo soviético extraídas de personajes ficticios de sus novelas. Campaigns, Inc. había sido apenas un par de años antes creada por una pareja de periodistas, Leone Baxter y Clem Whitaker. Despreciando por completo los principios éticos de la profesión, Baxter y Whitaker consiguieron introducir publicidad política maquillada como información en las páginas de los diarios.
La jugada maestra de Campaigns, Inc. se cocinó en el corazón de Hollywood, donde varios productores de los grandes estudios se habían manifestado abiertamente en contra de la anunciada subida de impuestos de Sinclair.
Louis B. Mayer, fundador y presidente de Metro Goldwin Mayer, no dudó en prestar sus estudios de rodaje y salas de proyección a Campaigns, Inc. para filmar y distribuir ‘fake news’ a través de ‘news reels’ (cortos informativos que emitían los cines antes de las películas) y de ese modo poner al público en contra de Sinclair mediante técnicas cinematográficas y publicitarias enmascaradas como documentos informativos.
Según cuenta Neal Gabler en ‘Un imperio propio. Cómo los judíos inventaron Hollywood’ (‘An Empire of their Own: How the Jews Invented Hollywood’, 1988) no solo Louis B. Mayer sino algunos otros importantes productores de la industria del cine colaboraron a destruir la carrera política de Upton Sinclair, ese ‘maldito bolchevique’ según palabras literales de Irving Thalberg, jede de producción de Metro Goldwin Mayer.
Aunque los profesionales del cine han sido tradicionalmente más favorables al Partido Demócrata que al Republicano, en palabras de Neal Gabler ‘la campaña contra Sinclair demostró probablemente mejor que nada cuáles eran las inclinaciones políticas de los magnates de Hollywood’.
Los californianos fueron bombardeados en los días previos a las elecciones de 1934 con numerosos mensajes urdidos para generar un estado de miedo generalizado en relación a la candidatura del autor de ‘La jungla’. En algunos news reels proyectados en las salas de cine aparecían actores interpretando a supuestos seguidores de Sinclair haciendo vivas a la Unión Soviética y empresarios dispuestos a marcharse a la Florida en caso de ganar el candidato demócrata.
En uno de estos montajes salía un tren cargado de vagabundos camino de California con pretensiones de vivir sin trabajar gracias a los planes de protección social del candidato demócrata. Incluso llegaron a utilizarse escenas violentas tomadas de otras películas para dar la impresión de que los indigentes de todo el país estaban listos para invadir las ciudades californianas y acogerse a las políticas contra la pobreza de Sinclair.
La alianza anti-Sinclair contó con la colaboración de publicistas, productores de cine, periodistas, políticos, abogados, economistas y toda clase de profesionales muy bien pagados para acabar con ‘la amenaza comunista’ que se cernía sobre California personificada en el autor de ‘La jungla’. Las más famosas estrellas de Hollywood fueron invitadas a contribuir a la campaña en favor de Merriam, el rival de Sinclair, aunque Katherine Hepburn, James Gagney, Jean Harlow o Charles Chaplin, entre otros, se negaron en rotundo.
Campaigns, Inc. se anotó un gran éxito en aquellas elecciones californianas de 1934 con la victoria de Merriam llegando a posicionarse a partir de entonces como empresa referente en el mercado de las relaciones públicas. Numerosos candidatos políticos de todos los Estados Unidos empezaron a contratar sus servicios así como algunos lobbies y organizaciones gremiales, caso de la American Medical Association, que durante muchos años ha contado con su ayuda logística para vender a los ciudadanos las bondades de la medicina privada a la vez que para presentar la sanidad pública como un indeseable invento social-comunista.
‘Nunca pensé que algún día tuviera que hacer frente a un equipo de brujos dedicados a preparar pociones para desparramarlas todas las mañanas en el aire de California’, llegó a decir Upton Sinclair, desesperado por la insólita campaña de infamias que tuvo que aguantar. Lo que básicamente hizo Campaigns, Inc. fue organizar un enorme ‘aparato de mentiras destinado a destruirme incluyendo la contratación de docenas de personas para buscar en las bibliotecas frases de mis libros que pudieran comprometerme’.
Clem Whitaker y su socia de Campaigns, Inc. Leone Baxter, decidieron abandonar el oficio de periodistas y ganar mucho más dinero como publicistas y relaciones públicas expertos en estrategias innovadoras de marketing político. Para Whitaker esto nunca supuso ningún problema ético puesto que a su juicio ‘el americano medio no quiere la verdad, lo que quiere es una buena pelea o un buen espectáculo’.
Años antes de la ‘tormenta de fango’ que cayó sobre la persona de Upton Sinclair, el presidente de los Estados Unidos Woodrow Wilson había creado la Comisión Creel, otro proyecto puntero en la historia de la publicidad política cuya misión fue convencer a los estadounidenses de los beneficios de entrar en la Primera Guerra Mundial.
Uno de los publicistas que trabajaron en ese proyecto fue Edward Bernays, sobrino de Sigmund Freud y autor de ‘Propaganda’, manual de referencia en el arte del marketing político publicado en 1928 que poco después leyó con gran interés Joseph Goebbels, ministro de Hitler encargado del aparato publicitario del nazismo.
Según palabras del propio Bernays ‘el asombroso éxito de la Comisión Creel durante la guerra abrió los ojos de una minoría de individuos inteligentes en cuanto a las posibilidades de movilizar la opinión para cualquier tipo de causa’. La maquinaria de propaganda política encargada por Wilson incluyó la contratación de centenares de artistas para crear pinturas, historietas, esculturas u obras de teatro con objeto de promover la intervención de los Estados Unidos en la guerra.
Como parte de la Comisión Creel aparecieron por todas las ciudades americanas los llamados ‘four minute men’ (hombres de cuatro minutos), charlatanes y predicadores profesionales que en lugares públicos como cines, teatros, o iglesias, se dedicaban a pronunciar arengas belicistas y patrióticas.
Para Edward Bernays su experiencia en la Comisión Creel fue reveladora, a partir de entonces el sobrino de Freud se especializó en la manipulación de la democracia haciendo uso de conceptos procedentes del psicoanálisis. Había quedado demostrado que las masas actúan movidas por fuerzas más emocionales que racionales de tal modo que las pulsiones inconscientes de la opinión pública podían ser perfectamente moldeadas por medio del marketing y la publicidad.
Leo Strauss sabía que las masas actúan principalmente movidas por fuerzas irracionales, en consecuencia es necesario a su juicio que los gobiernos hagan uso de las ‘nobles mentiras’. Siguiendo la línea de pensamiento de Jenofonte, Maimónides o Maquiavelo, para Leo Strauss el poder político necesita tener un credo exotérico oficial en forma de doctrina pública, y un credo esotérico privado que funcione como agenda oculta. El único poder verdadero es para Leo Strauss el poder en la sombra de los mensajes cifrados y las hermenéuticas destinadas a los elegidos.
Entre las ‘nobles mentiras’ más famosas de los últimos tiempos destacan las inexistentes armas de destrucción masiva que permitieron a George W. Bush contar con el apoyo político y mediático necesarios como para ordenar la invasión de Irak y derrocar a Saddam Hussein tras el atentado de las Torres Gemelas.
Las ‘fake news’ (bulos) y ‘postruths’ (posverdades) siempre han ocupado un lugar clave a la hora de inclinar a los ciudadanos hacia una ideología política. Leo Strauss, Edward Barneys, Leone Baxter y Clem Whitaker son los principales referentes de Arthur Finkelstein, principal asesor de Victor Orbán, Benjamín Netanyahu, y otros cuantos líderes políticos de derechas que últimamente han accedido al poder utilizando campañas de bulos y posverdades.
En ‘Ingenieros del caos’ (’Les ingénieurs du chaos’, 2019) Giuliano Da Empoli explica cómo los partidos de la derecha en todo el mundo están haciendo uso de toda clase de bulos y posverdades para demonizar a sus rivales políticos, en la línea de la vieja tradición que vincula a la progresía socialista con las peores plagas de la humanidad.
Las nuevas estrategias de marketing político se cocinan en los despachos de ‘spin doctors’ como Arthur Finkelstein, gurú estratega de la teoría del mesías salvador que en Hungría encarna Viktor Orbán en lucha contra el 'supervillano' George Soros. Antes de asesorar a Viktor Orbán, Arthur Finkelstein tuvo como principal cliente al primer ministro israelí Benjamin Netanjahu. La estrategia de Finkelstein en Hungría o Israel es la misma que Campaigns Inc. utilizó en su día para denigrar la imagen de Upton Sinclair, y es una estrategia al alza en todos los países del mundo.
En el argot de la industria de las relaciones públicas el ‘spin doctor’ es un experto en el arte de la propaganda que básicamente persigue manipular a la opinión pública. Arthur Finkelstein también formó parte del equipo de asesores de Ronald Reagan, cuya campaña electoral de 1980 partió de la idea de responsabilizar de la crisis inflacionaria de los años setenta a las políticas keynesianas y socialdemócratas del Partido Demócrata.
Todo el mundo sabía que aquella crisis fue resultado del alza de los precios del petróleo como consecuencia de la decisión de los países árabes de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) de establecer un embargo de suministros a los países occidentales que apoyaron a Israel en la guerra del Yom Kippur contra Siria y Egipto, pero Reagan logró que los americanos demonizaran a su antecesor en el cargo, Jimmy Carter, así como a los economistas de izquierdas, responsables de poner en marcha políticas de excesivo gasto social, además de hacer reformas culturales dañinas para la patria, la religión, la cultura del esfuerzo y los ‘family values’ (valores familiares).
Arthur Finkelstein murió en 2017 sin dejar apenas rastro visible pues nunca hablaba en público ni concedía entrevistas pero según Giuliano Da Empoli ha sido en los últimos años el asesor político que de forma más hábil ha desarrollado la vieja estrategia de desprestigiar y difamar a los candidatos rivales para alcanzar réditos políticos. Precursor en el uso del big data procedente de las redes sociales, Finkelstein se especializó en hacer ‘microtargeting’ político, concretamente publicidad subliminal especialmente dirigida a los indecisos.
Esta misma estrategia alcanzaría cotas especialmente escandalosas con el Brexit inglés y en 2016 cuando Donald Trump venció a Hillary Clinton tras una brutal campaña de calumnias con la que mucha gente llegó a estar convencida de que la candidata del Partido Demócrata además de vender armas a los yihadistas estaba dirigiendo una red de pedofilia en el sótano de una pizzería de Washington.
La conclusión de Giuliano Da Empoli tras estudiar el caso de Arthur Finkelstein y otros ‘spin doctors’ es que las ‘fake news’ y ‘postruths’ tienen una lógica muy sólida en tanto en cuanto funcionan como factor de cohesión. ‘Cualquiera puede creerse la verdad pero creer en lo absurdo es una autentica muestra de lealtad’, dice Da Empoli, que en su libro subraya cómo las mentiras y posverdades canalizan la rabia y otras emociones básicas. Según un estudio del MIT la información falsa tiene por esa razón un 70 por ciento más de probabilidades de ser compartida en la red precisamente por su facilidad para apelar a nuestras más profundas emociones.
Los gobiernos de muchos países occidentales están tratando de intervenir para evitar que las noticias falsas proliferen libremente en las redes sociales generando el caos informativo pero los bulos y posverdades no son nada nuevo como tampoco lo son las burbujas ideológicas que refuerzan la supremacía de los prejuicios culturales sobre las verdades universales. ‘Una mentira puede dar la vuelta a la tierra mientras la verdad se está todavía calzando’ decía Mark Twain hace más de cien años.
Las teorías de la conspiración también han estado presentes desde el principio de los tiempos, de hecho la Biblia es básicamente un compendio de relatos organizados alrededor de la más grande maquinación de la historia según la cual nada es casual pues todo cuanto sucede supuestamente ha sido orquestado por un ser supremo.
Tampoco es novedoso que el periodismo se confunda con la propaganda. ‘Los guardianes de la libertad’ (Manufacturing Consent: The Political Economy of the Mass Media’, 1988) es un legendario libro de Noam Chomsky escrito en colaboración con Edward S. Herman. Su título original hace referencia a la expresión ‘fabricación del consentimiento’ que acuñó el periodista Walter Lippmann en relación al aparato de propaganda que utiliza el establishment para perpetuarse en el poder mediante la manipulación del periodismo.
Herman y Chomsky cuentan en este libro cómo los medios de comunicación están en manos de grandes empresas y dependen de la financiación de los bancos y de la publicidad de las élites económicas para su subsistencia. Además los principales proveedores de noticias son los departamentos de prensa de los gobiernos o de las grandes corporaciones, de modo que la información y opinión que recibimos en su mayoría está mediatizada por intereses creados.
Dentro del periodismo la información económica está especialmente determinada por las filtraciones procedentes de las élites empresariales y financieras. En ‘Un reportero en la montaña mágica: Cómo la élite económica de Davos hundió al mundo’ (2014) Andy Robinson, periodista y economista británico que escribe en español para el diario La Vanguardia y otros medios, explica cómo los periodistas económicos que compadrean en Davos con las élites económicas son los que más lejos llegan en los medios para los que trabajan.
Si en los años que precedieron a la crisis los medios no fueron capaces de alertar sobre la burbuja inmobiliaria y financiera que terminó reventando en 2008 con las consecuencias que sabemos es porque la mayoría de los periodistas se limitaron a reproducir las ideas de los principales actores económicos.
Quienes escriben en las páginas ‘salmón’ apenas se alejan de las pautas que marcan los grandes medios económicos mundiales, caso de Financial Times, Wall Street Journal, o The Economist, publicaciones de referencia global que en lugar de publicar perspectivas diferentes comulgan de forma rutinaria con la ortodoxia económica neoliberal.
La industria de Hollywood fue pionera en el uso de medios para vender sus películas difuminando la línea que separa la información de la publicidad a partir de la creación de grandes departamentos de prensa, de modo que los reporteros que trabajan en Hollywood tienen acceso a entrevistas concertadas y acuden con los gastos pagados a glamurosas fiestas, junkets y viajes de promoción de las películas.
Yo mismo cubrí durante casi veinte años desde Los Ángeles la actualidad cinematográfica para diversas publicaciones españolas y puedo dar fe que más que trabajar como periodista lo que hice básicamente fue ponerme al servicio de la cadena publicitaria que promociona los productos cinematográficos y televisivos de los grandes estudios de Hollywood.
La misma estrategia de Hollywood fue utilizada por el Gobierno norteamericano en la invasión de Irak de 2003 cuando el Departamento de Estado invitó a 775 fotógrafos y reporteros de todo el mundo a cubrir el conflicto armado formando parte de las unidades militares y aceptando la supervisión del Pentágono. A partir de entonces el ‘embedded journalism’ (periodismo integrado o incrustado) se utiliza para designar a la clase de información que está más cerca de la propaganda que de la información objetiva.
John Swinton, ex redactor jefe del New York Times, escandalizó a sus colegas en una célebre intervención en el Club de Prensa de Nueva York allá por el año 1953: ‘El negocio de los periodistas es destruir la verdad, mentir descaradamente, pervertir, vilipendiar, arrodillarse a los pies del dios dinero. Nosotros solo somos las herramientas y los vasallos de los ricos que están detrás de las cortinas. Ellos mueven los hilos, nosotros somos las marionetas y solo podemos bailar a su son’.
En la era de las ‘fake news’ y la ‘postruth’ la frontera entre la realidad y la ficción cada día es más borrosa, como acertó a predecir Phil K. Dick. Hoy día es incluso posible manipular videos mediante la técnica del ‘deep-fake’ y poner en los labios de cualquier persona palabras que realmente nunca ha llegado a pronunciar.
La proliferación de ‘fake news’ está alcanzando niveles tan preocupantes como para que las autoridades empiecen a tomar medidas de ‘fact-ckecking’ o verificación de datos. La International Fact-Checking Network, creada en enero de 2020, llegó a encontrar más de mil bulos exclusivamente relacionados con la pandemia del coronavirus.
Pero si el periodismo ha sido siempre fuente de desinformaciones interesadas aún más dañino es el papel que ejerce la educación. ‘La otra historia de los Estados Unidos’ (‘A People's History of the United States’, 1980) es un libro de Howard Zinn despreciado por las autoridades educativas aunque tendría que ser de obligada lectura para todo aquel que quiera saber la verdad. ‘A los chicos en las escuelas de los Estados Unidos no les enseñan la verdad’ decía Howard Zinn pero no solo los Estados Unidos, todos los países ocultan verdades incómodas y lo mismo puede decirse de las ideologías, cultos y religiones.
Más allá del mal uso de la educación y el periodismo por los intereses creados, los seres humanos somos fácilmente manipulables. Estamos predispuestos a creernos cualquier fantasía, especialmente si viene a reforzar nuestros prejuicios ideológicos, de hecho eso que se ha dado en llamar la ‘posverdad’ no es más que una ‘mentira emotiva’ que falsea la realidad apelando a nuestros sentimientos más profundos e irracionales.
Por otra parte para lograr un ascenso de categoría en el seno de una empresa decir la verdad casi nunca ha sido una buena idea. A John Perkins le preguntaron porqué en los colegios y universidades norteamericanas no se explica la verdad a los estudiantes. ‘La respuesta es muy fácil: porque si los profesores enseñaran la verdad se quedarían sin trabajo’.
Jesucristo predicaba que ‘la verdad os hará libres’ pero hoy más bien podríamos decir que ‘la verdad os hará pobres’. Además como bien saben los ‘spin doctors’ de los partidos políticos lo importante en un debate electoral no es mentir sino la manera de hacerlo.
¿A quién le interesa la verdad? Nadie ha contestado con más sincera crueldad a esta pregunta que Jeb Bush, ex gobernador de la Florida, hijo de George senior y hermano de George junior: ‘La verdad es inútil. Es importante entender esto: No puedes depositar la verdad en un banco. No puedes comprar mercancías con la verdad. No puedes pagar el alquiler con la verdad y además la verdad es que el millón arriba o abajo de personas en los Estados Unidos que de verdad están interesadas en la verdad no tienen dinero’.