30 POSTCAPITACLISMO
‘Conocéis el futuro, sin embargo no hacéis nada por solucionarlo a pesar de que es vuestro trabajo.’
(Kim Stanley Robinson. 'El Ministerio del Futuro’)
Adán y Eva vivían en el Jardín del Edén en situación utópica pero fueron tentados por aquella maldita serpiente y tras probar la manzana del árbol prohibido terminaron condenándonos a todos sus descendientes no solo a ganarnos el pan con el sudor de la frente, sino a sufrir, enfermar y morir, e incluso a luchar contra pestes y enfermedades cuando no contra el diluvio universal.
Por culpa de aquel pecado original y los que vinieron después, Dios nos castigó con lluvias de azufre y fuego, plagas de ranas y langostas, hambrunas, terremotos e inundaciones, por algo la Biblia es la madre de todas las distopías literarias y sin duda la más influyente de todas.
Más allá de la extraordinaria historia del nacimiento de la humanidad, ‘El Antiguo Testamento’ está lleno de relatos tan aterradores como la destrucción de Sodoma y Gomorra, protorelato de los mitos puritanos. Además el último libro de los ‘Nuevos Testamentos’, el ‘Apocalipsis’ de San Juan, también conocido como ‘Libro de la Revelaciones’, es pura literatura fantástica con personajes tan protopunks como los famosos Cuatro Jinetes que simbolizan la guerra, el hambre, la enfermedad y la muerte.
El ‘Apocalipsis’ de San Juan está lleno de símbolos que complican la interpretación del texto y aunque ni siquiera está claro que su autoría sea del Apóstol Juan Evangelista fue incorporado a los ‘Nuevos Testamentos’ y elevado a la condición de obra canónica por el Concilio de Toledo del año 633. En aquella reunión de las primeras grandes autoridades de las iglesias cristianas se decidió adicionalmente castigar con la excomunión a quienes negasen la condición sagrada del ‘Apocalipsis’ de San Juan.
El ‘Apocalipsis’ está inspirado en ‘El libro de Daniel’, escrito en hebreo dos siglos antes de Jesucristo y considerado como uno de los veinticuatro libros canónicos del judaísmo que componen la Tanaj. Tanto el ‘Apocalipsis’ cristiano como ‘El libro de Daniel’ judío son obras pesimistas en relación al futuro de la humanidad pero a la vez ofrecen una esperanza mesiánica en forma de salvación para los creyentes.
La literatura apocalíptica ejerció una enorme influencia sobre la filosofía milenarista que tuvo su explosión a fines del siglo XII, sobre todo gracias a Gioacchino da Fiore. Hacia el año 1200 este monje calabrés difundió su teoría sobre la historia de la humanidad como un proceso de desarrollo que necesita pasar por tres fases: la Edad del Padre de 5000 años (Era de la Ley), la Edad del Hijo de 2000 años (Era de la Gracia) y la Edad del Espíritu Santo de 1000 años (Era del Amor).
Según Da Fiore y sus numerosos seguidores antes de llegar a la Era del Amor la humanidad tendrá que pasar irremediablemente por guerras y calamidades de espíritu satánico. Según la doctrina del milenarismo la humanidad sufrirá un evento especialmente catastrófico y a partir de entonces nacerá una nueva sociedad donde reinará la paz y la justicia por un periodo de mil años.
En la tradición judeocristiana el apocalipsis no es una calamidad para los elegidos sino la puerta de la salvación y el castigo eterno para los pecadores que obedecen a Satán. En el siglo XVI los reformistas protestantes reinterpretaron la doctrina de los profetas apocalípticos acusando a las autoridades eclesiásticas de haber vendido el alma vaticana al diablo.
John Gray en ‘Misa negra. La religión apocalíptica y la muerte de la utopía’ (‘Black Mass: Apocalyptic Religion and the Death of Utopia’, 2017) sostiene que la doctrina milenarista ha tenido continuidad hasta nuestros días y está en la base de las utopías seculares de izquierdas y derechas.
A pesar de ser ateos, los revolucionarios jacobinos y bolcheviques estaban convencidos de la llegada de un episodio mesiánico a partir de la derrota del mal. Según Gray ‘la concepción de la historia en términos teológicos está presente lo mismo en Marx que en Fukuyama’. El ‘milenarismo secular’ ancla sus raíces en la cultura heteropatriarcal de los profetas apocalípticos y según John Gray sus manifestaciones políticas más desastrosas son el fascismo y el comunismo.
La llegada de una era decadente y criminal seguida de otra de armonía y justicia gracias a la aparición de un salvador de la humanidad es de hecho la historia de ficción futurista más contada por todas las civilizaciones humanas. Más allá de los lindes del judeocristianismo la idea de que el viejo mundo se desintegrará tras una gran catástrofe y sobre sus cenizas surgirá un nuevo paradigma social es un concepto transversal a la mayoría de los cultos y religiones.
‘Mad Max’ es una película australiana escrita y dirigida por George Miller en 1979 que nos traslada a un futuro caracterizado por la ausencia de ley, la violencia y la escasez de agua y petróleo. ‘Mad Max’ ha dado nombre al ‘madmaxismo’, actitud pesimista ante una inminente catástrofe futura que enlaza con el fenómeno de los ‘mileniaristas’, ‘preparacionistas’, ‘supervivencialistas’ y otros movimientos similares obsesionados con el aprendizaje de técnicas básicas de supervivencia ante el estallido de una gran catástrofe ecológica, política, social y económica.
Una larga lista de novelas, obras de teatro y películas de especulación apocalíptica han interpretado las grandes catástrofes humanas en clave puritana, como castigos divinos a partir del mito religioso del pecado original. Pero más allá de los relatos religiosos la destrucción de la vida sobre la Tierra puede llegar de otros planetas (en forma de caídas de meteoritos o invasiones extraterrestres) o estar relacionados con los daños irreversibles ocasionados por el deterioro medioambiental.
El apocalpisis ecológico se ha convertido durante las últimas décadas en un subgénero de la ciencia ficción conocido en los países anglosajones con el nombre de ‘Cli-Fi’ o ‘Climate Fiction’ (Ficción climática). Dentro de este subgénero destaca como uno de sus principales pioneros el británico James Graham Ballard. A primeros de los años sesenta Ballard en su ópera prima, ‘El mundo sumergido’ (‘The Drowned World’, 1962) imaginó las terribles consecuencias del cambio climático provocado por la acción humana.
La película de 1995 ‘Waterworld’ dirigida por Kevin Reynolds y protagonizada Kevin Costner planteaba un escenario muy parecido al de la novela de Ballard. En ambos casos los casquetes polares se han derretido por completo y el nivel del mar ha subido tanto como para que los seres humanos estemos obligados a sobrevivir en estructuras flotantes.
Entre los numerosos autores que en las últimas décadas cultivan con éxito el Cli-Fi el más interesante y profundo de todos ellos es sin duda Kim Stanley Robinson, autor de la imprescindible ‘El Ministerio del Futuro’ (‘The Ministry for the Future’, 2020), dedicada a su mentor Fredric Jameson. ‘El Ministerio del Futuro’ arranca con una escena espantosamente dantesca debido a una ola de calor que combinada con el corte del suministro eléctrico llega a provocar 20 millones de muertos en varias regiones de la India.
La trama de ‘El Ministerio del Futuro’ sigue los pasos de Frank May, un cooperante norteamericano desplazado a la India que termina siendo el único superviviente en medio de cientos de cadáveres de personas muertas por hipertermia, vacas y otros animales en cuyos huesos escarban buitres y cuervos bajo un penetrante hedor a carne putrefacta.
Todos los informativos del mundo hablan del drama durante varios días hasta que finalmente los ciudadanos del Primer Mundo se toman la tragedia como un asunto regional y vuelven a su vida normal mientras en la India empieza la reconstrucción y reinvención del país a partir de una gran convulsión ecológica, económica y política.
A su vez Mary Murphy, una tecnócrata irlandesa, es elegida presidenta de un nuevo organismo internacional, ‘El Ministerio del Futuro’, dedicado a encontrar soluciones urgentes a los problemas sociales y ecológicos cada vez más cerca de afectar a los países más ricos del planeta. Paseando por los alrededores de Zurich bajo el suave clima suizo una de las más cercanas colaboradoras de Mary Murphy le advierte sin rodeos: ‘Lo que viene es peor’.
Las empresas aseguradoras están quebrando y el caos financiero está a las puertas de crear una serie de desastres económicos y políticos en cadena que pondrán el mundo patas arriba. Además según noticias procedentes de un grupo de científicos desplazados a la Antártida el hundimiento de todas las ciudades costeras del mundo es inminente ante el crecimiento del nivel del mar debido al deshielo de los glaciares.
Escribiendo ‘Capitaclismo’ me ha sorprendido por encima de todo la importancia decisiva de la literatura de ficción en la formación de la realidad del mundo. Concretamente la sabiduría que encierran algunos escritores del género fantástico y la ciencia ficción es admirable en algunos casos como el de Kim Stanley Robinson.
‘En este momento el mundo es una especie de novela de ciencia ficción que todos escribimos juntos’, dice KSR, cuyos principales referentes además de Phil Dick y Ursula Le Guin son Joanna Russ, Gene Wolfe, Samuel R. Delany, Stanislaw Lem, y los hermanos Strugatski, todos ellos destacados escritores de ciencia ficción y profundos filósofos del presente y el pasado.
En la misma categoría encontramos a George Turner, posiblemente el mejor escritor australiano del género. En ‘Las torres del olvido’ (‘See and the summer’, publicada en los Estados Unidos como ‘Drowing Towers’, 1987) Turner profetizó la evolución del caos ecológico y social provocado por el capitalismo así como la aceptación del sistema por parte de la mayoría de los ciudadanos. Aunque en la sociedad imaginada por Turner se multiplican las disfunciones e injusticias más obvias del capitalismo ‘códigos y maneras hacían indoloras las penas ajenas’.
La protagonista de ‘Las torres del olvido’ es una historiadora que estudia la historia desde el futuro y al estilo de Frank May explica cómo ‘ellos sabían lo que iba a ocurrir. Habían iniciado una extraña dinámica que seguía su curso y que estaba desequilibrando el clima del planeta, además estaban atrapados en una telaraña de sistemas entrecruzados, finanzas, gobiernos democráticos, alta tecnología, estrategias defensivas, políticas de amenazas, y el mantenimiento de un estado crítico constante que les precipitaba de crisis en crisis a medida que cada problema no resuelto se convertía en un nido de nuevos problemas. Ya en la década de los 80 se les advirtió de lo que venía pero ellos estaban muy ocupados. Tenían otros problemas’.
En los años 70 George Turner trabajó como crítico de ciencia ficción antes de iniciar su peculiar carrera como autor de sus propias especulaciones futuristas. Turner está considerado en Australia como un maestro del género desde la publicación de su primera novela, ‘Querido hijo’ (‘Beloved Son’, 1978), en la cual imaginó una sociedad también postapocalíptica en este caso surgida de una gran catástrofe biológica. Nueve años después publicó ‘Las Torres del Olvido’, novela de culto sobre el futuro de Melbourne, ciudad que debido al cambio climático queda totalmente inundada en medio de una situación mundial de derrumbe del orden económico.
La amenaza ecológica es cada día más latente pero tanto la pandemia del covid como la guerra de Ucrania han actualizado los relatos del colapso de la humanidad por la vía de la propagación de enfermedades víricas o a causa de la hecatombe nuclear. Además la otra gran amenaza es la inteligencia artificial porque realmente podría acabar con los seres humanos como vaticinó en su día Stephen Hawking y según han reconocido muchos expertos en tecnología de software e incluso empresarios como Elon Musk o Steve Wozniak en la carta que hicieron pública para proponer el cese temporal del entrenamiento de los modernos Prometeos nacidos de la Madre IA.
Que la tecnología puede ser maravillosa o tornar en desastre es en sí mismo un subgénero importante de la literatura futurista que arranca con Mary Shelly y su famoso ‘Frankenstein o el moderno Prometeo’ (‘Frankenstein or the Modern Prometheus’, 1818), inmortal alegoría de los efectos dramáticos que puede traer el desarrollo científico, historia concebida durante los primeros años de la Revolución Industrial.
Varias décadas más tarde H. G. Wells en su novela más extraña, ‘La isla del doctor Moreau’ (1896), se atrevió con la sátira de un científico capaz de crear criaturas humanoides. Otro escritor británico muy popular a principios del siglo pasado, Edward M. Forster, escribió un cuento titulado ‘La máquina se para’ (‘The Machine Stops’, 1909) con la misma intención de advertir sobre la destrucción social y el aislamiento asociado al uso de la tecnología.
Aunque la literatura futurista ha sido y sigue siendo en su mayoría cosa de escritores anglosajones, el español Miguel de Unamuno llegó a escribir un relato titulado ‘Mecanópolis’ (1913), protagonizado por un individuo perdido en un desierto que acaba encontrando una ciudad completamente automatizada donde las máquinas han suplantado a los seres humanos.
Este subgénero de la ciencia ficción tiene continuación en la actualidad con obras tan populares como ‘Black Mirror’, serie de televisión creada por Charlie Brooker en 2011 que plantea la posibilidad nada lejana de encontrarnos a las puertas de una distopía tecno-paranoica que podría agravarse a medida que dependamos cada vez más de la inteligencia artificial.
‘Black Mirror’ conecta directamente con la mejor literatura ciberpunk al trasladarnos a un escenario siniestro y pesimista protagonizado por personajes cínicos de moral ambigua. Entre las tecno-distopías ciberpunks más destacadas merece mención aparte ‘Neuromante’ (‘Neuromancer’, 1984) del canadiense William Gibson, novela que popularizó el término ‘ciberespacio’ y que influyó poderosamente en películas como ‘The Matrix’ (1999) o ‘Minority Report’ (2002). Otra tecno-distopía de especial relevancia es ‘Snow Crash’ (1992) de Neal Stephenson, novela de culto por haber sido la primera en hablar del ‘metaverso’.
Uno de los grandes referentes de los escritores ciberpunk es el carismático y psicodélico Harlan Ellison, autor de algunos de los títulos más sugerentes del género: ‘No tengo boca y debo gritar’ (‘I have no Mouth and I Must Scream’, 1967) y ‘¡Arrepiéntete, Arlequín!, gritó el señor Tic Tac’ (‘Repent, Harlequin! Said the Ticktockman’, 1965).
En ‘No tengo boca y debo gritar’ una computadora militar toma consciencia de sí misma y decide acabar con la raza humana mediante un holocausto nuclear, rescatando únicamente a cinco personas, cuatro hombres y una mujer a quienes mantendrá con vida, presos en un siniestro búnker solo para torturarlos como venganza contra la humanidad por haberla creado. Skynet, el robot de la película ‘Terminator’ que tras tomar consciencia de sí mismo declara la guerra a los humanos está basado en la novela de Harlan Ellison, cuya fantasía está también presente en un buen número de videojuegos ambientados en distopías tecnológicas y futuros postapocalípticos.
No deja de sroprenderme la capacidad de todos estos escritores para vislumbrar el problema de la inteligencia artificial, el metaverso, las criptomonedas, la nanotecnología y otros inventos modernos. La tecnología digital por venir no solo podría ponernos en riesgo de aniquilación por nuestros propios replicantes, es que además podría facilitar la propagación de fake news y deep fakes, poniendo en riesgo la buena salud de nuestras democracias una vez que las imágenes y audios que escuchamos son indistinguibles de la realidad.
Las estrategias políticas de normalización de la mentira con sus campañas digitales destinadas a seducir a los votantes para alterar los procesos electorales es solo uno de los problemas asociados al desarrollo de las nuevas tecnologías. También debemos pensar en la eliminación progresiva de trabajos asalariados que van a ser sustituidos por máquinas inteligentes, y en la especulación informatizada que ya es una realidad porque en la actualidad casi el 70 por ciento de todas las transacciones financieras son operaciones algorítmicas, además la gestión de la producción y distribución de mercancías tienden a estar igualmente cada vez más robotizadas.
Definitivamente como dice KSR estamos escribiendo una extraña novela de ciencia ficción entre todos. Podría ser que estemos entrando en una suerte de larga decadencia tardocapitalista previa al anunciado colapso ecológico y civilizatorio que presagian muchos agoreros, caso del colectivo Los Parásitos (Les Parasites), autores de ‘El colapso’ (‘L’Effondrement), ficción televisiva emitida en Francia con gran éxito por Canal+ en 2019.
Para escribir el guion de esta miniserie Les Parasites se inspiraron en un ensayo de Pablo Servigne y Raphaël Stevens titulado ‘Colapsología’ (‘Comment tout peut s’effondrer. Petit manuel de collapsologie à l’usage des générations présentes’, 2015), donde sostienen que ‘el horizonte de nuestra civilización ha sido siempre el crecimiento económico pero hoy es el colapso’.
Según Servigne y Stevens, el Antropoceno (la época actual donde las condiciones de vida del planeta están cambiando por efecto de la acción humana) es resultado del capitalismo tóxico que nos conduce al desastre económico y ecológico, ‘alimentando en el camino la locura de los extremistas pues cuando la gente comienza a sentir el caos pueden llegar a buscar consuelo en el retorno al orden impuesto por la figura del padre autoritario’.
La colapsología de Servigne y Stevens retoma el legado del geógrafo y biólogo Jared Diamond, autor de ‘Colapso: por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen’ (‘Collapse: How Societies Choose to Fail or Succeed’, 2005), libro que examina las razones antropológicas por las que diversas civilizaciones a lo largo de la historia terminaron pereciendo.
Servigne y Stevens creen que ‘nuestra civilización es un coche sin frenos y con el volante bloqueado’. El colapso podría llegar por varias vías pero su principal fotografía empieza a revelarse con el deshielo de los casquetes polares, el despertar de nuevos virus con sus correspondientes epidemias, la multiplicación de fenómenos meteorológicos extremos, la desestabilización política, y las migraciones masivas.
La colapsología pretende analizar, como el Ministerio del Futuro de KSR, los problemas de orden cultural y geopolítico vinculados con los procesos de deterioro económico y ecológico relacionados con el sistema capitalista. ‘Las crisis energéticas, económicas, geopolíticas, medioambientales, forman una conjunción de crisis que podrían llevar al derrumbe de la civilización industrial en los próximos años. Todas estas crisis están interconectadas y como ocurre en el efecto dominó en cualquier momento pueden activarse entre ellas’.
Más pesimista aún que Servigne y Stevens es el filósofo surcoreano Byung-Chul Han. A su juicio ante la escalada de una nueva guerra fría tanto Europa como los Estados Unidos podrían terminar viéndose obligados a imitar a China y Rusia a la hora de controlar a sus ciudadanos: ‘Nos dirigimos hacia un régimen de vigilancia biopolítica donde no solo nuestras comunicaciones, sino incluso nuestro cuerpo y nuestro estado de salud se convierten en objetos de vigilancia digital’.
Si algo demuestra la historia de la humanidad es que el camino hacia el progreso de la civilización es muy lento y está lleno de obstáculos y pasos hacia atrás. Venimos de donde venimos, por eso la única salida es seguir confiando en una transformación paulatina del sistema capitalista hacia un nuevo paradigma de economía social y solidaria.
Dado que efectivamente es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo lo que necesitamos es un nuevo sistema de capitales ecológicos e inversiones respetuosas con los trabajadores y el medio ambiente donde el bienestar social prevalezca sobre el ánimo de lucro, para ello es imprescindible crear un nuevo índice de medición de la prosperidad que supere la vigente dictadura del PIB a partir de la valoración correcta de las externalidades de las actividades productivas y financieras.
La oportunidad de un cambio de paradigma que nos rescate de la era neoliberal y nos meta en el universo de la economía solidara de la gratuidad y la abundancia no es ninguna utopía imposible pero como en su día dijo Keynes en el prólogo de su 'Teoría General': ‘El problema no reside tanto en las nuevas ideas como en deshacerse de las viejas, pues se bifurcan hasta alcanzar cada uno de los rincones de la mente de aquellos que, como la mayoría de nosotros, han sido educados en ellas’.