27 EL SÍNDROME DE VON MISES
‘Si he visto un poco más lejos es porque me aupé a hombros de gigantes’.
(Isaac Newton)
Para Ludwig Von Mises los intelectuales que cuestionan la ética del capitalismo y las disfunciones del sistema de libre mercado es que sufren ‘el síndrome de Fourier’, trastorno psicológico que toma su nombre del famoso socialista utópico francés que a primeros del siglo XIX defendió la importancia de poner el bien público por delante del interés privado.
En palabras del gran gurú de la Escuela Austriaca de Economía el síndrome de Fourier es ‘la condición neurasténica que brota del resentimiento del fracasado que en vez de hacer examen de conciencia le echa la culpa de todas sus penas al orden social prevaleciente, consuelo que le permite recuperar su perdida autoestima, liberándole del sentimiento de inferioridad que en otro caso le atormentaría’.
Podría ser mi caso, pero no el de Charles Fourier ni tampoco el de Aldous Huxley, George Orwell, Oscar Wilde , G. K. Chesterton, por no hablar de Bertrand Russell, tercer conde de Russell y vizconde de Amberley, además de premio Nobel de literatura de 1947.
Bertrand Russell fue un profesional de gran éxito no solo como escritor y filósofo sino también como científico y matemático, sin embargo se erigió en uno de los más notables defensores del socialismo democrático hasta el punto de convertirse en uno de los pioneros de la idea de la Renta Básica, 'la mejor manera de conseguir que la desastrosa herencia de la esclavitud económica deje de dar forma a nuestros instintos’.
Sobre la supuesta frustración y resentimiento de los filósofos socialistas también escribió en su día el libertario Murray Rothbard, avezado discípulo de Ludwig Von Mises. Según Rothbard ‘lo que sucede es que el sustento de los intelectuales en un mercado libre no es seguro al depender de las elecciones de los ciudadanos, siendo justamente característico de las masas el desinterés por los asuntos eruditos’.
Sin éxito de público, a espaldas de la lógica de la oferta y la demanda, enemistados con las fuerzas del mercado, lo que pasa según Rothbard es que los escritores precarizados echamos pestes del capitalismo por pura envidia y mala leche.
Desde el darwinismo social más radical Ayn Rand cargó también contra los intelectuales socialistas, ‘enemigos de quienes han sido favorecidos por la naturaleza’. Rand admiraba mucho a Von Mises y estaba absolutamente convencida de que el socialismo, por democrático que sea, implica robar a la gente talentosa y trabajadora para ‘conceder a los incompetentes, los estúpidos, y los vagos, el derecho al disfrute de bienes que no podrían producir, no podrían imaginar, y ni siquiera sabrían qué hacer con ellos’.
Von Mises aconsejaba no perder un solo segundo discutiendo el problema de la desigualdad, además le daba exactamente igual que las condiciones laborales de los centros de trabajo fueran buenas o malas. ‘Ni la alegría ni el fastidio del trabajo influyen en la cantidad de oferta del mismo’, escribió en ‘La acción humana’.
Para Von Mises lo importante es el incremento del beneficio individual y el crecimiento de la productividad nacional de tal manera que los políticos no deben entrometerse en la libre empresa y el libre comercio ya que ‘las leyes naturales de la acción humana’ se encargan supuestamente por sí solas de conseguir el mayor bienestar para el mayor número de personas. En perfecta sintonía con los darwinistas sociales a juicio de Von Mises no es bueno que el Estado ayude a las personas incapaces para su propia supervivencia económica.
Sin embargo ninguna clase de resentimiento o envidia de clase encontramos tampoco en Nick Hanauer, empresario norteamericano miembro de la jet-set que advierte constantemente desde el crack de 2008 a través de las redes sociales a sus ‘compañeros plutócratas’ del desastre que se avecina como no termine pronto la Segunda Gilded Age: ‘A no ser que cambiemos dramáticamente nuestras políticas estaremos de vuelta en la Francia del siglo XVIII. A las puertas de la revolución’.
Nick Hanauer reconoce haber tenido mucha suerte hasta haber llegado a ser ‘obscenamente remunerado’ por su éxito como empresario. Para Hanauer el éxito individual en la sociedad liberal viene de la mano del azar y solo en parte es fruto de la capacidad laboral o el talento de las personas.
En consonancia con la teoría del ‘velo de la ignorancia’ expuesto por John Rawls en su prestigiosa ‘Teoría de la justicia’ (‘A Theory of Justice’, 1971) Nick Hanauer cree que la única manera de revertir la situación de injusticia social que provoca el sistema de libre mercado es aplicando políticas de impuestos progresivos y seguridad social para que ningún ciudadano quede desamparado.
Aunque las personas que más se esfuerzan y destacan por su talento sin duda se merecen una mayor remuneración y estatus, el sociólogo británico Michael Young acuñó la palabra ‘meritocracia’ en los años cincuenta para poner en evidencia los aspectos negativos del mecanismo de organización social que está en la base del capitalismo liberal. En ‘La ascensión de la meritocracia’ (‘Rise of the Meritocracy’, 1958) Young advirtió del incremento del deterioro del bien común y el malestar social que podría llegar a provocar el ideal meritocrático al potenciar el individualismo, la competitividad y la desigualdad económica.
El profesor de Derecho de Harvard y filósofo de la justicia Michael Sandel ha retomado el legado de Michael Young en ‘La tiranía del mérito: ¿Qué ha sido del bien común? (‘The Tyranny of Merit: Whats’s Become of the Common Good’, 2020), donde formula una impecable crítica de la meritocracia capitalista en tanto en cuanto ‘se trata de un sistema que promueve el egoísmo y la soberbia entre las clases altas a la vez que la humillación y el resentimiento entre las clases bajas’.
Durante el auge neoliberal, en los años noventa, las librerías de todo el mundo se llenaron de manuales de autoayuda. La apoteosis del ‘self’ impuso a continuación el auge del ‘coaching’ y la cultura de la superación personal con su individualismo extremadamente competitivo que ha calado en la sociedad de manera transversal por todo el abanico político, incluso colonizando las mentes de muchos progresistas de izquierdas, como acierta a observar Sandel en ‘La tiranía del mérito’.
Sandel explica en su alegato contra la meritocracia neoliberal con interesantes datos cómo la elevación del mérito a la categoría de valor positivo fue en su día una buena y necesaria idea para superar el viejo e injusto orden aristocrático, pero estudiar en una universidad de prestigio y complementar el curriculum académico con cursos de posgrado para acceder a los mejores puestos de trabajo no es algo que haya estado nunca al alcance de todo el mundo, además las familias adineradas tienen los necesarios contactos sociales como para que desde muy jóvenes sus hijos disfruten de oportunidades de trabajo imposibles para los chicos de las familias más pobres.
Aún incluso en el caso de que el sistema educativo fuera capaz de ofrecer las mismas oportunidades a todos los ciudadanos, para Michael Sandel la cultura del mérito tiende a subestimar el papel del azar en la vida pues tanto el talento como la capacidad de trabajo son cualidades que forman parte de la lotería genética. Sandel llega a la conclusión de que la meritocracia capitalista no responde al ideal del bien común y la justicia social.
A pesar de las disfunciones evidentes del sistema meritocrático son numerosos los políticos supuestamente progresistas que se han olvidado de demandar justicia y protección social para poner el foco del éxito o el fracaso personal exclusivamente sobre la esfera del individuo. Michael Sandel recuerda en su libro cómo Tony Blair o Barack Obama han sido dos de los líderes políticos que más han elogiado en sus discursos la cultura meritocrática.
‘La tiranía del mérito ha creado una crisis de lazos sociales y respeto mutuo’ en palabras de Michael Sandel, lo cual justifica los recortes neoliberales a los programas de protección social que se han hecho en todas partes durante la era neoliberal pues teóricamente solo aquellas personas que no son responsables de su pobreza pueden ser merecedoras de la ayuda del Estado.
Además según Sandel las trampas de la meritocracia explican en parte la frustracion de las clases bajas y medias y el ascenso de la extrema derecha debido a la desafección que sienten los trabajadores menos cualificados con las élites progresistas. ‘La reacción violenta de los movimientos populistas en los últimos años es una respuesta de los trabajadores precarizados contra la tiranía del mérito’ afirma Sandel.
Bajo la cultura del mérito subyace a fin de cuentas la filosofía puritana que justifica la carrera de ratas y el fetichismo de la competitividad. En la misma línea de pensamiento de Michael Sandel se han pronunciado recientemente dos sociólogos expertos en meritocracia como Jo Littler y César Rendueles. ‘La meritocracia se utiliza para que un sistema social profundamente desigual parezca justo cuando no lo es’, dice Littler. Por su parte Rendueles estima que ‘la meritocracia no es un sistema de recompensa del esfuerzo sino de legitimación de los privilegios heredados'.
También Esteban Hernández piensa del mismo modo: ‘Cuando se ha sido educado desde pequeño en colegios de élite, se ha acudido a universidades de élite y se han realizado los primeros pasos laborales en empresas de élite, suelen acumularse las credenciales necesarias para el éxito'.
Ludwig Von Mises es especialmente venerado entre los economistas más liberales por ‘La acción humana’ (‘Human Action’, 1949), pretencioso libro de digresiones ‘praxeológicas y catalácticas’. Von Mises desconfiaba de las matemáticas e intentó abrir el limitado arco intelectual de la disciplina económica pero su forma de entender la esencia filosófica de la acción humana consiste en tomar como dogma universal la maximización de los niveles de riqueza y productividad sin reparar en la satisfacción laboral y el bienestar social.
Uno de sus seguidores, el filósofo y profesor de la Universidad de Harvard Robert Nozick, se dio a conocer por 'Anarquía, Estado y Utopía', (‘Anarchy, State and Utopia’) publicado en 1974 como respuesta libertaria a 'Teoría de la Justicia' de John Rawls. Nozick fue uno de los viejos socialistas de la New Left que se pasaron al libertarianismo de derechas tras contraer el ‘síndrome de Von Mises’, que básicamente consiste, a la inversa del síndrome de Fourier, en cargar el éxito o el fracaso de toda acción humana sobre el lado del individuo y el sector privado, olvidando la importancia de la sociedad y el sector público.
Según Nozik ‘en la sociedad capitalista las mayores recompensas económicas son para los triunfantes productores de lo que quieren los consumidores’, de modo que cuando un intelectual se hace de izquierdas es supuestamente ‘por la amargura que siente al recibir ingresos modestos’.
El síndrome de Von Mises es el síndrome del meritócrata prepotente que además de tener un problema de soberbia está profundamente equivocado en el estudio de la acción humana porque el éxito personal no solo es resultado del esfuerzo o el talento individual. Además del ingenio y la creatividad también la capacidad de trabajo son cualidades que dependen de condiciones genéticas, ambientales y sociales.
El síndrome de Von Mises está anclado al viejo puritanismo de siempre y no solo al mito del ‘vago malentretenido’ sino también al del ‘inventor solitario’. Mark Lemley ha estudiado el mito del ‘inventor solitario’, concretamente en el caso de la invención del telégrafo, el teléfono y la luz eléctrica durante el apogeo de la Revolución Industrial. Lemley ha extraído esta interesante conclusión en torno al éxito de Samuel Morse, Graham Bell, o Thomas Alva Edison: ‘Olvidamos que los grandes inventos no fueron resultado de la creatividad de individuos inspirados sino de avances o ideas simultáneamente en varias personas’.
Aunque el progreso humano es un logro social de muchas personas y muchas generaciones, muy pocos economistas, caso de Mariana Mazzucato, valoran en su justa medida este hecho. ‘Señoras y señores, el progreso es un logro de muchísimas generaciones y de la humanidad entera’, recuerda la autora de ‘El Estado emprendedor: mitos del sector público frente al privado’ (‘The Entrepreneurial State: Debunking Public vs. Private Myths in Risk and Innovation, 2013).
Mariana Mazucatto ha analizado la enorme importancia de la inversión pública en el desarrollo de la tecnología privada de Internet y los ordenadores. Sin el sector público no existirían Google ni Apple pero ‘la narrativa convencional nos sigue contando que la parte dinámica y creativa está en el sector privado -dice Mazzucato- mientras que el sector público es aburrido y burocrático. No obstante si analizamos los cambios tecnológicos más importantes del último siglo, así como las inversiones de alto riego que han cambiado el mundo, lo cierto es que fueron financiadas con dinero público y salieron de los Estados’.
Los fármacos más importantes han sido investigados en laboratorios públicos, o en laboratorios privados con la ayuda financiera de dinero público, caso de las vacunas para la COVID-19. Lo mismo ocurre con las energías renovables y otros tantos avances financiados con los programas estatales del I+D. En la iconografía capitalista ocupan sin embargo un lugar preferente los ganchos publicitarios que idolatran el triunfo personal cuando tanto la manzana de Newton como el eureka de Arquímedes enmascaran un enorme trabajo colectivo, fuente primigenia del capital.
La reforma protestante nació como rebelión contra la venta de indulgencias dado que los ricos compraban en el Vaticano su salvación, que a partir de Lutero y Calvino pasa por el éxito terrenal y se gana trabajando duro. Pero ‘la ética protestante del trabajo trae consigo la soberbia meritocratica’ en palabras de Michael Sandel.
La responsabilización personal por el destino propio es herencia de la teología puritana del mérito que degenera en el desprecio al pecador. La teología del progreso que predican las iglesias evangélicas o presbiterianas se fundamenta sobre la leyenda de las catástrofes y enfermedades asociadas con la vida perezosa y disoluta. Para Sandel no hay duda de la conexión entre el puritanismo de la prosperidad y la lógica meritocrática, por eso ‘vemos el éxito como los puritanos veían la salvación, no como producto de la gracia sino del puro esfuerzo’.
La Escuela Austriaca de Economía apadrinada por Ludwig Von Mises es un club de darwinistas sociales y puritanos de la vieja escuela, siendo el más claro ejemplo de ello Hans-Herman Hoppe, quien ha llegado a mostrarse incluso en contra de la sanidad pública porque ‘liberando a los individuos de la obligación de utilizar sus propios ingresos para garantizar su salud lo que hacemos es perjudicar la educación de sus hijos y el valor de las relaciones de matrimonio, de familia, y de parentesco’.
El disípulo más famoso de Von Mises fue Friedrich Hayek, que en 1947 agrupó a varios filósofos y economistas en la Sociedad Mont Pelerin, cuya influencia ha sido decisiva para derrotar al keynesianismo y sentar las bases del orden neoliberal imperante. Hayek sostenía sin sonrojarse que ‘la justicia social es una expresión carente de sentido’. Para Hayek eso que llamamos ‘justicia’ es un concepto solo aplicable a los individuos. ‘Los que hablan habitualmente de 'justicia social' no saben lo que con ella quieren decir sino que más bien la usan como simple aserto que les permite formular pretensiones carentes de justificación’.
Hayek defendía la intervención del Estado para garantizar el derecho inviolable a la propiedad privada, pero rechazaba absolutamente el concepto de ‘justicia social’ al cual apela el socialismo, y sobre el cual se sostienen las políticas de protección social. Para Hayek ‘no es posible establecer un criterio objetivo por el cual podamos concluir qué es socialmente justo o injusto’.
Al igual que Von Mises, Hayek no mostró nunca preocupación alguna por el bienestar de los trabajadores e incluso llegó a manifestar su desprecio por Charles Dickens, a quien consideraba un narrador sensacionalista que supuestamente exageró la parte negativa de las condiciones laborales de la Inglaterra de la Revolución Industrial.
La Escuela Austriaca de Economía se sustenta sobre los principios meritocráticos que Michael Sandel denuncia en su libro como fuente de actitudes soberbias entre las élites. Frente a la tiranía del mérito, Sandel considera necesaria ‘la liberación de la humildad’, para ello es importante comprender que los méritos propios nunca son exclusivamente individuales dado que somos consecuencia de las circunstancias y los actos de quienes nos rodean, y del legado recibido por quienes nos precedieron.
En función a su obsesión meritocrática, los discípulos de Von Mises creen que los impuestos son un robo perpetrado por el Estado, pero como dice Sandel tanto la cultura del mérito como el valor de mercado están lejos de satisfacer el objetivo del bien común y la justicia social. Solo hay una manera de corregir tan grave deficiencia del sistema capitalista y es justamente a través de los impuestos, entendidos como una justa y necesaria contribución social que todo individuo debe a la sociedad en la cual y por la cual ha podido desarrollar con éxito su esfuerzo y talento personal.