13 BRUJAS, ALQUIMISTAS Y HECHICEROS
‘Si la gente supiera como funciona nuestro sistema financiero creo que habría una revolución mañana por la mañana.’ (Henry Ford)
Más que versionar el cuento del Mago de Oz sería mejor hacer una biopic sobre la vida de su autor Frank Baum. No creo que haya mejor manera de profundizar en la Edad Dorada del capitalismo y su Larga Depresión de finales del siglo XIX.
‘El Maravilloso Mago de Oz’ tuvo tanto éxito a partir de su publicación en 1900 que Frank Baum a petición de sus lectores escribió trece secuelas que se publicaron desde 1905 hasta 1920. Además otros autores de ficción fantástica como Ruth Plumly o Gregory Maguire se han encargado en diferentes épocas de imaginar historias alternativas partiendo de la novela original.
De hacer una película sobre la vida de Frank Baum empezaría por la mitad de su vida, cuando en la última década del siglo XIX el creador de ‘El Mago de Oz’ mantiene a la luz de una chimenea largas e intensas conversaciones con su suegra, Matilda Joslyn Gage.
Como no había televisión en aquellos tiempos uno podía realmente acabar matando las tardes escuchando las batallitas de su suegra y así fue como Frank Baum terminó hechizado por las historias que le contó Matilda, una mujer extraordinaria que fue pionera del ecofeminismo y editora de publicaciones contraculturales.
Frank Baum había crecido en una familia muy religiosa y tradicional de la clase alta de Pensilvania, había sido votante del Partido Republicano, y hasta llegó a defender en su juventud el exterminio social-darwinista de los indios nativos americanos, pero terminó comulgando con las ideas progresistas de Matilda, madre de su esposa Maud.
Matilda vivió en casa de Frank y Maud varios años antes de su muerte en 1898 y lejos del estereotipo de la suegra insoportable se convirtió en un referente intelectual muy positivo para toda la familia. Fue Matilda quien puso a Frank sobre la pista del arquetipo de la bruja como personaje icónico de la mitología.
En la Edad Media la bruja se identificó con el término ‘maleficae’ (maléfica) porque supuestamente su misión era rendir culto al diablo en aquelarres demoníacos. Mediante ungüentos y conjuros la bruja aparentemente conspira contra el orden religioso imperante, por eso en 1487 dos monjes dominicos publicaron en Alemania el ‘Malleus Maleficarum’ (‘Martillo de las Brujas’), manual para acabar con las brujas.
Matilda Joslyn Gage fue de las primeras intelectuales feministas en detectar por debajo de la brutal caza de brujas que durante más de tres siglos llevó a cabo la Iglesia Católica, un sistema de control y represión destinado a tapar las injusticias sociales de la época.
Gage le hizo ver a su yerno cómo la brujería en realidad fue una siniestra manera de desviar la responsabilidad moral y política del poder político y religioso. La teoría de Gage coincide con la que posteriormente desarrolló el antropólogo Marvin Harris en ‘Vacas, cerdos, guerras y brujas: Los enigmas de la cultura’ (‘Cows, Pigs, Wars and Witches: The Riddles of Culture’, 1975)
Marin Harris cuenta cómo en la última etapa de la Edad Media con la crisis de la peste negra la brujería se convirtió en el gran chivo expiatorio de la cristiandad. Cientos de miles de brujas y brujos fueron ejecutados tras ser acusados de como comer niños y adorar a Satán. Durante aquel tiempo la persecución contra la brujería alcanzó niveles de histeria colectiva de tal modo que los jueces inquisidores de los tribunales eclesiásticos mandaron a la hoguera a muchas personas inocentes a partir de denuncias populares.
La suegra de Frank Baum inspiró no solo al autor de ‘El Maravilloso Mago de Oz’ sino también y sobre todo a una larga lista de intelectuales feministas como Silvia Federici, autora de ‘Caliban y la bruja: Mujeres, cuerpo y acumulación originaria’ (Caliban and the Witch: Women, the Body and Primitive Accumulation’, 2004), donde a partir de la obra de Shakespeare explica cómo el primer capitalismo se benefició de las leyes de vagos y brujas.
A juicio de Federici no es casualidad que las primeras leyes y castigos contra la vagancia ocurrieran en paralelo con las cazas de brujas. ‘El capitalismo está relacionado con la explotación y la dominación de los seres más débiles –estima Federici- por eso lo que roba tiempo al trabajo se prohíbe y se criminaliza’. La caza de brujas, el comercio de esclavos, y la colonización del Nuevo Mundo, son para Federici fenómenos vinculados con las raíces heteropatriarcales del capitalismo incipiente.
La expresión ‘caza de brujas’ se utiliza hoy día de forma metafórica para definir la estrategia de lanzar acusaciones infundadas sobre un grupo determinado de personas de ideología contraria al poder vigente. Entre 1950 y 1956, en plena Guerra Fría, el senador Joseph McCarthy desplegó en los Estados Unidos su famosa ‘caza de brujas’ contra ciudadanos acusados de traición a la patria por el simple hecho de ser comunistas. Los nuevos movimientos feministas han tomado el arquetipo de la bruja como símbolo de empoderamiento y liberación femenina. ‘Somos las nietas de las brujas que no conseguisteis quemar’ dice una de las pancartas más populares de las manifestaciones feministas de los últimos años.
Según cuentan los biógrafos de Frank Baum la influencia de su suegra fue considerable sobre la saga del Mago de Oz, considerada de hecho como un gran alegato feminista no solo por su protagonista, Dorothy Gage, heroína humilde y valiente cuyo apellido es un homenaje explícito a Matilda, sino también por la Princesa Ozma, el personaje más importante de los libros que completan la serie.
Ozma no solo es una gran heroína feminista, además es el primer gran icono transgénero de la historia de la literatura porque en realidad nació varón. A través de su transformación Baum denuncia los defectos de la sociedad patriarcal a la vez que enaltece la utopía matriarcal que defendió su suegra Matilda y a diferencia del tramposo Mago de Oz la Princesa Ozma resulta ser una persona bondadosa y capaz de establecer sobre la Tierra de Oz un régimen político justo y pacífico.
En el sexto libro de la saga, ‘La Ciudad Esmeralda de Oz’ (‘The Emerald City of Oz’, 1910), la Tierra de Oz bajo la gobernatura de la Princesa Ozma se convierte de hecho en una sociedad socialista utópica donde el ideal de la Madre Protectora termina desterrando la filosofía del Padre Autoritario.
Gracias a la Princesa Ozma en la Ciudad Esmeralda ya ‘no existían pobres y todo el mundo daba gratuitamente a sus vecinos cuanto necesitaran. Sin importar lo que produjeran para el beneficio de la comunidad, todos los hombres y mujeres recibían de sus vecinos la comida y la ropa, la casa y los muebles, los adornos y los juguetes’.
Gregory Maguire es un escritor norteamericano especializado en revisiones de clásicos infantiles que ha retomado el universo creado por Frank Baum en ‘Wicked: The Life and Times of the Wicked Witch of the West’ (‘Diabólica: Memorias de una Bruja Mala’, 1995), novela adaptada como musical de Broadway y primera de una saga de cuatro libros bajo el título ‘The Wicked Years’ (‘Los años diabólicos’).
La Tierra de Oz de Gregory Maguire es una distopía aún más compleja que la de Frank Baum pues bajo el orden totalitario de Oz se multiplican las injusticias sociales. En la novela de Maguire encontramos una interesante vuelta de tuerca cuando comprendemos que en realidad la Bruja Mala del Oeste es una valiente mujer llamada Elpheba, activista ecologista, animalista y socialista, que lucha en la clandestinidad contra la dictadura heteropatriarcal del Mago de Oz.
Para las intelectuales feministas como Matilda Joslyn Gage o Silvia Federici la misoginia inherente al heteropatriarcado al mismo tiempo que convirtió a las brujas en criaturas siniestras y diabólicas, enalteció la figura de los magos, chamanes y hechiceros, hombres sabios que aparentemente han adquirido una gran sabiduría y son capaces de descifrar el futuro o curar enfermedades.
Muchos de ellos practicaron la alquimia, antigua actividad seudocientífica precursosa de la química. Los alquimistas creían posible transformar los metales básicos en metales preciosos mediante fórmulas químicas y ansiaban encontrar la piedra filosofal que acabara para siempre con la pobreza material y espiritual. Los alquimistas eran partidarios del esoterismo, sus conjuros y pociones debían ser descodificados para descubrir su auténtico significado reservado a los aprendices más avanzados.
Los nuevos banqueros centrales han sido comparados con los viejos alquimistas en primer lugar por el hecho de poder crear dinero de la nada, y en segundo lugar por el hermetismo de sus conocimientos, que parecen reservados para una pequeña élite de economistas adoctrinados en los secretos esotéricos de la compleja naturaleza del sistema financiero. Como reconoce Vitas Vasiliauskas, presidente del Banco Central de Lituania: ‘Realmente somos como los magos: Capaces de sacar conejos de un sombrero’.
Mervyn King, gobernador del Banco de Inglaterra entre 2003 y 2013, explica en ‘El fin de la alquimia. Dinero, banca y el futuro de la economía global’ (‘The End of Alchemy. Money, Banking and The End of the Global Economy’) cómo la liquidez que proporcionan los bancos centrales emitiendo dinero sin respaldo metálico ha facilitado altas tasas de crecimiento económico a costa de generar inflación o inflar burbujas que al reventar generan recesión y desempleo.
Todas las crisis del capitalismo requieren la intervención decidida de los banqueros centrales como cuenta el periodista Neil Irwin en ‘Los alquimistas. Tres banqueros centrales en un mundo en llamas’. (‘The Alchemists: Three Central Bankers and a World on Fire’). Uno de los tres banqueros a los que se refiere Neil Irwin es precisamente Mervyn King como gobernador del Banco de Inglaterra. Los otros dos son Jean Claude Trichet, expresidente del Banco Central Europeo, y Ben Bernanke al mando de la Reserva Federal de los Estados Unidos.
King, Trichet, y Bernanke coincidieron en la misma idea de rescatar a los bancos privados tras el crack de 2008 para evitar una crisis como la Gran Depresión posterior al crack de 1929 cuando la Fed dejó caer a más de mil entidades financieras provocando un capitaclismo de enormes proporciones.
A King, Trichet y Bernanke no les quedaba más remedio que salvar a los bancos ‘too big to fail’ (demasiado grandes para caer) además de fortalecer las regulaciones demasiado laxas establecidas durante el auge de la ideología neoliberal abanderada por Alan Greenspan, el ‘rey alquimista’ que barita en mano de superbrujo neoliberal se encargó de liquidar las leyes que velaban por la buena praxis bancaria desde la Gran Depresión.
Alan Greenspan presidió la Reserva Federal desde 1987 hasta 2006 y hoy día a los ojos de la mayoría de los expertos en economía monetaria es el principal responsable de la desregulación de los productos bancarios derivados que resultaron ser sumamente tóxicos para el conjunto del sistema financiero internacional en la crisis de 2008 y años posteriores.
Como en las manos de los banqueros centrales está la posibilidad de crear dinero de la nada, cada palabra que pronuncian es de vital importancia como se demostró en el famoso caso de Mario Draghi, sucesor de Jean Claude Trichet, cuando al frente del BCE resolvió la crisis de las primas de riesgo. ‘El Banco Central Europeo hará todo lo que sea necesario para solucionar esta crisis. –proclamó en el otoño de 2012- Y les aseguro que será suficiente’. Al día siguiente bajaron las primas de riesgo y se disipó la amenaza de ruptura de la Zona Euro.
Otro ‘alquimista’ cuyo papel ha sido especialmente destacado por los analistas en macroeconomía monetaria fue Paul Volcker, presidente de la Fed entre 1979 y 1987. Volcker no tuvo más remedio que subir los tipos de interés hasta el 20% para frenar la espiral inflacionista provocada por la guerra del Yon Kipur y la crisis energética consiguiente. Sus medidas funcionaron a la hora de parar el alza de los precios pero a costa de provocar una fuerte desaceleración económica que dejó tasas de desempleo superiores al 10% y mandó a Jimmy Carter de vuelta a su granja de cacahuetes.
Los banqueros centrales en la actualidad están tratando de frenar el proceso inflacionario provocado por razones tan diversas como la sequía, el exceso de oferta monetaria, la transformación energética, el shock de la pandemia o la guerra de Ucrania, pero no pueden subir los tipos de interés tanto como hizo en su día Paul Volcker porque hacer tal cosa implicaría no solo desestabilizar el orden político sino también el balance de entidades financieras como el Sillicon Valley Bank, cuya quiebra en marzo de 2023 encendió las alarmas de una nueva crisis bancaria.
El ensayo histórico de Liaquat Ahamed ‘Los señores de las finanzas: los cuatro hombres que arruinaron el mundo’ (‘Lords of Finance: The Bankers Who Broke the World’, 2009) profundiza en el papel central que tienen los banqueros centrales. Concretamente Ahamed ha estudiado lo que hicieron en los años previos a la Gran Depresión los gobernadores de los cuatro grandes bancos centrales de la época: Montagu Norman al frente del Banco de Inglaterra, Hjalmar Schacht del Reichsbank alemán, Emile Moreau del Banco de Francia, y Benjamin Strong de la Reserva Federal de los Estados Unidos.
Los países europeos que habían abandonado el patrón oro para cubrir los expendios de la guerra empezaron a sufrir los problemas de inflación y devaluación asociados a la impresión de dinero sin respaldo, especialmente graves en el caso de Alemania, que además estaba obligada a indemnizar a Francia e Inglaterra tras perder la Primera Guerra Mundial. A su vez Francia e Inglatrerra debían pagar altos intereses a los bancos norteamericanos al haber recibido de ellos cuantiosos préstamos para hacer frente a los gastos militares.
El error de los banqueros centrales en aquella ocasión según cuenta Liaquat Ahamed fue obligar a los países europeos a someterse de nuevo al patrón oro, compromiso que alivió las dinámicas de inflación y devaluación a costa de contraer sus economías. Así fue como Wall Street acaparó las inversiones internacionales durante los años veinte inflándose muy por encima de su valor real.
En la actualidad los Estados nacionales ya no necesitan respaldar sus monedas con la acumulación de ningún metal. Superada la era del patrón oro los banqueros centrales son los encargados de abrir o cerrar el grifo del dinero para mantener la inflación a raya y evitar las temidas devaluaciones monetarias.
El patrón oro pasó definitivamente a la historia en 1971, cuando lo decretó Richard Nixon al estar necesitado de cash para hacer la guerra de Vietnam. Pero durante la Primera Guerra Mundial las grandes potencias ya se habían saltado la disciplina monetaria del patrón oro, y mucho antes el presidente norteamericano Abraham Lincoln se vio obligado a imprimir ‘greenbacks’ acuciado por los gastos bélicos.
Además del biopic de Frank Baum si yo fuera productor de cine me gustaría hacer una película sobre la misteriosa fundación de la Reserva Federal norteamericana.
En principio los ciudadanos norteamericanos no eran partidarios de la creación de un banco central dado el tradicional desapego que existe en los Estados Unidos hacia la centralización del poder económico. Sin embargo después de una larga sucesión de pánicos bancarios durante los años de la Edad Dorada provocados por la ausencia de regulaciones financieras el Partido Republicano junto con los principales bancos privados ideó un astuto plan para establecer un banco central capaz de poner orden en la macroeconomía monetaria de la nación.
Para evitar que los políticos rivales y los medios de comunicación independientes advirtieran a los ciudadanos de sus intenciones, en noviembre de 1910 el senador republicano por Rhode Island Nelson Aldrich y el asistente del Ministerio de Finanzas Abran Piatt Andrew se reunieron en secreto con un selecto grupo de banqueros para aparentemente pasar unos días de caza y descanso en la isla de Jekyll.
Aunque en el resort donde se hospedaron los invitados no dejaron constancia de sus apellidos en el registro del hotel hoy sabemos que a la isla de Jeckyl acudieron Henry P. Davison y Benjamin Strong en representación de JP Morgan & Company; Paul Warburg de Kuhn, Loeb & Co, años después transformado en Lehman Brothers y American Express; y Frank Vanderlip y Charles Norton, presidentes de National City Bank y First National Bank, más tarde fusionados bajo el nombre de Citigroup.
Tres años después el presidente demócrata Woodrow Wilson terminó firmando el 23 de diciembre de 1913 la Federal Reserve Act. Años después él mismo reconoció haberse arrepentido de hacer tal cosa en una de las declaraciones más brutalmente sinceras que se le recuerdan a ningún ‘whistleblower’ norteamericano.
‘Soy un hombre infeliz. –terminó reconociendo Woodrow Wilson- Inconscientemente he arruinado a mi país. Una gran nación industrial está controlada por su sistema de crédito. Y nuestro sistema de crédito está concentrado. Consecuentemente el crecimiento de la nación y todas nuestras actividades están en las manos de unos pocos hombres. Ya no somos un gobierno que representa el voto de la mayoría sino un gobierno manejado por la voluntad y coacción de un pequeño grupo de hombres dominantes’.
Lo que hizo Woodrow Wilson fue en definitiva permitir a un grupo de bancos privados crear dinero de la nada, prestárselo al Estado a interés, y controlar la oferta monetaria nacional.
La Reserva Federal en realidad no es una agencia gubernamental sino un cartel de los principales bancos privados de la nación concentrados en un oligopolio financiero con un poder superior al de cualquier representante político de la ciudadanía. Esto es algo que en principio podría sonar a teoría de la conspiración si no fuera por los numerosos testimonios de personas muy cualificadas que han hablado con claridad acerca de la oscura naturaleza de la Reserva Federal.
Hay varias teorías de la conspiración en torno a la Fed, incluso el asesinato de John F. Kennedy ha sido relacionado con su propósito de acabar con los privilegios de los grandes banqueros agrupados bajo el sistema de la Reserva Federal, que a día de hoy sigue operando por fuera del control democrático y siempre con la intención preferente de garantizar los intereses del oligopolio bancario privado.
Pero no solo la Reserva Federal, también los demás grandes bancos centrales del mundo son en mayor o menor medida instituciones controladas por los intereses de la banca privada. Como explica Helen Hodgson en ‘Telaraña de deuda: La escandalosa verdad sobre el sistema monetario y cómo podemos liberarnos’, (‘Web of Debt: The Shocking Truth about Our Money System and how We Can Break Free’, 2017), no son los gobiernos los que crean el dinero sino los grandes bancos privados que se han apoderado del control del sistema monetario.
En base a este sistema por un lado los gobiernos se endeudan con los bancos para financiar sus gastos y por otro lado se encargan de rescatarlos en caso de que fracasen sus inversiones de riesgo lo cual provoca el sometimiento de las naciones y de los ciudadanos a sus voluntades al estar toda la economía sujeta a una creciente montaña de deuda imposible de pagar. Según Ellen Hodgson ‘la macroeconomía es un tema árido que se ha hecho intencionadamente complejo por parte de los intereses bancarios para ocultar lo que realmente está pasando’.
Sin duda la vida de Frank Baum da para una gran película o serie de televisión, pero aún más apasionante podría ser la biopic de John Law, un escocés de Edimburgo, nacido en 1671, a la par de las primeras teorías macroeconómicas, las primeras entidades de crédito, y las primeras burbujas financieras. El título de la serie o película podría ser ‘El Falso Alquimista’, pues así es como de hecho le terminaron llamando en Francia (‘The Faux Alchimiste’).
El padre de John Law era un orfebre convertido en pionero del negocio de la banca. Es curioso cómo los artesanos que hacían objetos a partir del oro se hicieron prestamistas. El padre de John Law empezó haciendo cuberterías de oro pero poco a poco, como pasó con algunos otros de sus colegas, se fue especializando en guardar las monedas metálicas de sus clientes en las cajas fuertes de su establecimiento a cambio de un interés.
Tras heredar la fortuna de su padre con solo 17 años, John Law frecuentó la alta sociedad de Edimburgo hasta que el 9 de abril de 1694, con 23 años, mató en duelo a Beau Wilson por el honor de la condesa de Orkney, con la que supuestamente los dos mantenían relaciones íntimas.
De Beau Wilson cuentan que era un millonario engreído con carruaje de seis caballos y más criados que los nobles más nobles de toda la ciudad. El padrino en aquel duelo de John Law fue Daniel Defoe, el joven periodista que terminaría escribiendo ‘Robinson Crusoe’, publicada en 1719.
Tras ser condenado a la horca John Law logró que le conmutaran la pena gracias a los contactos que tenía en las altas esferas. Law ni siquiera llegó a entrar en la cárcel porque huyó por mar a Holanda donde empezó una nueva vida.
En Amsterdam pronto conoció a la flor y la nata de las finanzas judías locales, siendo testigo del desarrollo del Banco de Amsterdam (Amsterdamsche Wisselbank), precursor de los bancos centrales, y de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales (Vereenigde Oostindische Compagnie o VOC en neerlandés), un gigantesco monopolio dedicado al comercio con las colonias asiáticas que por primera vez cotizaba en bolsa.
Jugador y mujeriego, dicen que John Law fue un atractivo cortesano vividor al estilo de Barry Lyndon. Se pasó la juventud alternando entre los círculos financieros de Amsterdam y los más lujosos palacios de Venecia y París. Aficionado no solo a los naipes y la vida galante, sino también a la naciente Ciencia Económica, hizo amistad con Felipe II de Orleans, regente del reino de Francia durante la minoría de edad de su sobrino-nieto Luis XV.
Por aquellos años el Palacio Real francés era escenario de toda clase de orgías y fiestas. En una de ellas John Law convenció a Felipe II de Orleans para conratarle como asesor económico. El Estado francés estaba endeudado hasta las trancas y ante la falta de metales preciosos apenas resultaba posible acuñar dinero, por eso el país se encontraba en situación de crisis deflacionaria. Era el momento perfecto para poner en práctica todo lo que John Law había aprendido en Amsterdam sobre el funcionamiento de las finanzas modernas.
Una vez asentado como ministro de Economía del gobierno de Francia, John Law estableció la creación de un banco nacional encargado de acuñar moneda sin respaldo metálico para aumentar la circulación monetaria. Al mismo tiempo se puso a los mandos de la empresa que monopolizaba el comercio con las Indias Occidentales y América del Norte.
Francia había salido de la recesión económica y todo al principio parecía ir bien para John Law hasta el crack de la Compañía Francesa de las Indias Occidentales, cuyas acciones se habían disparado de precio como antes pasó con los famosos tulipanes holandeses. Ambos episodios forman parte importante de la larga y curiosa historia de las burbujas financieras y los cracks bancarios, una historia que se repite constantemente en la historia del capitalismo.
En tiempos de John Law la burbuja de las acciones de las compañías de ultramar terminó explotando y en apenas dos meses tanto el papel moneda del Banco Real como las acciones de la Compañía Francesa de las Indias Occidentales se devaluaron en medio de un pánico financiero sin precedentes.
La inflación llegó a un 23 % en 1720, año del primer gran crack global, pues el problema afectó a diversos países europeos con empresas comerciales cuyas acciones habían alcanzado precios muy por encima de su valor real en lo que pasó a la historia como la ‘Burbuja de los Mares del Sur’.
En Francia para calmar los ánimos Felipe II de Orleans anunció el retorno al patrón metálico y ante la falta de confianza de los ciudadanos hizo desfilar por el centro de París a miles de vagabundos vestidos como mineros en un ridículo acto propagandístico que no sirvió para nada.
Al final John Law fue acusado de ‘faux alchimiste’ (falso alquimista) y destituido por el rey de sus cargos al frente de la macroeconomía del país por lo cual se vio obligado a huir de nuevo esta vez a Venecia disfrazado de mujer mientras ardían las calles de París y miles de ciudadanos franceses se veían abocados a la ruina.
El fracaso de las políticas económicas de John Law generó una crisis que no solo afectó a los franceses sino a todo el mundo. Según los historiadores del caso su locura monetaria generó una atmósfera global de desconfianza hacia el papel moneda, por eso el vínculo entre el dinero y el oro siguió siendo la norma general para garantizar la estabilidad monetaria de las naciones.
Aquella imprudente expansión cuantitativa terminó siendo especialmente ruinosa porque el nuevo dinero sin respaldo se canalizó hacia actividades especulativas al no estar debidamente regulada la compra y venta de las acciones de las nuevas empresas dedicadas al comercio colonial.
La expansión monetaria de John Law se hizo no solo sin respaldo metálico sino sin el debido control político, pero a partir de entonces los partidarios de la camisa de fuerza del patrón oro reafirmaron sus teorías y todo aquel que ha querido salirse del tiesto de la ortodoxia monetaria ha sido acusado de ser un insensato, razón por la cual el anacrónico vínculo entre metal y dinero ha tardado tanto en superarse.
‘El aprendiz de brujo’ (‘Der Zauberlehrling’, 1797) es un poema de Johann Wolfang Von Goethe que Walt Disney adaptó en su película más original, ‘Fantasía’ (Fantasia’, 1949) donde sale Mickey Mouse con toga y sombrero de hechicero tratando de aliviar de agua la inundación de su taller. La película de Disney y el poema de Goethe se basan a su vez en un viejo cuento de la tradición oral del norte de Europa que encierra una interesante moraleja.
El aprendiz de brujo cree haber encontrado la fórmula mágica para no tener que trabajar tras lograr que su escoba vaya a recoger agua pero de tanta como trae termina provocando una creciente riada. Al no poder detenerla el aprendiz de brujo parte la escoba con un hacha pero las dos mitades cobran vida y continúan sin parar su tarea provocando una grave inundación.
Alejandro Nadal en uno de sus recordados artículos en La Jornada de México recordaba este viejo cuento para ilustrar el principal problema que afecta a los economistas-hechiceros que hoy día gobiernan en todas partes con sus fórmulas mágicas para lograr el crecimiento constante de las actividades productivas y financieras. Para Nadal la moraleja de ‘El aprendiz de brujo’ es especialmente aplicable a todos esos sofisticados instrumentos derivados de las hipotecas que terminaron por inundar de productos tóxicos la economía mundial provocando el crack de 2008.
El Gran Brujo del dogma neoliberal es Milton Friedman, padre del modelo neoclásico de equilibrio general. Según sus teorías monetaristas el Estado debe reducir los impuestos y el gasto público, suprimir los controles y regulaciones del mercado, y únicamente centralizar las políticas monetarias a través de los bancos centrales, dueños del grifo del dinero mediante el manejo de los tipos de interés.
Más estatofóbicos todavía son los economistas de la Escuela Austriaca, aprendices de brujos empeñados en limitar el papel de los gobiernos a meros guardianes de la propiedad privada. La mayoría de los herederos intelectuales de Ludwig Von Mises creen que abandonar el patrón oro ha sido la principal causa de los cracks financieros de las últimas décadas y han elaborado sofisticados modelos macroeconométricos a partir de una creencia infantil y maniquea en las bondades del libre mercado y en las maldades del intervencionismo estatal.
En el lado opuesto a los austriacos encontramos a los economistas de la Teoría Monetaria Moderna (Modern Monetary Theory o MMT) que abogan por un Estado fuerte en todos los ámbitos económicos. Según la MMT el dinero moderno no sujeto al oro ni a ningún otro metal es un pagaré estatal que debe funcionar como un bien público capaz de crear todos los puestos de trabajo necesarios en caso de que el sector privado no sea capaz de generar pleno empleo.
Los principales exponentes de la TMM, caso de Randall Wray, Paulina Tcherneva o Stephanie Kelton, además de considerarse keynesianos en espíritu también reivindican a Georg Friedrich Knapp, economista alemán padre del chartalismo, autor de la ‘Teoría estatal del dinero’ (‘Staatliche Theorie des Geldes’, 1905) donde explicó que una vez superada la era del patrón oro el dinero ha de ser considerado como un instrumento social que solo tiene valor como ‘criatura de la ley’.
El origen del monetarismo moderno se atribuye a John Stuart Mill pero anteriormente Smith, Ricardo, Hume, Locke, y muchos otros trataron de encontrar la ‘piedra filosofal’ que pudiera resolver la compleja problemática monetaria.
Las nuevas generaciones de ‘brujos y hechiceros’ han incorporado a sus estudios curvas y fórmulas matemáticas imposibles de comprender para la mayoría de los propios economistas. Después de todo el más intenso debate sigue siendo la abstrusa cuestión macromonetaria que en el fondo enfrenta dos concepciones filosóficas muy diferentes acerca del papel que el dinero debe jugar en la sociedad.